Capítulo catorce

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Seguimos hablando mientras él me iba contando su experiencia de recién llegado al pueblo. Cómo las personas lo veían casi sorprendidas cuando pasaban por el pueblo, cómo hablaban de ellos a sus espaldas, cómo desconfiaban del doctor Hale a pesar de que todo el plantel decían que era excelente, cómo entraban al café y varias personas a su alrededor se iban solamente porque ellos se sentaban cerca. Debe ser duro que la gente haga eso cuando te ve, que la gente te mire raro al verte pasar. No quisiera estar en el cuerpo y la mente de ningún Hale.

- No me gustaría que te vayas – me confesó. Me sonrojé y casi me ahogo con el jugo que estaba tomando.

- ¿Por qué? Apenas nos conocemos – le dije después de hacer el ridículo. Quería parecer lo menos interesada y emocionada posible. 

- ¿Apenas nos conocemos? Siento que te conozco de toda la vida y aún quiero seguir conociéndote – dijo acercándose un poco a mí. 

- Lo mismo digo – tuve que contener mis ganas de correr hacia sus brazos. Esos ojos color verde o marrón anaranjado casi dorados miraban los míos color verde oscuro y mi piel se erizaba. Sonreí sin darme cuenta y bajé la mirada. 

- ¿Esta noche tienes algo que hacer? – mi corazón se paralizó y una enorme sonrisa apareció en mi rostro. 

- No, más que encerrarme en mi cuarto a seguir buscando cosas sin sentido... – él rió. Era perfecto. 

- Entonces te invito a que cenes conmigo. ¿Aceptas? – me quedé sin palabras. ¡Obvio que acepto! ¡¿Qué es esa pregunta?! 

- Sí – dije tímida como siempre. 

- Ok, a las ocho iré a buscarte por tu casa – dijo antes de que sonara el timbre que anunciaba el fin del almuerzo y el comienzo de las clases. Él se paró y me sonrió para luego irse. Me quedé idiotizada con esa sonrisa y aún más con esa invitación. ¡Saldría a cenar con Ian Hale esta noche!

Cuando llegué a mi casa, no sabía que ponerme y todavía faltaban tres horas para que él pasara por mí. Revolví el armario buscando algo lindo y sencillo para ponerme. Pero, como buena mujer que era, no encontraba nada que me quede bien. Decidí ducharme y cuando llegase Alice me ayudaría a elegir la ropa correcta. 

Eran las seis treinta y Alice no llegaba. Y yo estaba en crisis. "Hija, tuve un problema con un proveedor de libros nuevos y tengo que resolverlo. Nada grave. Una pérdida. Sabes qué hacer. Te amo. Mamá" decía el mensaje que llegó a mi celular. "Quería decirte que Ian Hale me invitó a cenar esta noche. No te preocupes por mí, voy a llegar temprano. Te dejo comida preparada en la heladera para cuando llegues" contesté. Mi madre no era demasiado exigente y le agradaban los Hale por lo que me dejó salir con Ian. 

Terminé de hacerle una rica comida a mamá y ya se habían hecho las siete treinta. Corrí a tratar de arreglarme como sea; de todos modos era fea y nada podría cambiar eso. Me puse un vestido blanco por arriba de las rodillas y me maquille suavemente. Arreglé mi pelo como pude ya que, como siempre, había humedad y éste se erizaba.

A las ocho en punto, Ian estaba en la puerta de mi casa. Él mismo bajó de su auto para tocar el timbre. No quise parecer desesperada, subí y bajé la escalera una vez y salí. Tampoco quería hacerlo esperar mucho. 

- Hola – le dije sonriendo cuando abrí la puerta. Estaba tan hermoso. Tenía puesto un saco azul y una camisa sin corbata que dejaba ver un poco de su pecho.

- Hola – me devolvió la sonrisa –. Estás muy linda, Em. 

- Gracias – sonreí con mis cachetes ruborizados –. Tú también – él me sonrió tan perfectamente. 

- ¿Vamos? – asentí. No podía hablar, estaba desbordando de emoción que tenía pero no quería aparentarla –. Espero que te guste donde vamos a ir. Es muy lindo lugar y se come bien, sobre todo – reímos. 

- ¿Dónde es? 

- En el único restaurant de Rosewood – sonrió –. Sé que todavía no fuiste y quería ser yo la primera persona que te lleve.

- ¿Qué me lleve? Si piensas que no voy a pagar mi cena, lamento comunicarte que no me conoces. 

- ¡Jaja! Ni sueñes que vas a hacer eso – dijo cuándo estacionó el auto en el estacionamiento del restaurant. 

- Ay, Dios. Me vas a enfermar, Hale – le dije mientras bajaba del auto. 

- No, ¿qué estás haciendo? Sube otra vez, un caballero te tiene que abrir la puerta.

Era tan tierno, un total caballero. Parecía que había vivido en las épocas en la que los hombres eran así, ya que ahora ninguno hacía que esperes a que llegue para abrirte la puerta del auto. 

Además, cuando bajamos, hizo que lo tome del brazo como lo hacían las princesas o las damas antiguas con sus príncipes o caballeros. 

Sentía que estaba viviendo un sueño. Inimaginable lo que sentía mi corazón en aquel momento. Todo me daba vueltas y lo único que podía hacer era sonreír y mirar esos hermosos ojos dorados tan hipnotizantes, tan hermosos, tan perfectos.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora