Técnica

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Autora: Cynthia Lorenzon

Perfil: cyncym

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La ropa empapada le helaba las manos, y la humedad en el aire solo lograba que ese frío se calara en sus huesos. Estrujaba el siguiente mantel cuadrillé con toda a fuerza de la que era capaz, cuando comenzó a oír un sonido quedo y repetitivo a la distancia. Hachazos. Seguramente provocados por ese muchacho que había llegado al rancho de improviso. Era incómodo tener un extraño allí, con la familia. Y más uno tan... extraño. Callado y con esa mirada perturbadora. Temía por sus hijas. Aunque su esposo no había entrado en detalles acerca de quién era, sabía que cualquiera de sus amigos del pasado podía ser un hombre peligroso... Y ni siquiera era útil para colaborar con el rancho, herido como estaba. Recordar su brazo vendado hizo que detuviera su actividad y se incorporara, mientras secaba sus manos en la tela del delantal.

Él no debía estar haciendo eso. Ni siquiera serviría que lo intentara, no con una sola mano. Prefería que no hiciera nada con tal de que sanara pronto, y se fuese de allí cuanto antes. Abandonó las telas tendidas ondeando con el viento para dirigirse hacia aquel sonido, que oía más cercano y contundente a cada paso, a pesar de los mugidos y los cacareos.

Vio su figura a la distancia y, tal como lo había supuesto, intentaba cortar la leña con su único brazo sano, mientras el otro descansaba atrapado en su cabestrillo. Delgado, desaliñado y no muy fornido, con un cigarro entre los labios. Ni siquiera ponía empeño en la tarea. Ella resopló.

—No deberías hacer eso.

Él pareció sorprenderse por el sonido de su voz, congelando sus movimientos al oírla. Bajó el hacha con parsimonia mientras su penetrante mirada se clavaba en sus ojos... y en su cuerpo. La piel de Annie se erizó. Apretó las muelas, aun más molesta con su esposo por recibir forasteros. Hasta que el hombre liberó sus caderas del amarre de esa mirada, para acomodar otro leño en su sitio. Volvió a balancear el hacha hacia atrás, mientras Annie notaba con recelo los marcados bultos en la musculatura de su brazo tensado.

Otro hachazo. El golpe había parecido vago e impreciso, pero el resultado era bueno, el leño había sido partido por su centro exacto.

Él volvió a posar su mirada profunda en ella.

—Se acerca una helada —dijo, al cabo de unos segundos, con una voz suave y cadenciosa que la tomó por sorpresa. Volvió a tomar el siguiente leño mientras ella se aproximaba aun más.

—Lo sé. Pero yo lo haré. No deberías esforzarte así, solo retrasarás tu curación. Puedes ordeñar las vacas, o cualquier otra cosa. Hay mucho por hacer —explicó ella.

Se inclinó a su lado para tomar el hacha que él seguía teniendo en la mano. Era la única grande, la correcta para el grosor de esos leños. Pero él la aferraba con firmeza. Annie notó otra vez el peso de sus ojos, que recorrían cada centímetro de su piel expuesta con la avidez de un perro hambriento frente a un animalillo desprevenido. Estuvo a punto de soltarla, incómoda ante el tacto de sus inquietantes ojos, pero aferró el mango con más fuerza aun, moldeando sus palabras en sólidas órdenes.

Él bajó la cabeza un poco, mientras una de las comisuras de sus labios se elevaba unos milímetros. Soltó el mango, que ella lo tomó por completo con ambas manos, desafiando a esa mirada penetrante con la propia. Luego prosiguió a dar un rápido hachazo al leño, que lo partió en un extremo. Miró al muchacho de soslayo antes de continuar, notando que permanecía estático en su sitio, inalterable. No volvió a mirarlo. No era necesario, sabía que seguía ahí, podía notarlo por el rabillo del ojo. Comenzó a sentirse demasiado consciente de cómo sus pechos se sacudían con cada estocada, hasta que, en el quinto hachazo, la hoja se atoró en el centro nudoso del tronco.

—Mierda... —susurró, mientras intentaba quitarla de un tirón. Lo aplastó con el pie y volvió a intentarlo; dos, tres, cuatro tirones, pero el filo seguía empotrado en el leño.

Bufó, entendiendo inútiles sus esfuerzos. Y cuando soltó el mango para dar un respiro notó que, tal como había imaginado... ahí seguía él. La sangre escaló a sus mejillas en un solo pestañeo en cuanto se dignó a mirarlo y lo vio tan tranquilo, apoyado en un tocón, contemplándola con una sonrisa enorme mientras reposaba su cabeza sobre una mano.

Abrió la boca para decir algo, sin saber muy bien qué, pero la cerró enseguida al verlo erguirse y acercarse a su lado, todavía con esa sonrisa impresa en el rostro. Annie presionaba los dedos contra el mango. Él solo se colocó a su lado, muy cerca, y exhaló una última bocanada de humo antes de arrojar el cigarrillo entre la hierba. Luego posó una mano caliente sobre la suya, la cual apretó aun más alrededor de la madera, mientras él la rodeaba. Todo su cuerpo desprendía calor.

—¿Qué...—comenzó a decir ella, pero su confusión excedía su capacidad de palabra.

Él se quedó detrás de ella, mientras envolvía con su mano fuerte y callosa a esa otra, fría y delicada.

—¿Esta es tu mano favorita? —preguntó él cerca de su oreja, con esa voz acompasada y gentil que había llamado tanto su atención.

Se giró para verlo. Estaba a pocos centímetros de su rostro. Notó una cicatriz alargada cerca de su nuez prominente, y que sus ojos avellana tenían pequeñas chispas oliva. No estaba mirándola, por una vez, tenía la vista fija en el leño y en la hoja del hacha atorada en él. Ella asintió, intentando humedecer su garganta con un trago de saliva que no quería pasar.

—No importa tanto la fuerza —dijo él. La tibieza de su aliento acariciaba su piel, mientras su mentón rozaba el lóbulo de su oreja—. Es la técnica. Esta mano —tomó esa mano que envolvía con la suya y la movió más arriba que la otra—, debería estar por aquí. Y... esta pierna... —de pronto su mano comenzó a arrastrarse por los pliegues de su vestido, recorriendo su cintura y su cadera, y su corazón a empezó galopar desbocado cuando sintió que alcanzaba su muslo y se deslizaba por la cara interna del mismo, sobre la tela. Hasta que apretó su carne, empujando esa pierna hacia sí—, esta pierna debería estar más atrás. Por aquí.

Ella entendió que solo estaba acomodándola como a un títere inanimado. Pero su corazón no volvió a acompasarse durante un buen rato.

Él tomó el hacha por el mango y la soltó de un fuerte tirón. Luego se la tendió, y alejó unos metros, para volver a colocar el pié en el tacón y a apoyarse sobre su rodilla.

Ella lo observó unos segundos antes de aferrar el hacha con firmeza una vez más, lista para retomar y volver a arremeter contra ese leño. Y sí, sorpresivamente para ella, sí fue un poco más fácil esta vez.

Él la contempló con una minúscula sonrisa durante unos minutos. Hasta que su sonrisa se desvaneció. Entonces dio media vuelta y se retiró.

Y una extraña sensación invadió a Annie mientras él se alejaba.

Con todos lo sentidos. RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora