Y así, con el pasar de las estaciones, aquella niña inocente y bondadosa conocida como Anastasia Romanov se convirtió en una hermosa joven. Con sus quince años recién cumplidos, era la personificación de la juventud la belleza y la gracia en el Palacio de Tsarskoye Seló. Sus ojos azules, chispeantes de curiosidad y rebeldía, contrastaban con su cabello castaño oscuro que, bajo los rayos del sol, se encendía en tonos rojizos, cayendo en suaves ondas sobre sus hombros. Aunque aún conservaba la frescura e inocencia de la niñez, su porte y su mirada revelaban una determinación y una madurez que iban más allá de sus años.
Era una joven de espíritu libre y corazón indomable, que anhelaba explorar el mundo más allá de los muros dorados del palacio. Su risa resonaba en los salones, desafiando las convenciones de la corte y atrayendo las miradas de admiración y envidia por igual.
Pero detrás de su aparente despreocupación, Anastasia cargaba el peso de las expectativas que pesaban sobre ella como hija de los zares. La sombra de la guerra y la revolución se cernía sobre su familia y su país, amenazando con cambiar sus vidas para siempre.
En el salón principal del palacio, Anastasia se encontraba rodeada de su familia, la luz de las velas iluminando sus rostros. Su padre, el zar Nicolás II, observaba con seriedad mientras discutía con sus consejeros los asuntos del imperio. A su lado, la zarina Alejandra, con su semblante sereno pero preocupado, escuchaba atentamente las palabras de su esposo.
Anastasia, sentada junto a sus hermanas Olga, Tatiana, María y su hermano Alexei, escuchaba la conversación con atención, aunque su mente vagaba lejos de los problemas políticos y las intrigas de la corte. Ella ansiaba la libertad y la aventura, deseando escapar de las limitaciones impuestas por su posición como miembro de la familia real.
Alejandra (madre de Anastasia): "Anastasia, Anastasia, Anastasia, ¿me estás escuchando?"
Anastasia: "Sí, madre. Perdona, ¿Qué decías?"
Alejandra: "Hija, siempre te encuentras en las nubes. Date prisa, tienes que llegar a clases."
Anastasia tenía una educación particular como princesa de Rusia. Tomaba clases particulares de cada materia, incluyendo etiqueta, danza, música, artes y deportes como la gimnasia.
Mientras Anastasia caminaba entre los pasillos del palacio en dirección a su clase de literatura, se encontró de frente con Rasputín.
Rasputín: "Muy buenos días tenga, Su Majestad, el día de hoy."
Anastasia respondió con una voz un tanto nerviosa: "Muy buenos días tenga, el día de hoy. Disculpe, pero tengo que llegar a clases. Con permiso."
Rasputín la observó mientras se alejaba, con una mirada penetrante y una sonrisa enigmática en los labios.
Rasputín era uno de los consejeros del Zar, pero en el había algo extraño pues era una figura enigmática que parecía emerger de las sombras del palacio con una presencia magnética y perturbadora. Su alta estatura y su mirada penetrante, inspiraban tanto temor como fascinación en quienes se encontraban con él.
Su rostro estaba marcado por líneas profundas que sugerían años de experiencia y sabiduría, pero también un pasado turbio y oscuro. La barba descuidada y los cabellos largos y enmarañados le daban un aspecto salvaje y misterioso, como si fuera un hombre que había renunciado a las convenciones de la civilización para abrazar una fuerza primigenia y poderosa.
Su presencia en la corte zarista era motivo de especulación y rumor. Algunos lo veían como un santo hombre de Dios, un sanador dotado de poderes milagrosos capaz de curar las enfermedades más graves con solo un toque de sus manos. Otros lo consideraban un charlatán y un impostor, un hombre sin escrúpulos que se aprovechaba de la fe ciega de los nobles rusos para obtener poder y riqueza.
YOU ARE READING
Anastasia Romanova
AdventureEs una novela histórica de ficción donde nos adentraremos en los albores del siglo XX en la casa de los Románoff la ultima familia del imperio Ruso, aquí una joven y brillante Anastasia Romanov será nuestra protagonista quizás ya la conozcas, ell...