Extra uno

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Nunca había venido antes a Inglaterra y no conocía mucho de su historia cuando decidí que quería mudarme a Londres. A los meses me salió trabajo de maestro en una prestigiosa escuela donde solo aceptan a los niños más ricos y es casi imposible que se meta la prensa, que es lo más importante para los padres. La seguridad de sus hijos.

Mi primer día de clases fue estresante al principio, pues no sabía que tan ricos y castrantes serían los niños de esa escuela por ser nacidos en cama de oro. Al final no fue como pensé, la mayoría de niño fueron muy educados y pacientes conmigo. En el especial al niño quien le llamaban: Príncipe James.

A la hora de la salida me quedé junto a los niños mientras sus padres lo recogían, debido a las profesiones de los padres, la escuela está abierta para los niños hasta las nueve pm, no me pareció tan extraño que hubiera aún niños pasada esa hora.

— Adiós profe. — Se despidió el penúltimo niño de cabello castaño y rechonchito.

— Hasta mañana Edward, diviértete. — Le sonreí.

Pronto la escuela quedó vacía a excepción de un niño de cabello negro sentado en un banco. El niño no parecía preocupado mientras jugaba en su móvil.

— Hola... James, ¿verdad? — Me senté junto a él. — ¿Falta mucho para que lleguen tus padres?

El niño me miró fijamente antes de negar.

— No, de hecho, creo que-— El niño se interrumpió al ver hacia el frente. Sonrió grandemente y se levantó corriendo. — Adiós maestro.

Decidí mirar al frente en el momento en que el apuesto joven de cabello blanco se agachara para abrazar al niño. Llevaba una camisa blanca que contrastaba con sus pantalones negros de vestir, una combinación sencilla pero elegante que destacaba su figura esbelta. Su cabello, largo y sedoso, caía en cascada hasta su cintura, brillando bajo la luz del sol con un resplandor plateado que casi podría hacerle pasar por una mujer, si no fuera por la seguridad que irradiaba su porte masculino.

Sus facciones eran una obra de arte en sí mismas: delicadas, esculpidas con precisión casi divina, y poseían una cualidad etérea que resultaba hipnótica. Su piel era pálida y perfecta, como la porcelana, y sus ojos, de un color indefinido entre el azul y el gris, miraban al niño con una ternura infinita. La armonía de sus rasgos le daba una apariencia angelical, una belleza tan pura y magnética que resultaba casi irreal. Observándolo, me pregunté si sería el padre del niño. Aunque sus apariencias eran tan distintas, había un leve parecido entre ambos. Tal vez era la forma en que ambos sonreían, o la manera en que el niño se acurrucaba en su abrazo con total confianza y amor. 

En ese momento se incorporó y me miró con sus ojos azules, idénticos a los de su hijo. Un destello de sorpresa y curiosidad cruzó su mirada antes de transformarse en una sonrisa apenada. Esa sonrisa, la más hermosa que he visto en mi vida, iluminó su rostro de una manera que me dejó sin aliento. Había algo en su expresión que combinaba una tímida disculpa con una amabilidad sincera. Sus labios, curvados en esa sonrisa perfecta, parecían esculpidos por manos divinas. Era una sonrisa que irradiaba calidez y tranquilidad, capaz de derretir cualquier incomodidad o duda.

— Gracias por quedarte con él, se me hizo un poco tarde, lo siento muc... Eh... ¿Hola?

Parpadeé, sintiendo cómo el rubor subía a mis mejillas cuando noté que ya estaba justo frente a mí. El niño, quien estaba agarrado de su mano, me miraba confundido. Carraspeé muy nervioso y di medio paso hacia atrás con disimulo.

— Y-Yo... No es nada. Fue un placer. — Respondí, sintiéndome un tonto y olvidando por completo toda la palabrería que me había inventado en mi cabeza para el padre irresponsable. La belleza de este hombre me deslumbró. No parecía mucho mayor que yo; tengo 22 años y él parecía de unos 23 o 24.

🍃Como debía de ser 🌿| Harry Potter y Draco Malfoy.[1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora