papas fritas.
¿Por qué no trajiste un paquete grande?
Porque no quedaban paquetes grandes.
¿Y no se te ocurrió, por ejemplo, traer cinco paquetes chicos?
No quedaban cinco paquetes chicos. Quedaban tres.
Emilia pensó que quizás no había sido una buena idea llegar de improviso a ver a su amiga. Mientras duró
la escaramuza, tuvo que concentrarse en un enorme sombrero mexicano que gobernaba la sala. Estuvo a
punto de retirarse, pero el motivo era urgente: en el colegio había dicho que era casada. Para conseguir
trabajo como profesora de castellano había dicho que era casada. El problema era que a la noche siguiente
tenía una fiesta con sus compañeros de trabajo y era ineludible que su esposo la acompañara. Después de
tantas poleras y discos y libros y hasta sostenes con relleno, no sería tan grave que me prestaras a tu marido,
dijo Emilia.
Todos los colegas querían conocer a Miguel. Y Andrés perfectamente podía pasar por Miguel. Había
dicho que Miguel era gordo, moreno y simpático, y Andrés era, al menos, muy moreno y muy gordo.
Simpático no era, eso lo pensó desde la primera vez que lo vio, hacía ya varios años. Anita también era gorda
y bellísima, o al menos tan bella como puede llegar a ser una mujer tan gorda, pensaba Emilia, algo
envidiosa. Emilia era más bien tosca y muy flaca, Anita era gorda y linda. Anita dijo que no tenía
inconveniente en prestar a su marido por un rato.
Siempre que me lo devuelvas.
Eso tenlo por seguro.
Rieron de buena gana, mientras Andrés intentaba capturar los últimos pedazos de papas fritas de su
paquete. Durante la adolescencia habían sido muy cuidadosas respecto a los hombres. Antes de involucrarse
en cualquier cosa Emilia llamaba a Anita, y viceversa, para formular las preguntas de rigor. ¿Estás segura de
que no te gusta? Segura, no seas enrollada, huevona.
Al principio Andrés se mostró reticente, pero terminó cediendo, al fin y al cabo podía llegar a ser
divertido.
¿Sabes por qué al ron con cocacola lo llaman cuba libre?
No, respondió Emilia, un poco cansada y con muchas ganas de que la fiesta terminara.
¿De verdad no lo sabes? Es como obvio: el ron es Cuba y la cocacola los Estados Unidos, la libertad.
¿Cachái?
Yo me sabía otra historia.
¿Cuál historia?
Me la sabía, pero se me olvidó.
Andrés ya llevaba varias anécdotas por el estilo, lo que hacía difícil no considerarlo un insoportable. Se
esforzaba tanto en lograr que los compañeros de Emilia no adivinaran la farsa, que hasta se había permitido
hacerla callar. Se supone que un marido, se dijo entonces Emilia, hace callar a su esposa. Andrés hace callar a
Anita cuando piensa que ella debe callarse. Entonces no está mal que Miguel haga callar a su esposa si piensa
que debe callarse. Y como yo soy la esposa de Miguel debo callarme.
Así, en silencio, siguió Emilia durante el resto de la velada. Ahora no sólo nadie dudaría de que estaba
casada con Miguel, sino que además a sus colegas no les sorprendería tanto una crisis conyugal de, digamos,