Capítulo V: Sombras en el viento (II)

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Pasaron la primera noche en el recodo de un riachuelo que Zenit había designado como primer lugar de descanso. El sol ya se estaba ocultando tras las lejanas montañas occidentales cuando terminaron de preparar el campamento, que consistía en una hoguera de ramas amontonadas unas sobre otras y un saco en el que habían reunido todas las provisiones colgado de la rama baja más gruesa de uno de los árboles cercanos, de modo que quedara protegido de los depredadores nocturnos del bosque.

-No creo que ningún lobo se atreva a acercarse a nosotros mientras estén aquí los dragones -señaló una de las chicas cuyo nombre Arskel no recordaba-. Y si lo hiciera, la menor de nuestras preocupaciones sería que quisiera llevarse nuestra comida.

Alguien con sentido común, pensó el joven, recostado contra uno de los flancos de Ragnarök. La idea había sido de Cayn, quien por lo visto había aprendido aquel truco pero nunca lo había llevado a la práctica y, viendo la oportunidad perfecta para estrenarlo y hacerse el interesante, se había abalanzado hacia las provisiones para amarrarlas con una soga e izarlas a unos pocos metros del suelo. Al menos tenía buena intención.

-Un hechizo de esos de los vuestros para camuflar el olor hubiese bastado... y habría sido mucho más útil. Una cuerda no será suficiente para detener a otros dragones, si es que hay alguno por aquí cerca -secundó Valkiria.

-Bien, ¿y alguien sabe alguno de esos hechizos? -preguntó Cayn a la defensiva, cruzándose de brazos.

Además de él, había otros cuatro magos en el grupo -un número considerable, teniendo en cuenta que el don de la magia era escaso-. Shedeldra murmuró algo mirándose los pies, incómoda; Adara ladeó la cabeza y Zenit dejó escapar una carcajada seca.

-Creo que sería más rápido preguntar quién no lo sabe -sonrió Arskel poniéndose en pie y dando un paso al frente, divertido por el hecho de que su compañero desconociera un encantamiento tan básico como aquel.

Cayn entrecerró los ojos. Por unos instantes, dio la impresión de que iba a replicar algo, pero finalmente exhaló un suspiro cansado y se volvió.

-Haced lo que queráis -concedió. En su voz se podía discernir el entrechocar de los pedazos de un orgullo que acababa de desmoronarse.

Arskel casi se sintió mal por él, pero después se acordó de cómo le miraba siempre el chico. Miedo y desprecio, le había advertido Morrigan. Los que son demasiado cobardes como para atreverse a explorar los enigmas de la vida y la muerte nos temen y nos aborrecen al mismo tiempo. Como si él no lo hubiera notado ya. Había visto esa mezcla de sentimientos aflorar en los ojos de su propio padre; no le hacía falta que nadie le explicara qué era.

Haciendo todo lo posible por no pensar más en ello, se giró hacia Ragnarök y le palmeó el cuello con cariño.

-Tengo hambre -se quejó el gran dragón-. Dile al maniático de la planificación que o los demás se dan prisa en cazar o me lo como a él.

Zenit había propuesto hacer turnos para que los dragones cazaran, ya que de soltarlos a todos a la vez probablemente acabaran peleándose por las presas. Arskel había accedido a que Ragnarök fuera de los últimos, porque por si color le resultaba mucho más fácil pasar desapercibido de noche.

-¿Y qué le diríamos a su familia? -El príncipe le siguió el juego, deseando escuchar qué se le ocurría a Ragnarök, que nunca había tenido un sentido del humor demasiado normal. Notaba perfectamente cuándo su dragón intentaba animarle con chistes malos, y este sabía cuándo su humano necesitaba que le animaran.

-Mirad, os traemos al chaval, pero dentro de un dragón. Si adivináis de cuál, os lo devolvemos. -Su tono cambió a uno que reflejaba algo de añoranza-. Como esos juegos de taberna de los que me hablabas. Se llamaban triles, o algo parecido, ¿no?

El ladrón de dragonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora