Capítulo 4

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"Por los dioses, ¿qué está pasando?" Roseanne gritó.

Tan pronto como llegó, el temblor se detuvo. El polvo se filtraba desde el mortero en las piedras, bailando en el último rayo de luz que entraba por la ventana enrejada de la puerta.

"No lo sé."

La puerta de la celda se abrió y se estrelló contra la pared, sobresaltándolas a ambas. El guardia estaba afuera, su rostro de un blanco pastoso.

"¿Qué pasa?" preguntó Roseanne.

"Debo asegurar a todas las gladiadoras. Debes irte ahora."

Roseanne volvió a mirar a Lalisa. La alarma se mezcló con el fuego que aún bailaba en sus ojos, y Roseanne se sintió engañada porque su tiempo con ella había sido tan corto. Empezó a irse, luego se dio la vuelta y se arrojó a sus brazos, apretándola con fuerza. Lalisa le devolvió el abrazo como si se aferrara a la esperanza misma.

"Voy a volver. Mañana."

"No deberías."

"Lo sé." Sonrió mientras salía corriendo por la puerta. "Pero lo haré de todos modos."

Ningún sol brillante cegó a Roseanne cuando salió del cuartel. En cambio, el cielo era de un gris oscuro, insinuando una inminente tormenta de verano.

Los gritos venían de las calles donde los vendedores y comerciantes tenían sus tiendas y casas. El tap-tap-tap de pequeñas bolitas blancas que caían como lluvia sobre la calle empedrada la desconcertó.

Algo estaba terriblemente mal.

Un hombre pasó corriendo, derribándola en su prisa. Roseanne se puso de pie y empezó a correr. Tenía que encontrar a su padre. Él sabría lo que estaba pasando. Él sabría qué hacer.

Corriendo por las calles llenas de gente, Roseanne llegó a su villa y encontró a los esclavos corriendo, tirando las pertenencias de la casa en sacos y cajas. Vajilla rota esparcida por el suelo de baldosas, abandonada donde había sido arrojada.

Roseanne encontró a su padre en su habitación, arrojando frenéticamente algunos de sus artículos más preciados en una gran bolsa.

"Padre, ¿qué está pasando?"

Miró hacia arriba, el alivio atenuendo las arrugas en su frente.

"Los dioses están enojados. Están arrojando piedras del cielo sobre nuestras cabezas. Debemos abandonar la ciudad de inmediato."

"¿Abandonar?" El temor se sintió como si dedos helados trazaran su espalda.

"Sí. Rápido, empaca tus cosas. Uno de los carritos de vino ha sido preparado y está parado afuera. Nos dirigiremos a Roma."

"Pero, Padre, era solo la tierra retumbando. Ha estado sucediendo durante semanas. ¿Por qué nos vamos ahora?"

Su padre señaló el techo como si pudiera ver el cielo a través de las tejas de arcilla.

"Mira al cielo, Roseanne, y verás la ira de los dioses. Nos lo advirtieron hace diez años cuando Pompeya estuvo a punto de ser aplastada por el movimiento de la tierra. No me importa estar aquí cuando vuelva a suceder."

Pensando en Lalisa encerrada en su celda y en su promesa de volver con ella, Roseanne trató de entender lo que estaba pasando.

"¿Cuándo volveremos?"

"No creo que lo hagamos. Iremos a Roma, donde es seguro y civilizado."

El terror se apoderó de ella. "Pero no podemos dejar Pompeya para siempre. ¿Qué pasa con nuestra familia y amigos?"

Almas Gemelas (Adaptación & Traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora