La miraba a los ojos, pudiendo ver a través de ellos el momento exacto en que algo se rompío dentro de ella. Miraba como sus lágrimas se deslizaban por sus mejillas, mientras que su sollozo retumbaba en mi cabeza, haciéndome sentir la persona más miserable que haya conocido. Yó, que perjuré una y mil veces que jamás me apartaría de su lado, que estaría junto a ella ante viento y marea, allí estaba, rompiendo todas y cada una de las promesas que hice, dejando atrás a la única persona con la que podía ser yo mismo.
Ha pasado ya un año de aquello, pero sigo martirizándome por lo que hice. Ahora nuestras miradas se evitan, quizás por odio o quizás por miedo de volver a sentir, nuestros cuerpos se repelen evitando cualquier tipo de contacto, esos mismos cuerpos que un día vivieron en perfecta simbiosis. Pero lo más duro de todo es mirarla, y que por mi cabeza pasen todos nuestros momentos juntos, llegando siempre al mismo recuerdo, mi mirada clavada en sus ojos,mientras todo a nuestro alrededor se desmoronaba.