Capítulo 43: Pecadores

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Brianna

Nunca había extrañado del todo el clima de mi natal Rusia; los incesantes inviernos fríos y sus veranos cortos. No extrañaba la nieve, las carreteras congeladas y los edificios grises; no extraña a mi escasa familia y mucho menos, alguna vez había sentido a Rusia, como mi hogar.

Por el contrario, a medida que más pasaba el tiempo, más sentía que mi existencia no tenía cabida en ningún lugar. No era buena socializando, no era la persona más graciosa y mucho menos tenía el don de hacer amigos con facilidad. Eso me había hecho cometer el error de confiar demasiado tiempo a personas innecesarias, cegándome, al no ver la cara real de sus acciones, y tal vez por eso, me daba miedo ponerle final a las personas cuando me aferraba.

No extrañaba el clima de Rusia, pero en momentos como ese, cuando me removía con intranquilidad sobre el asiento de cuero de ese lujoso auto y veía la fuerte lluvia, azotando en las ventanas, deseaba regresar a mi país y meterme en mi cama, donde hace algunos años, todo parecía más normal.

—¿Estás segura de tu decisión? —No quise mirar a Ethan y me alegré de que este mantuviera sus ojos fijos en la carretera.

Su madre, quien conducía el auto que iba frente a nosotros, había accedido a acompañarnos al internado, para plantarle en cara alguna mentira a la madre superiora y que me permitieran volver a ingresar sin que las consecuencias fuesen tan grandes.

Aunque no fuese a durar mucho tiempo más en dicho lugar.

—¿Alguna vez tienes seguridad de lo que no tienes certeza? —murmuré con la garganta seca.

—Sabes que van a llevarte ante el consejo disciplinario, eso igual a expulsión. —La forma en la que Ethan había dicho aquellas palabras, no había sido una desdeñosa o amarga, más bien cargado de incredulidad.

Lo sabía, era más que obvio que la hermana Socorro abriría un expediente de conducta en mi contra. Ya había recibido varias advertencias y llevarme ante el consejo disciplinario de San Jorge era lo mínimo ante actos que para el clero religioso eran pecados imperdonables.

Luego, llamarían a mi padre o a mis benefactores, los Belikov, y el resto de mi destino lo determinaría un grupo selecto de los profesionales del internado. Aunque, realmente no me importaba mucho destino.

No era pura, mucho menos casta.

Y justo ahora, lo prefería así.

—No pareces del todo segura.

Mi mirada cayó en mi regazo.

—¿Por qué haces todo esto por mí? —Aquella pregunta que me estaba carcomiendo, por fin se liberó de mis labios.

Durante días me había estado cuestionando la presencia fugaz de Ethan en la vida de Alec y en la mía. Su desinterés, el mero hecho de conocer más del mundo que nosotros dos y sus ansias de involucrarse sin obtener algo a cambio, eran una clara señal de sospecha.

No iba a admitirlo ante él, pero no atendía su actitud y eso desconcertaba. Nunca había solicitado su ayuda y ante mis ojos, cualquier persona que respirara mi mismo aire, podía ser un sospechoso.

Ethan soltó un suspiro y como si tuviera la capacidad de ver a través de mis pensamientos, agregó:

—Sé de alguien que pidió ayuda a gritos y no la recibió. —Su expresión se mantuvo. Imperturbable, excepto por la ligera tensión que hubo en su mandíbula—. También sé que ella hubiese podido tener una vida diferente si hubiese conservado algo de humanidad. No vas a comprenderlo, pero digamos que estoy resarciendo mis pecados... casi como una obra de caridad.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora