Miedo, Rey y Comida

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Cuenta la leyenda que, Hyrion I el Desconfiado, fue un rey longevo y sabio. Su reinado fue próspero y sus decisiones acertadas... Excepto una.

Hyrion se preparaba para su quincuagésimo cumpleaños. La expectación en el reino era total. Los juglares cantaban las sagas e historias de sus batallas y los rumores de sus amoríos con plebeyas y cortesanas. Los nobles vestían sus mejores prendas de seda y terciopelo, esperando poder entrar al banquete. Todo estaba preparado para ser un día festivo y de recargados decorados.

La corte hizo llamar al reino con el sonido de las trompetas y tambores. En el balcón de palacio, se alzaba majestuosa la figura de Hyrion I, agradeciendo el jolgorio y los aplausos de la plebe y esperando paciente el silencio. El rey comenzó su discurso como cualquier otro cumpleaños: agradeciendo a los dioses las buenas cosechas y su buena salud y pidiendo que el año venidero traiga igual o más riquezas.

Acto seguido, comenzaron los juegos y bailes. Los bufones arrancaban carcajadas a la corte y los plebeyos realizaban danzas hermosas e hipnóticas. El rey Hyrion disfrutaba de su cumpleaños acompañado de su mujer Telesia y de su hijo Bernad. 

Acabados los bailes, llegó el turno de comer. Los cocineros de la corte llegaron con bandejas llena de manjares de todos los rincones del reino: pato confitado con arándanos, merluzas guisadas con verduras y almejas, pastel de puerros con queso, tarta de zanahoria con crema de vainilla... Un banquete digno de un rey.

El rey levantó su copa de oro y piedras preciosas, ofreciendo un brindis por la comida y dando gracias a los dioses por tales manjares, a lo que recibió una acalorada respuesta con un "¡Hurra!" por parte de sus súbditos. Todos comenzaron a comer, pero el rey se quedó mirando su plato de pato confitado, pensativo. Comenzó a mirar a su alrededor y solo veía miradas que apuntaban a él, afiladas como puñales, esperando que diese el primer bocado. Hyrion, reacio a comer, se ausentó a sus aposentos durante la comida. 

Tanto Telesia como Bernad se miraron, extrañados, y siguieron al monarca hasta el dormitorio.

- ¿Qué ocurre, querido mío?

- La comida está envenenada, no comeré de esa comida. - respondió tajante el rey. - Ahora, id a comer, y disfrutad del festival.

Ambos se marcharon, asustados y extrañados ante la actitud de su marido y padre. Hyrion I pasó dos semanas encerrado en sus aposentos, con la mirada fija en el paisaje que le ofrecía el amplio ventanal que tenía cerca de la cama. Pensativo, observaba el vaivén de las hojas de los árboles, las olas que producía la vasta llanura de hierba que llegaba hasta donde la vista permitía ver y las solitarias nubes que se colaban en el cielo estrellado. La comida se enfriaba día sí y día también en la pequeña mesa auxiliar que tenía cerca del tocador de su mujer. Hyrion I miraba asqueado la comida, como si de un monstruo se tratase. Un monstruo que lo quería llevar hacia la muerte.

Semanas más tarde, el aprensivo rey cayó enfermo. Toda la corte ofrecía ayuda para los cuidados del monarca: paños calientes para la fiebre, hierbas medicinales, baños de agua tibia preparados para él... Pero Hyrion I rehusaba de cualquier tipo de alimento. Los doctores, preocupados, le insistían en que necesitaba alimento, pero el rey, presa del delirio por su fiebre y de su desconfianza, gritaba que eran los demonios los que le traían la comida hasta su cama. 

Ya en las puertas de la muerte, Telesia y Bernad se quedaron junto al rey, cuya cara solo expresaba cansancio. Ambos intentaban darle una sopa tibia como intento desesperado de recuperarlo pero el rostro del soberano cambió hacia un terror indescriptible. Era como si viese las puertas del infierno. Bernad, preso de su rabia, le intentó introducir por la fuerza la cuchara, a lo que el monarca reaccionó con un fuerte manotazo a su primogénito, y acto seguido escupió la cuchara y la sopa.

Días más tarde, se confirmó la muerte del rey Hyrion I el Desconfiado, cuya creencia por morir envenenado por la comida lo hizo morir por inanición. El reino decretó 5 días de luto, uno por cada semana que pasó sin comer el soberano de todo el reino. 

Bernad II el Precavido llegó al trono, y su primera orden real fue crear una figura que impidiese que los reyes volviesen a caer en la locura en la que cayó su padre: los catadores. Y con eso, Bernad consiguió ser un rey que superó en sabiduría y prosperidad a su antecesor.

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