Sería mentira afirmar que él nunca ha besado a alguien en su vida, que nunca chocó los labios y compartió saliva con una boca ajena, que jamás se inclinó y recibió —o le robaron— un beso; Shōto ya dio su primer beso, lo cual él consideraba un detalle insignificante en su extenso historial.
Era un chico atractivo después de todo, lleno de encanto misteriosamente hipnotizante que era un total contraste a su personalidad insípida —dicho por otros, los que se maravillaban con su apariencia y al final decepcionaron después de conocerlo—. No tenía una cara de un santo; él era serio, con las desigualdades e inclinadas sutilmente hacia abajo cuando se relajaba. No era un gran pensador; él se distraía —no fácilmente— con cosas que llamaban su atención y se dedicaba su tiempo a admirar en silencio. No era un farsante; jamás mintió, siempre preguntó cortésmente y nunca puso límites, dejando que pisarán su espacio personal y llegarán a abusar de su maldito desconocimiento.
Incluso podría decir que una niña lo besó en el preescolar en contra de su voluntad y él nunca dijo nada —aunque tampoco tenía a alguien con quien quejarse—. Incluso podría concluir que su primer beso fue, en un accidente, con su hermano Touya, quien dio arcadas como si hubiera comido estiércol y expresó exageradas muecas de asco como si estuviera agonizando y quedándose sin oxígeno.
Aunque, todos los que no lo conocen, lo señalan como alguien fácil, un experto besador, alguien simple y quién no mira el rostro de las personas que va a besar; Shōto creía que no era su culpa.
La verdad, era complicado de explicar. Era cómo tener algo y no tenerlo. Cómo hacer algo y no sentirlo. Creerlo natural y sin importancia. No sentir las mariposas en el estómago y no ser egoísta al privar a que otros sintieran esa emoción, es decir, aunque a Shōto no le importará, a veces decía:
—No puedo responder a tus sentimientos, pero te puedo consolar con un beso si quieres.
Era una respuesta de mierda.
Sí, de ello él era medianamente consciente, pero no encontraba mejor solución sin que nadie llorará. Pero sobre todo, al final, él era un playboy malo y escoria que se burlaba de las chicas, pretendía ser un príncipe por delante y era un patán por la espalda; sin embargo, no podría sentir la magia del primer beso que tanto querían que mostrará.
¿Qué querían precisamente?
Él no llegó al mundo para conquistarlo o cumplir las expectativas de alguien más —ya no debía hacer aquello, ni aunque su padre le gritará por sus defectos que durante tantos años lo atormentaron—. No tenía que rendir cuentas a nadie que no era especial y cercano a él. Shōto no podía, ni quería, obligarse a nada —pero igualmente lo hacía, inconscientemente—.
¿Es alguien perfecto? No.
¿Era un bastardo perdido en un limbo de emociones que no sabía identificar, de la cuál se mantenía confundido y no sabía salir, siendo una persona miserable, posiblemente asocial y poco empática? Tal vez.
Pensaba demasiado y ése no era el maldito punto a tocar.
Dio un suspiro largo y pesado, como intentando sacar todo el aire que contenía en sus pulmones y deseando que todo dióxido de carbono se transformarán en sus problemas y que no regresarán en largo tiempo. Quería desaparecer. Quizás dormir y no despertar hasta mejores épocas como las especies que practicaban la dormancia.
Levantó la cabeza, miró al frente y relajó sus músculos, trago saliva y carraspeo disimuladamente. Se estaba tomando demasiado tiempo, tanto que no pudo ocultar que la comisura de su boca se inclinaba hacia arriba, en una sonrisa disimulada, al imaginar a la persona frente a él iba a saltar y sacudirlo por tomarse las cosas con mucha plausibilidad. Iba a explotar, se veía su postura erguida y rígida expresaba que estaba tenso y expectante. Su rubor era adorable ante los ojos desiguales de Shōto, un carmín que tenía sus orejas y nariz. Su ceño fruncido no estaba tan marcado como de costumbre, tenía la frente arrugada y los labios apretados en una línea recta, como si estuviera mordiendo para no gritar una queja. Shōto vaciló, jugó con las puntas de su dedos delgadas que se mantenían detrás de su espalda y pasó la lengua sobre sus dientes, se preparó internamente para hablar con claridad, y dijo:
—No puedo aceptar tus sentimientos, Bakugou.
—¡Jódete! —rugió de inmediato, Bakugou se golpeó con la palma de su mano en su cara y pellizco el puente de su nariz—. Demonios, Icehot. ¡Me mantuviste con el corazón en la boca por quince enteros minutos, para finalmente decirme que no! ¡¿Eres tonto?!
Shōto encogió los hombros ante el reclamo.
—Lo siento…
Bakugou no dijo nada más y Todoroki pensó que había arruinado su más extraña y linda amistad de tres meses con Bakugou. Suspiro nuevamente y se resignó con amargura. Verdaderamente lo sentía.
Se dispuso a dar la vuelta, no tenía más palabras que decir, no sabía consolar, pero la persona detrás de él lo detuvo. Lo miró de reojo, abrió la boca y ésta inmediatamente fue sellada.
No era un beso.
El contacto fue efímero, demasiado rápido y, a lo mejor, podría describirse como un choque agresivo y bruto de labios inexpertos; no en un beso.
Él, Shōto, se congeló, abrió los ojos y su reacción fue tardía cuando Katsuki se separó, sus neuronas quedan atontadas y genera un tránsito vehicular antes de conectarse correctamente en un pensamiento digno y coherente. Titubea y balbucea. No es su primer beso. Incluso podría ser el peor beso que ha recibido en toda su vida, pero no puede evitar sorprenderse enormemente.
—¿Creíste que serías un maldito bastardo y te escaparías antes de darme un beso, Icehot?
Se escucha mal, parece las palabras dichas por un hombre pervertido de mediana edad que se recuesta en la esquina del metro e intenta ver debajo de la falda a las chicas —aunque, Bakugou era más el tipo que patea el trasero de aquellos pervertidos—. Shōto parpadea lentamente y ve que Bakugou espera una respuesta, y entonces, se ríe, burlándose de lo tonto que son ambos.
Aunque, después de todo, ése era el primer beso de aquella inusual y dispareja pareja.