SAGA CICATRICES 8: Reconstruyendo.

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‐- Gracias. Ha significado mucho para mí.- Se acercó a la comisura de sus labios dejando un beso cariñoso. 

Repararon en el destello que albergaban los ojos del otro, quedando enganchados en el ancho deseo de invadir los labios del adversario. 

 Sus respiraciones aceleradas se comunicaban entre sí. 

Querían acercarse... evolucionar... pero vacilaron ante la cobardía de contrariar al otro. 

Sanem, conocedora de la prudencia de su pareja, dio un paso al frente devolviéndole la misma franqueza que él le había profesado. 

‐- Can... Quiero que sepas... que nuestra relación no fue un engaño, fue real. Mis besos, mis caricias, mis te quiero... eran sinceros. No estaba fingiendo. 

Agradecido por esa bengala prendida, acarició aquella boca sabor fresa que le venía mortificando desde que la probó en aquel palco oscuro y difuminado. 

Sanem, arropada por esa energía inagotable que emanaba de su yo interior, abatió con determinación aquellos labios, transgresores de la más férrea voluntad. 

Can aceptó de buen grado el testigo amoldándose a sus movimientos rítmicos. Se enredaban con soltura, encajando como una maquinaria precisa, elaborada artesanalmente donde cada elemento posee su ranura hecha a medida. 

Una urgencia aplastante por tocar al otro surgió de forma espontánea. Sus manos cobraron vida inconscientemente. 

Sanem arañaba cariñosamente aquella mejilla oculta bajo la barba poco espesa y recortada que conseguía erizar sus emociones. 

Una mano cálida acariciaba su costado por encima de la tela de algodón mientras con la otra, Can la atraía hacia él empujando suave por detrás de su cuello. 

Algunas veces su oponente se dejaba caer hacia el sur, hasta la zona baja de su espalda, notando cómo a Sanem los músculos se le tensaban. 

Sin programarlo, Sanem enredó una de sus piernas entre las de Can quien ronroneó subiendo aquel muslo semi descubierto hacia arriba. 

Sentir ese choque electrizante en su piel provocó que rompiera el contacto con el fin de obtener oxígeno para sus pulmones. 

Cuando sus labios se separaron, se emitió un ruido muy particular que a Sanem le fascinaba. 

‐- Nunca te lo he dicho… pero me chiflan tus besos. No me canso de ellos. - Su respiración agitada chocaba contra la de él, no menos fatigado. 

Ambos sonrieron. 

‐- Creía que por la barba quizá… - hizo una mueca perfilando su perilla. 

‐- Me gusta… me hace cosquillas.- confesó mínimamente sonrojada. 

Ese rubor más distanciado de la vergüenza, correspondía ampliamente a que su temperatura corporal había aumentado con creces en escasos minutos. 

Una amplia sonrisa surcó unos hoyuelos en aquel semblante masculino. Con su mano derecha acercó la muñeca de Sanem a su boca, sembrando dos besos deliberados que arrancaron un suspiro interrumpido. Con parsimonia y esmero, fue marcando su terreno. 

Acariciándola, la palidez que poseía su piel fue desapareciendo.

‐- Por las noches suelo tener las manos frías.- Tragó saliva con dificultad.- Cuando me acuesto, me las caliento metiéndolas por debajo del pijama.

Conteniendo el fulgor de su mirada, observó atentamente aquellos ojos color azabache mientras introducía sus finas manos bajo su propia camisa. 

El estremecimiento que soportaron ambos fue como una descarga de alto voltaje. Un dulce alarido casi inapreciable se escapó al unísono como acto reflejo. 

Erkencikus: Escenas CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora