- ¡Abuelo! ¡Mira lo que he encontrado! ¡Que fotografía más bonita!
- ¡Oh! Qué recuerdos... Ven hija, siéntate. Te voy a contar una historia.
"Todo comenzó un caluroso 5 de junio de 1937. La guerra estaba a la orden del día y a los hombres hechos y derechos como yo nos llamaban a filas. Muchos de nosotros no habíamos tocado un arma en nuestra vida, pero en esa época el conocimiento se conseguía con práctica y errores... Pobre Juan... Bueno, que me desvío del tema.
Me destinaron en Valladolid, concretamente en el puerto de Guadarrama. Allí el bando sublevado se había hecho con el puerto hace casi un año, por lo que las fuerzas republicanas se habían apostado cerca de este punto para intentar tomar el puerto. El cabo Fernando Postigo llevaba el mando de mi pelotón, situados en el ala este del puerto, acampados a esperas de nuevas órdenes. El 7 de junio, desde uno de los cuarteles republicanos se dio el OK para comenzar la toma del puerto. Mi pelotón se adelantó colina abajo. Yo me iba en la retaguardia, junto con Fernando. Pero lo que no pensábamos es que nos tenían preparada una emboscada. Alguien nos había traicionado.
A mis dos compañeros, Gus y Víctor, que iban en vanguardia los abatieron con dos disparos en la cabeza. Por detrás, un pelotón acabó con mi cabo y al médico de mi escuadrón. Solo tenía una opción: huir. Me escabullí entre los árboles del monte, rezando para que el bosque me cubriese las espaldas de las balas que se aproximaban hacia mí. Cuando creía que me había salvado, una bala perdida impactó contra mi hombro. Después de unos pasos, caí rendido al suelo.
Lo siguiente que recuerdo es estar en una cama. Era una habitación de invitados. La ventana, a mi derecha, estaba abierta y me llegaba un aire fresco que me despejaba poco a poco. La manta, cálida, era de alta calidad, y debajo de ella podía notar una suave sábana de seda. A mi izquierda había un gran armario empotrado de madera de roble y, frente a mí, un tocador de la misma madera, con un espejo de grandes dimensiones y cajones por doquier. A los pocos minutos de despertarme, una mujer entró en la habitación. Era hermosa, alta y con buen porte. Sus caderas asomaban y dejaban ver la curvilínea figura que mantenía. Tenía unos labios gruesos y unos ojos color azabache intenso que se te clavaban en el fondo de tu alma. La mujer me preguntó sobre mi estado de salud, a lo que yo respondí con una mueca de dolor, posando mi mano en mi hombro herido. Ella se mofó, soltando una carcajada, mientras me quitaba la venda y me curaba la herida. Su risa me contagió y no pude evitar sonreír mientras la miraba.
Pasaron días hasta mi recuperación total. Ella me preguntaba sobre cómo era estar en el frente y yo me interesaba sobre quién era mi salvadora. Para sorpresa mía, resultó ser hija de un alto cargo del bando sublevado, lo que me generó asperezas respecto a su imagen, pero pronto se vieron limadas por su bondad, su generosidad y su sonrisa. La forma en la que me cuidaba, las miradas que cruzábamos, los momentos que pasamos... Esa mujer era alguien especial. Pronto tuve que despedirme de ella, ya que tenía que informar de la filtración de información sobre nuestra posición y alertar a los demás compañeros del peligro de ese puerto. Cuando llegué al cuartel, lo vi todo silencioso. Era extraño, los salones estaban repletos de soldados charlando y riendo y, ahora, era un habitáculo vacío.
Entré al salón de actos y me percaté de que se estaba produciendo un juicio militar. El culpable de la filtración era un soldado raso que llevaba apenas unos meses en instrucción, además de venir de familia noble, cosa que nos llamó la atención. Su pena fue la muerte por fusilamiento.
Cuando acabó la guerra, Franco llegó al poder y los republicanos tuvimos que escondernos o exiliarnos. Yo fui a París, Francia, y trabajé de mecánico de coches y motocicletas en un taller de barrio. Después de unos años, cuando todo se calmó, volví a España y, para sorpresa mía, me encontré de nuevo con aquella mujer. Entre lágrimas, corrió hacia mí y me besó. La mujer de aquella foto se llamaba Nieves, y desde entonces hasta ahora, no nos hemos vuelto a separar.
- ¡Anda! Tiene el mismo nombre que la abuela.
- Si hija mía, es el mismo nombre de tu abuela.
ESTÁS LEYENDO
Relatos de la fortuna
AcakEn este libro relataré pequeñas historias que la suerte e inspiración me permita mostrar. #relatodedado