11- Sukuna y el hechicero.

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Haruki no era el mejor de los hechiceros. Tampoco era un mal hechicero. Solo era un hechicero común, con pocas habilidades más allá de las básicas y una técnica maldita que ni siquiera tenía un nombre por lo sencilla que era. Parecida a la técnica del discurso maldito, pero no tan fuerte. Haruki debía cantar, en lugar de hablar, si quería usar la energía maldita para causar algún daño. Aunque en teoría no parecía una técnica tan descabellada, Haruki tenía una voz horrible. Siempre que se detenía a cantar, tanto hechiceros como maldiciones huían irritados por su voz.

Haruki prefería no usar su técnica y en lugar de ello hacía uso de armas con energía maldita. Maki Zen'in solía prestarselas por lástima.

Honestamente Haruki se sentía un poco inútil al lado de sus compañeros.  Antes se sentía promedio. Antes de conocer a Yuuji, Megumi, Nobara, Maki y Gojo Satoru. Desde que conocía a esos hechiceros, Haruki sentía que no era más que una carga para los hechiceros de Japón. Él no aportaba ni siquiera lo mínimo a la humanidad.

Haruki se sentía inútil.

—¡Ha-ru-ki!

Haruki levantó la cabeza al oír la voz de Yuuji acercándose. El pelirosa se sentó junto a él con una sonrisa, apoyando la cara sobre su antebrazo del mismo modo en que Haruki lo hacía. Con su mano libre revolvió el cabello de Haruki.

—Oye, no te ví en la clase hoy. ¿Por qué faltaste?— cuestionó Yuuji con una de sus miradas más tiernas.

Haruki sonrió débilmente. Ah, Yuuji era realmente un rollo de canela.

—Me sentía mal.

—¡¿Estás enfermo?! Haruki, tenemos que llevarte al médico.

—No estoy enfermo— se apresuró en decir Haruki. —Solo me dolía la cabeza.

Yuuji no parecía muy convencido, pero se encogió de hombros y sonrió.

—Bueno, descansa un poco. Te traeré ramen más tarde…— Yuuji frunció el ceño de repente.

Haruki notó el cambio y miró a Yuuji con detenimiento. No veía nada fuera de lo común hasta que poco a poco unos labios ocuparon la mejilla de Yuuji y una sonrisa muy afilada apareció.

Haruki retrocedió.

No era secreto para nadie que Yuuji llevaba en su interior a Sukuna, rey de las maldiciones y quizás el ser más poderoso del mundo. De vez en cuando Sukuna se hacía notar, a través de pequeños gestos o en este caso sonrisas inhumanas que estremecían a quien estuviera mirando. Haruki lo había visto solo dos veces. Siempre que sucedía sentía escalofríos y una opresiva necesidad de huir. Era el efecto de Sukuna en las personas.

Haruki apartó la mirada.

Yuuji no tardó en excusarse y desaparecer, dejando a Haruki con una sensación incómoda.

Haruki se levantó para ir hacia su habitación en la academia. Saludos a quienes encontró en el camino y se encerró en su habitación, suspirando. Sin más que hacer se dirigió al espejo. Hizo la mueca usual al verse en el espejo.

Su apariencia era extraña.

La madre de Haruki una vez le dijo que apariencia era peculiar debido a que le pidió una bendición al dios que protegía su pueblo, luego de saber que Haruki nacería muerto. Haruki jamás se molestó en preguntarle a su madre qué clase de dios pagano le daría la vida y un cabello blanco como la nieve, con ojos de distintos colores. Su madre jamás habló de ello, y Haruki jamás preguntó. Decidieron el silencio.

Haruki se recogió el flequillo con una pequeña pinza y observó sus ojos. El derecho era rojo, mientras que el izquierdo tenía una coloración azul.

Haruki suspiró y se fue a acostar.

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