Prologo- La Invocación de Coatlicue

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20 de julio , año 1521

Habían transcurrido dos semanas desde que los invasores españoles lanzaron su más reciente y brutal embestida contra Tenochtitlán. Un pueblo que antes era muy próspero, ahora se encontraba en un estado de crisis como jamás lo habían vivido.

Desde su atalaya elevada en el Templo Mayor de la capital azteca, Cuauhtémoc, el líder y guerrero indómito, se erguía en lo alto de la majestuosa Pirámide Principal, observando con creciente desesperación el desolador panorama que se extendía a sus pies. Desde esa posición privilegiada, contemplaba cómo la gran metrópolis mexica, erigida por generaciones pasadas con esfuerzo y devoción, se desmoronaba lentamente ante sus ojos. Lo que una vez fue un símbolo de grandeza y admiración se desvanecía como el humo en el viento. El aire, que en otro tiempo hubiera estado impregnado de los exquisitos aromas de especias, flores y manjares preparados en los hogares, ahora se había vuelto denso y pútrido, saturado con la pestilencia de la muerte que parecía haberse instalado en cada rincón. Los cuerpos sin sepultura, víctimas de las misteriosas enfermedades que azotaban la ciudad y que habían sido propagadas por los invasores españoles, se acumulaban en las estrechas callejuelas, entremezclándose con la basura y los despojos.

El tlatoani apretó los puños con gran rabia impotente al recordar cómo esas plagas desconocidas habían diezmado a su gente de forma despiadada. Ni los más veteranos y sabios médicos tradicionales, ni los más expertos herbolarios lograban encontrar un remedio efectivo contra esas enfermedades foráneas. Era como si los dioses mismos hubieran negado a los mexicas el conocimiento para combatirlas. Las erupciones purulentas y las toses desgarradoras arrancaban el aire de los pulmones en accesos interminables, adelgazando los cuerpos hasta dejarlos como esqueletos vivientes antes de arrebatarles la vida entre sufrimientos agónicos. El hambre tampoco daba tregua a los sitiados. Con los fértiles campos de cultivo circundantes arrasados y todas las rutas de aprovisionamiento cortadas, conseguir los más básicos alimentos se había convertido en una cruzada desesperada contra la inanición. Los pocos graneros que aún atesoraban algunas reservas se vaciaban a un ritmo vertiginoso.

"¡Maldita sea la hora en que esos malditos invasores pusieron sus inmundos pies en nuestras tierras!"

Rugió el tlatoani, con la ira y la frustración desbordando en un grito desgarrador. Sus sienes palpitaban mientras trataba desesperadamente de pensar qué más podían hacer para resistir este asedio despiadado. Bajó los escalones de la pirámide, hasta llegar al suelo, con la mirada baja, reflexionando sobre qué acciones podrían tomar, aunque en realidad, se sentía impotente, consciente de que no quedaba nada más por hacer. Repentinamente, un grito rompió el silencio, obligando a Cuauhtémoc a girarse para encontrarse con el líder del reducido grupo de exploradores que aún sobrevivían en la ciudad. El guerrero, agotado por la larga travesía, llegó visiblemente exhausto, su aliento entrecortado revelaba la urgencia con la que había corrido para traer las noticias.

"¡Habla, macehual! ¿Qué novedades traes?"

Inquirió Cuauhtémoc con voz fatigada pero urgente, su mente ya preveía nuevos desafíos.

"Mi señor, mi grupo y yo avistamos a lo lejos un asentamiento recién erigido por los invasores españoles, a pocos kilómetros de aquí. Se están preparando para el asalto final y han recibido refuerzos abundantes de hombres y armas desde las costas. Ahora, suman cerca de 2000 soldados, bien equipados y abastecidos"

Informó el explorador, su tono grave transmitía la gravedad de la situación.

Un peso frío e insoportable pareció asentarse en la boca del estómago de el tlatoani, como si una enorme roca de hielo se hubiese instalado allí. La escasa y tambaleante esperanza que aún albergaba de lograr resistir el asedio español se evaporó en ese fatídico momento, disipándose como el vaho de un suspiro invernal. ¿Cómo, por todos los dioses venerados del panteón mexica, podrían sus mermadas y hambrientas huestes, diezmadas por las enfermedades y la inanición, hacer frente a semejante fuerza de hombres frescos, sanos, bien armados y abastecidos? La lógica aplastante de los números era inapelable: no tenían la más mínima oportunidad de prevalecer.

Giantess Coatlicue's (México-Tenochtitlán) +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora