Soy Raphel

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Jeffrey despertó con el alboroto que armaron los hombres bestia: corriendo, gritando y murmurando cosas inentendibles para cualquier alma recién despierta. Confundido, nuevamente vio que Klaus no estaba, y, ya medio adaptado a esta situación, como si nada. Ni sabía por qué el revuelo pero poco le importaba, la verdad.

Cuando salió de sus aposentos vio a un grupo de gente afilando cuchillos en la madera de las columnas. Le pareció algo sencillamente raro, y hasta se le ocurrió preguntar:

—¿Qué diablos hacéis? ¿Os preparáis para la guerra o qué? —bromeó, pero los colmillos del hombre leopardo le dijeron otra cosa con su maquiavélica sonrisa. Bajó sus orejas y buscó a Klaus con la mirada, y luego salió corriendo en alguna dirección aleatoria. Llegó hasta la habitación de Jack sofocado, y vio a Otto mordiendo un trozo de pan sentado en la cama.

—Otto... ¿Y Klaus?

—Raphel se lo llevó temprano en la mañana. Vamos a iniciar una guerra dentro de... no sé, treinta minutos, y él se lleva al enano estorbo. Nos hace un favor.

—Oh... ¿sabes a dónde se lo llevó?

—¿Crees que me importa?

El gliffin bajó las orejas y se alejó. Otto odiaba a Klaus por alguna razón, pero indagar ahí era meterse en tierra minada. Caminó, esquivando rápidamente las carreras desesperadas del resto de hombres bestia. Dio con Jack, quien se detuvo antes de aplastarlo con su enorme pata animalizada.

—¿Buscas a Klaus? Raphel se lo ha llevado a las montañas a un kilómetro de aquí... ¿Te importaría ir y pedirle que vuelva?

Jeffrey sonrió para sus adentros.

—Claro, ¿hacia qué dirección?

—Sur.

El azabache salió corriendo hacia el sur de la aldea de hombres bestia, y se perdió en los bosques.

Por su lado, Klaus veía con gran duda a Raphel, y luego al suelo, donde había una pequeña cantidad de villed muertos por segunda vez. Alzó una ceja, y el híbrido sonrió antes de rugir con toda la fuerza de su garganta, haciendo que la tierra se estremeciera y las aves y los animales en general huyeron despavoridos. Klaus al principio miró confundido, pero luego los cadáveres empezaron a moverse y él dio un paso hacia atrás, sorprendido y en parte asustado.

Los muertos rugieron y caminaron torpemente hacia Raphel, quien sacudió su cabeza unas dos veces antes de volver a rugir. Sus ojos rojos brillaban echando chispas ardientes. Luego volteó a ver a su pupilo.

—Cuando era humano fui condenado a la horca por brujería —contó—. Me habían visto practicando magia negra en terrenos de la Iglesia, y me agarraron. Cuando fui a morir, justo cuando pateaban el taburete que me mantenía respirando, vi al demonio con el que pacté años atrás. Me concedió mi deseo... y pensaba que se estaba tardando, eh...

Klaus abrió mucho los ojos.

—Mi cuerpo se transformó en... esto —Se tocó el pecho peludo de animal—, maté a todos los humanos que me impidieron huir y me interné en los bosques. Un día descubrí la habilidad de la nigromancia, cuando rugí cerca de un oso asesinado por cazadores y sus estúpidas trampas... Luego seguí perfeccionando y ahora puedo comandar ejércitos de muertos sin alma... al menos por ahora. Quiero que lo intentes... Klaus —Le extendió el cuerpo gélido y sin vida de un niño, y luego lo dejó caer al suelo—. Vamos, solo tienes que rugir.

El albino lo pensó por un tiempo. Cuando finalmente tomó la decisión, carraspeó y rugió con fuerza. Nada pasó. Volvió a probar, pero tampoco nada. Confundido, lo intentó más fuerte, y nada. Enojado, Klaus mordió el cuerpo y rugió contra la piel muerta. Nada otra vez.

The Boy Who Became a MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora