Bastón, Meteorito y Tiempo

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"Cuenta la leyenda que en tiempos pretéritos, un arcaico hechicero tenía el poder de controlar el tiempo y espacio. Era tal su poder que el Consejo Supremo decidió sellarlo en la Cámara de los Redentores. Atado por cadenas de mirionita, mineral capaz de sellar la magia, el poderoso mago pasó milenios encarcelado en el fondo de la cámara. Solo se permitían visitas contadas de altos cargos del Consejo para realizar informes de aquel hombre, si así se le podía nombrar.

El Reino de Artya vivía tiempos pacíficos y de prosperidad. Los aldeanos gozaban de seguridad y comodidad gracias a la generosidad de su rey, Gartos I, el Próspero. Los guerreros pasaban las horas jugando al Raffle o se dedicaban a seducir a alguna joven muchacha. 

El siguiente invierno fue crudo y gélido. En la Cámara de los Redentores, Sail, el Hechicero, reía a carcajadas mientras sus brazos, rígidos, rompían las gruesas cadenas que lo mantenían preso. Los guardias dieron la voz de alarma a los reinos de que el mago más peligroso de todo Held había escapado de la fortaleza donde lo mantenían reprimido. El Consejo re reunió en la entrada de la cámara y solo vieron sangre y cuerpos mutilados por toda la fortaleza.

Los nueve sabios del Consejo Supremo se reunieron durante tres días a puerta cerrada para decidir cómo actuar. La primera acción fue convocar a los mejores guerreros de cada reino para reunir un ejército lo suficientemente preparado como para poder hacer frente a Sail. El reino de Volt envió a Jux y Flares, los gemelos lanceros; el pueblo de Terterro recomendó a Calos, el Halcón Letal, un arquero con una precisión divina; el reino de Muriel mandó a Nilia, la espadachina más rápida de todo el continente, y por último, el reino de Artya delegó su poder en Tarden, un guerrero corpulento y hábil con sus dos espadas, Draco y Siren.

Después de unos días dieron con la ubicación de Sail: el Campo de los Diez Santos. Una pradera sagrada donde se completó el juramento de todos los reinos de creer en el único dios, Gyo. El hechicero sonreía, mirando al ejército como si esperase que llegase. Tarden ordenó que sus camaradas se detuviesen, dejando un margen de espacio entre ellos y el mago. Sail se deshizo de su túnica y reveló un cuerpo raquítico y pálido, con marcas de látigos por sus costillas y abdomen. Los brazos estaban magullados, pero firmes. Su rostros carcomido era disimilado por una extensa barba y melena nívea y un ojo ciego por una cicatriz. En su mano derecha portaba un orbe violáceo que emitía destellos de luz morada, mientras que en su izquierda sostenía un bastón dorado, cuya cabeza era adornada por la cabeza de cuatro serpientes, cuyos ojos eran adornados con piedras preciosas.

Ambos bando se estudiaron durante varios segundos. La tensión formaba parte de la batalla próxima, y pudo con Flares, que salió disparado a atacar a Sail con una estocada de su Púa Retorcida, la lanza que le regaló su padre. Sail lo esquivo fácilmente y pronunció un hechizo eu hundió en la tierra al joven lancero, matándolo en el acto. Tarden y compañía, rabiosos a la par que aterrados, desenfundaron sus armas y corrieron hacia Sail. El mago se puso en guardia, pero no alertó de una flecha que provenía de una colina próxima. La saeta impactó en el hombro del mago, que quedó temporalmente petrificado. Consiguió a duras penas esquivar el espadazo de Tarden y las estocadas de Nilia, por lo que retrocedió bruscamente y se sacó la flecha. Lo que no había percatado es que Jux le esperaba en su retaguardia y al grito de "¡Te mandaré con mi hermano al infierno! le atravesó la espalda y abdomen con su lanza, Garra Ponzoñosa. 

Sail se encontraba acorralado y veía el rostro de cada uno de los guerreros de cada reino. Después de unos momentos de silencio, el brujo comenzó a reír. El suelo comenzó a tambalearse. "Tienes razón, Joven Jux, me iré al infierno. ¡Pero os llevaré a vosotros conmigo!"

Acto seguido pronunció unas palabras propias de un hechizo y aparecieron unas cadenas mágicas que atraparon a todos los guerreros junto al mago. Sail sonrió y susurró otro hechizo, este mucho más gutural y profundo. Era ya el ocaso, pero el cielo se iluminó. Una lluvia de estrellas recorrió el firmamento y varias se desviaron del rumbo de su grupo, dirigiéndose al terreno donde se decidía la batalla. El impacto fue de dimensiones inimaginables, arrasando con todo a su paso. Lo que era una hermosa pradera llena de vida acabó convirtiéndose en un páramo mustio y oscuro. Y es por eso que desde ese día, la entrada al Cementerio Sagrado está totalmente prohibida."

- Siempre me cuentas la misma historia, abuelo. Sé qué es un cuento para que los niños como yo no nos adentremos allí. Pero yo ya soy mayor.

- Ojalá fuese así, hijo... Venga, es hora de dormir. 

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