Como eran inteligentes, pasaron de largo por los episodios que sabían célebres: el mundo se emocionó
con esto, yo me emocionaré con esto otro. Antes de comenzar a leer, como medida precautoria, habían
convenido lo difícil que era para un lector de En busca del tiempo perdido recapitular su experiencia de
lectura: es uno de esos libros que incluso después de leerlos uno considera pendientes, dijo Emilia. Es uno de
esos libros que vamos a releer siempre, dijo Julio.
Quedaron en la página 373 de Por el camino de Swann, específicamente en la siguiente frase:
No por saber una cosa se la puede impedir; pero siquiera las cosas que averiguamos las tenemos, si no
entre las manos, al menos en el pensamiento, y allí están a nuestra disposición, lo cual nos inspira la ilusión
de gozar sobre ellas una especie de dominio.
Es posible pero quizás sería abusivo relacionar este fragmento con la historia de Julio y Emilia. Sería
abusivo, pues la novela de Proust está plagada de fragmentos como éste. Y también porque quedan páginas,
porque esta historia continúa.
O no continúa.
La historia de Julio y Emilia continúa pero no sigue.
Va a terminar unos años más tarde, con la muerte de Emilia; Julio, que no muere, que no morirá, que no
ha muerto, continúa pero decide no seguir. Lo mismo Emilia: por ahora decide no seguir pero continúa.
Dentro de algunos años ya no continuará y ya no seguirá.
No por saber una cosa se la puede impedir, pero hay ilusiones, y esta historia, que viene siendo una
historia de ilusiones, sigue así:
Ambos sabían que, como se dice, el final ya estaba escrito, el final de ellos, de los jóvenes tristes que leen
novelas juntos, que despiertan con libros perdidos entre las frazadas, que fuman mucha marihuana y escuchan
canciones que no son las mismas que prefieren por separado (de Ella Fitzgerald, por ejemplo: son conscientes
de que a esa edad aún es lícito haber descubierto recién a Ella Fitzgerald). La fantasía de ambos era al menos
terminar a Proust, estirar la cuerda por 40 siete tomos y que la última palabra (la palabra Tiempo) fuera
también la última palabra prevista entre ellos. Duraron leyendo, lamentablemente, poco más de un mes, a
razón de diez páginas por día. Quedaron en la página 373, y el libro permaneció, desde entonces, abierto.