lacayo.

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Matías pensaba que el comandante Enzo era el cretino más grande que nunca había conocido, pero no iba a negar su inteligencia tremenda.

Cada sentido de su mente astuta estaba agudizado en demasía y dudaba si había algo qué no pudiera hacer; toda palabra que salía de su boca durante sus clases era complicada, lo aturdía. Claro, de eso se trataba ser un alfa.

Tal vez ser un líder nato superdotado justificaba su arrogancia.

En todo caso, era un arrogante muy caliente.

No podía creer aún que el aterrador pensamiento llegó a rondar por su mente abusada en una de esas tantas veces que recibió sus ordenes irritantes -trae esto, haz aquello-.

Sólo sabía qué no ayudaba mucho tenerlo cerca, cada día, con sus ojos seductoramente frívolos. Su mandíbula bien marcada acentuando sus facciones, lo mucho que le elevaba peinar así su cabello.. Intocable y prohibido.

Matías cayó en cuenta de que sería un problema empezar con las clases prácticas, porque una cosa era odiar a Enzo con sus demandas, y otra el tratar de hacerlo teniéndolo en frente en su uniforme táctico.

En más de una ocasión, entre los arranques enrabiados que de repente empezó a sufrir, se imaginó vívidamente asfixiándolo con sus manos. ¿Eso contaba como un impulso violento o una fantasía sexual?

Recalt desconocía de su libido, de muchas cosas que para alfas o omegas eran normales;
no sabía si era por la maldita culpa de Enzo y su estúpido olor adictivo apestando todo el lugar. O efectos colaterales de los supresores afectando sus hormonas, porque nunca los había usado. Probablemente lo último.

No encontraba una respuesta más cuerda.

Estaba tan confundido porque el mismo aborrecimiento que lo consumía, lo atraía a otro alfa con fuerza. No a uno cualquiera, a su comandante.

Fue entonces que pensó que estaba confundiendo las cosas; simplemente, detestarlo no restaba su admiración. He ahí el por qué de sus sentimientos encontrados.

Él quería ser un alfa así y de ahí nacía su frustrante impotencia. La que lo atormentaba en la órbita de Vogrincic.

Era eso, sólo eso.

Al menos aferrarse al pensamiento lo ayudó a establecerse límites; a enfriarse y empezar a ordenar su cabeza en cubos.

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Después de exhaustivas pero necesarias clases teóricas de balística interna y externa, llegó su primera capacitación para obtener su licencia de portación de armas.

Una simple; visualizar, enfocar y disparar a un objetivo a una distancia de cien metros.

Los días para las pruebas fueron sorteados para hacer grupos pequeños con quienes trabajar con seguridad, por lo que lo acompañaría un conjunto totalmente aleatorio y limitado. No le molestaba, lo mejor siempre sería no hacer el ridículo frente a muchas personas.

Santiago no quedó con él. Pero Juan -o juani- sí, y no se le despegó mientras se dirigían en fila india hasta el campo de tiro que ocuparían.

Se trataba de una extensión amplia de tierra plana, rodeada de dunas altas para amortiguar casquillos. Al fondo, lo recortaba una pared de neumáticos apilados.

"Señor, ¿puedo usar el revolver con la mano izquierda?"

No quería, pero no pudo evitar escuchar la conversación ajena entre una omega de corta estatura y Vogrincic, cuando fue a tomar un par de tapones para los oídos.

ley de murphy; matías x enzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora