Capítulo quince

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Cuando él bajó del auto y me abrió la puerta como los caballeros de antes, me vino a la mente uno de los pocos recuerdos de mis padres felices. John bajó de nuestro auto y le abrió la puerta a Alice y luego a mí. Recuerdo que estaban los dos felices, o eso aparentaban frente a mí. Era muy chica y ellos seguramente pensarían que si los veía pelear me haría mal y afectaría mi futuro. 

Efectivamente lo hizo, por ellos y por muchas cosas más no creo en el amor verdadero, aunque muchas veces piense que estoy enamorada. Como en este maldito momento. Es algo raro de explicar. Sé que el amor de verdad, eterno, fiel, etcétera, no existe. No creo que una persona sea capaz de amar a otra con todos sus defectos y virtudes para siempre. No hay alma ni cuerpo que aguante el "para siempre".

Ya sé que todo es muy contradictorio, mi vida entera es una contradicción, pero me hes imposible sacarme esa idea de la cabeza. 

- Hey, ¿estás bien? – dijo después de pasar su mano delante de mis ojos. Estaba hundida en mis pensamientos y en mis recuerdos.

- Sí, perdón. Me distraje con algo – le dije sonriéndole. 

- ¿Se puede saber en qué? – preguntó cuando empezamos a caminar hacia la mesa.

- En mis padres – hice una pausa y lo miré –. Me vino a la mente un recuerdo lindo de ellos. Creo que es uno de los pocos que tengo de los dos felices. 

- ¿Qué pasó con ellos? Si no quieres contarme no importa – pero sus ojos... ahí estaban sus ojos. Me miraban con total afecto y entendimiento que por primera vez no me molestaba contarle a alguien mi historia. O parte de ella. 

- Ellos se separaron cuando yo era muy chica. Desde que nací las cosas empeoraron, según lo que tengo entendido... A veces siento que fui yo quien rompió su pareja, quien destruyó su amor, quien obligó a mi padre a irse con esa otra mujer detestable. Cuando crecí y vi que las peleas eran constantes y que a veces terminaban demasiado mal, me di cuenta de cómo eran las cosas. Tenía siete años cuando empezaron los trámites del divorcio y cuando descubrí a John con Deborah. Eso no se lo perdoné nunca – ya habíamos llegado a nuestra mesa –. A los nueve años se divorciaron formalmente y el juez le dio mi tenencia a mi padre sin saber que éste había engañado a mi madre con su abogada – reí irónica –. Yo sé que Alice sufrió muchísimo y la entiendo. No debe ser fácil pasar por esa situación – en la mirada de Ian veía que me entendía como nadie lo hizo. Claro, nunca había contado esto –. Por todo eso no creo en el amor – hice una pausa para mirarlo a los ojos –. Estoy hablando mucho, te debo estar cansando – sonreí. Eres tan idiota, Emily.

- Para nada. Yo creo que tú no eres la culpable de que la relación de tus papás no funcione. Creo que su relación se fue rompiendo de a poco y cuando tú naciste ya estaba rota. No eres la culpable de nada – me miraba con esos ojos tan llenos de paz que sentí que le creía todo lo que decía –. Bueno, ¿qué comeremos, Em? – dijo al ver que no resultaba cómoda la situación.

- No sé, lo que tú quieras. Como de todo, por eso estoy así – dije riendo por mi gordura. 

- ¿Así cómo? ¿Así de linda? – sentí como mi mundo se derretía con esas palabras. Intenté no creerlas para no ilusionarme más de lo que estaba. Pero me sonrió... Me regaló una sonrisa tan perfecta que mis piernas empezaron a temblar y mi corazón empezó a latir con más fuerza, tanta que sentía que se me iba a salir del pecho. Traté de reír para hacer más cómoda la situación y que no se diera cuenta que estaba muerta por él y que esas palabras me desequilibraron –. ¿Pedimos pasta?

- Como quieras – le sonreí. Él pidió el plato que más me gustaba y al hacerlo me guiñó el ojo. Un escalofrío me recorrió al pensar que me conocía más de lo que yo a él sin haber hablado lo suficiente. 

- ¿Sabes que pediste mi plato preferido? – le dije cuando nos trajeron la comida.

- Sí, por eso lo hice – mi cara cambió. ¿Estaba hablando en serio? Rió dejando ver sus dientes, tan perfectos como su rostro –, no te asustes. Estuve haciendo un par de investigaciones previas a esta cena. No quería que comas algo que no te gustaba y la pases mal. Quiero que hoy todo salga perfecto. 

- Qué detallista. ¿A quién le preguntaste?

- Secreto de detective. 

- Vaaamos – alargué el sonido de la A –, dime – hice un especie de puchero.

- No hagas así. 

- ¿Por qué?

- Porque me vuelvo loco.

Apenas pude respirar después de que me haya dicho eso. Sentí que todo lo demás no importaba. Éramos él y yo. Ian y Emily. Nadie más. Su perfección y... yo. Era todo asombroso.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora