xviii. Grieve

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EL SONIDO de la bala retumbó por mis oídos.

Carl acababa de perder a su madre.

Quise acompañarlo, realmente lo intenté, pero simplemente no fui lo suficientemente fuerte como para ayudarlo.

Carl había tenido que disparar a su propia madre, y lo único que yo pude hacer fue bajar la mirada.
La culpa me carcomía, ¿que clase de amiga hacía eso?

Mi mamá me soltó por unos segundos para abrazar a Carl y no me quejé, pues él lo necesitaba más que yo. El ojiazul tan solo se quedó parado, con la pistola en la mano y cabeza gacha, llorando. Nunca le devolvió el abrazo a mi mamá, pero tampoco se movió para rechazarlo.

Acabábamos de perder a Lori.

Nada de eso se sentía real. Primero T-Dog y luego Lori, ¿Quien seguía?

Laura bajó corriendo al escuchar el disparo. Sus ojos azulados se abrieron al ver la escena, e inmediatamente se cubrió la boca con la mano, lágrimas luchando por caer.

—¿Que...?—La voz se le entrecortó, y antes de que pudiera terminar la oración Maggie regresó, con el bebé en manos, y nos guió hacia afuera.

Carl caminó más rápido que el resto, sus lágrimas habían parado de un segundo a otro y ahora lo único que se podía ver en su rostro era furia.
No se molestó en si quiera confirmar si habían caminantes antes de salir del pequeño cuarto.
Por un momento pensé en que quizás ya no le importaba. Parte de mi no lo podía culpar, después de todo lo que había pasado, ¿quien podía? Pero la otra parte sabía que ese no era Carl, que el no se rendiría así de fácil.

No podía rendirse así de fácil.

Nadie habló durante el corto tramo hacia el patio. La verdad es que no necesitábamos hablar para entender como nos sentíamos, y tampoco hubo algún otro caminante que nos molestara durante el camino.

Maggie intentó agarrarle la mano a Carl, o al menos apoyarlo de alguna manera; pero el menor se rehusó.

La luz del exterior me cegó por unos segundos, en contraste con la oscuridad de los pasillos. Los rayos del sol me aturdían la vista. Los llantos del bebé tampoco ayudaban.

Apenas salimos Rick volteó a vernos, o más específicamente, a ver a sus hijos. La expresión en nuestros rostros lo decía todo, pero el no parecía dispuesto a aceptarlo.

Mi papá y Daniela corrieron hacia nosotras, envolviéndonos en un gran abrazo. No pude evitar derramar más lágrimas, pero rápidamente me las limpié. Nuestro abrazo tampoco duró mucho.

A pesar de que había sol, el día se sentía muy aciago, y los llantos de Rick no ayudaban en nada. Aunque nadie podía culparlo, el pobre acababa de perder a su esposa.

Heaven || Carl GrimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora