Cinco años después de Amanecer, las cosas parecen ir relativamente bien tanto para la familia Cullen como la manada de los Quileute.
Sin la amenaza constante de Aro y el resto del clan Vulturi, se podía respirar la paz y la calma en el ambiente.
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LO PRIMERO QUE NOAH NOTÓ al entrar al edificio fue la calidez que había dentro. Afuera, Forks estaba cubierto por una neblina densa y un frío persistente que se filtraba hasta los huesos, pero en el interior de la escuela, el ambiente era más acogedor, casi como un refugio contra el clima gris del exterior.
Escaneó su entorno con ojos críticos. La escuela no era tan grande como su antigua preparatoria en California, donde los pasillos estaban repletos de cientos de estudiantes y el sonido constante de voces llenaba cada rincón. Aquí, en cambio, todo se sentía más contenido, más pequeño. Había leído que la población estudiantil apenas superaba los trescientos cincuenta alumnos.
— Vaya... — murmuró Nathan con asombro.
Noah desvió la mirada hacia su mellizo con curiosidad.
— ¿Qué?
Nathan abrió la boca para responder, pero justo en ese momento, una figura apareció de la nada frente a ellos, haciendo que ambos dieran un leve respingo.
— ¡Sonrían!
Antes de que pudieran reaccionar, un destello cegador los golpeó de lleno. Noah sintió el destello quemarle la vista y parpadeó rápidamente en un intento de recuperar la visión. Su instinto fue dar un paso atrás, su cuerpo tensándose al instante. No le gustaban las sorpresas, y menos las que involucraban luces brillantes explotando en su cara.
Cuando su visión finalmente dejó de ser una mancha blanca, distinguió a una chica de cabello negro y rasgos asiáticos que los observaba con entusiasmo. Llevaba unos lentes de montura redonda y una cámara instantánea en las manos, que sostenía con aire triunfal.
— Lo siento — se disculpó, aunque no parecía realmente apenada —. Me gusta tomar fotos de los estudiantes en su primer día de clases.
Noah no respondió de inmediato, aún recuperándose del impacto. No entendía por qué alguien sentiría la necesidad de hacer algo así, pero la chica parecía tan cómoda con su invasión del espacio personal que Noah supuso que no servía de nada quejarse.