Los Güijes de la Navidad

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Érase una vez una pequeña casa de madera cercana a un lago, donde vivía feliz la niña llamada Melocotón junto a su abuela y su padre. La vida campestre era su favorita pues no conocía otra. Descubrir cosas interesantes a su alrededor era su pasión; el por qué las orugas se vuelven hermosas mariposas o por qué el riachuelo se lleva el agua del lago a otra parte y este nunca se acaba. Las tardes que su padre iba de pesca, ella se las arreglaba para escapar de la abuela e irse a ver los peces de colores siendo atrapados por la vara de pescar.

Un día cercano a la navidad la abuela se sentó a contarle una historia de su infancia; resultó ser que cuando era niña en el lago habitaban unas criaturas extrañas a las cuáles las personas le tenían miedo por ser malhumorados y maldacientos; los llamaban Güijes porque eran tan negritos como el melado de azúcar quemada y siempre andaban solos porque nunca se ponían de acuerdo de hacia donde ir o qué hacer.
Melocotón emocionada por la historia que había escuchado, salió a la mañana siguiente en busca de los seres extraños sin hallar rastro alguno de veracidad. Días antes de la ansiada navidad encontró cerca de una ceiba, las marcas de unos pies diminutos, paso a paso siguió las huellas hasta donde se detenían y al mirar entre las raíces del árbol dejó escapar un gritico del susto.

- Pero ¿qué cosa eres tú? - preguntó la niña.

- Soy un güije - respondió una diminuta voz tanto como su tamaño y era tan oscuro como la más negra de las noches.

- ¿ Y eso qué es?

- Un güije ya te dije.

- ¿ Tú vives en la laguna? - interrogó de nuevo la curiosa Melocotón. El güije asintió y dijo un poco tímido: - Vivo en el lago junto a mis hermanos ¿quieres venir conmigo?

La niña feliz aceptó la invitación de su amigo, adentrándose a las frías aguas. Aguantó la respiración y se hundió bajo ellas llevada por la mano de la criatura. Unos segundos después salieron a la superficie en el interior de una montaña. En la parte más alta había una grieta por la cual entraban los rayos del sol que al reflejarse en un puñado de cristales emitían luz a todo el interior. Muchos pájaros de colores llegaban y salían a toda prisa. En un costado de la base había un jardín lleno de flores donde pequeños güijecitos hacían guardia, regaban las flores y arrancaban las malas hierbas.

- ¡Qué mundo tan maravilloso es tu casa ! - exclamó Melocotón asombrada - pero, ¿qué le ocurre a esa flor?

- Es un nacimiento - dijo el güije y prosiguió - Todos los güijes vienen de una flor, así nacemos. Nos alimentamos de las plantas que crecen en el interior del lago aunque nos gusta la champola de las guanábanas que crecen en lo alto de la montaña y bebemos el agua de manantial que aquí nace. El lago es nuestro hogar y nuestra protección.

La fantasiosa niña observaba cada rincón de la gruta donde las extrañas criaturas hacían labores diferentes, su atención total se enfocó a las cajas pequeñas y grandes con envolturas de colores.

- Y ellos ¿ qué están haciendo con todos esos regalos? - preguntó a lo que el güije orgulloso respondió: - Lo devolvemos a sus dueños en navidad, son los juguetes extraviados u olvidados por los niños.
-¡ Qué cosa más bonita ! - chilló emocionada, en ese momento pensó que tal vez ellos tendrían su muñeca perdida y que quizás ya estaba empaquetada- ¿cómo es que saben a quién le pertence? ¿acaso ponen espías para ver quién lo pierde?

- Lo sabemos porque las aves lo cuentan cuando visitan la montaña y los peces traen los juguetes para que los devolvamos.

Melocotón regresó a casa feliz. La abuela le dio una mirada regañona al verla con las ropas mojadas, mientras ella alucinaba con el fascinante mundo que había conocido.

La mañana siguiente un ruido la despertó sobresaltada. Un grupo de hombre en grúas, escavadoras, carros cargados con enormes tuberías y otras herramientas habían cerrado el perímetro del lago.

- ¿ Qué sucede abuela? ¿Qué hacen esos hombres? -interrogó asustada por el panorama.

- Tranquila mi niña. Esos hombres harán que el agua del lago llene grandes envalses y luego nos llegue a todos a través de las tuberías - explicó calmada la anciana.

- Pero abuela ... ¡No pueden secar la laguna, allí viven los güijes! Es su casa, si la destruyen todos descubrirán que están ahí. Ya no habrá quién entregue los juguetes perdidos. Los peces de colores morirán y los pájaros no tendrán a quién contar los secretos. Se arruinaran las plantaciones de guanábana en la montaña y ya no habrá la champola que les gusta, y ,¿qué pasará con los güijecitos que nidan en las flores podrían morir? - argumentó Melocotón sobresaltada.

La abuela sorprendida por la reacción de la pequeña comenzó a reír con ternura marchándose de la habitación.

La niña a toda prisa, escapó por la ventana que da al jardín sin que se dieran cuenta y siguió el camino mostrado por el güije escabulléndose por donde crecía la ceiba.

Cuando llegó a la cueva y contó lo que los hombres pretendían hacer, todos decidieron interrumpir sus actividades y mostrarse una vez más como criaturas maldacientas solo para proteger su hogar.

Cuando los invasores encendieron sus máquinas en dirección al lago, de él emergió algo extraño. Pequeños seres muy oscuros aparecieron en todos los lugares causando el caos. Los hombres corrieron de un lado a otro y detrás de ellos los güijes.

La noche de la ansiada navidad fue tranquila en la casa cercana al lago, llena de sonrisas, cantos; envolturas de colores cubriendo cajas grandes y pequeñas debajo del árbol navideño.

Y allí, recostada al tronco iluminado, sentada sobre el blanco algodón de nieve con las vestimentas hechas por la abuela y los cabellos trenzados se hallaba la muñeca perdida junto a una pequeña florecilla blanca.

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