Imposible

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Finn:

Estaba conversando con Andrea como cada noche, riendo y disfrutando de cada gesto suyo que mi mente recreaba vívidamente. En esa ocasión, ella sugería la idea de tener un perro, argumentando que "a falta de hijos, mejor un perro". Sin embargo, para nosotros, tener una mascota era simplemente imposible, considerando nuestros horarios ocupados que apenas nos permitían estar en casa. Su principal argumento era que yo estaría más tiempo en Roma a partir de la próxima semana, mientras que ella regresaba y partía todos los días, lo que nos permitiría encargarnos del cuidado del perro.

Mi respuesta fue un rotundo no, pero ella insistía, tratando de convencerme con mil argumentos. Sin embargo, yo me mantenía firme en mi postura, consciente de que era una locura. Su rendición me hizo sentir mal, pues su expresión de resignación parecía denotar una profunda decepción. Por ello, le prometí que cuando ya no tuviera que trabajar en Nueva York y ella trasladara su empresa de Milán a Roma, podríamos considerarlo. Aunque al principio protestó debido al tiempo que faltaba para eso, finalmente accedió, sabiendo que no cambiaría de opinión.

Sin embargo, noté que estaba distraída, balbuceando y parecía nerviosa cuando tuve que repetirle mi pregunta dos veces. Esa señal me puso alerta de inmediato, pues sabía que cuando Andrea tramaba algo, ya lo tenía perfectamente planeado en su mente. Y si la idea ya había germinado en su cabeza, ni siquiera una cirugía cerebral podría sacarla de allí.

Lo que me ponía aún más nervioso era su divagación sobre el altruismo de repente. Sabía que eso significaba una cosa: lo que ella quería hacer, sea lo que fuera, yo lo iba a odiar. Y estaba claro que ella estaba dando vueltas para marearme y decirlo entre líneas, como solía hacer con su padre. Aunque nunca funcionó conmigo, ella seguía insistiendo.

- Es que quería explicarte algo, me puse a pensar, y creo que uno siempre debe ayudar desinteresadamente, porque no sabes que situaciones te pueden tocar vivir, y tampoco quien será el que te dé una mano, por eso, yo pienso, que a veces hay que ser compasivo, no importa si el otro lo merece o no... Pero también puedes ayudar y explicar que sería por única vez y .... - Andrea me estaba marcando, eso solía hacer cuando quería hacer algo y sabía que yo no estaba de acuerdo. Si la dejaba seguir hablando me iba a enredar

- ¡Shhhh! Detente ahí!! ¿Y por qué esa reflexión? ¿A qué viene? Trata de explicarlo en una sola oración, porque estoy casi seguro de que mi respuesta será No! - La interrumpí mientras repasaba en mi mente sus palabras.

- Porque te pones a la defensiva? ¡No seas tan desconfiado! Solo pensaba eso, que nosotros ayudamos, tú ayudas eres médico, y yo también puedo ayudar o no? - Su pregunta era tramposa, porque si decía que sí, iba a salir con cualquier cosa. Me quedé unos segundos en silencio y analicé lo que había dicho.

- Claro que puedes ayudar, pero no a Marcelo - Lo dije, pero cerré los ojos y rogaba estar equivocado.

- ¡Finn! ¡No dije nada aún! ¿Solo podrías escucharme? No es tan así... - Me hablaba de manera dulce y yo me quería morir, si era a él.

- Ni se te ocurra, no voy a escucharte. Jamás te digo qué hacer, jamás te prohíbo nada, no me corresponde. Pero ya hablamos de ese tema, y creí que había quedado claro... ¡No! De verdad, Andrea, piensa lo que quieras, puedes enojarte, decirme que te controlo y mandarme al infierno, pero la respuesta es No. - De verdad no quería escuchar nada sobre ese tema.

- ¿Por qué te pones tan intransigente? ¡Aún no dije nada! ¡No sabes lo que diré! ¡Solo escúchame! ¡Odio cuando no lo haces! - Protestó como una niña.

- Ok, tienes razón, no te dejé hablar, pero si en tu explicación se desliza el nombre de ese idiota, no te escucharé más, solo diré NO! - Le advertí, porque sabía que era eso, no me hacía falta pensar demasiado.

Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora