Sabor en los labios

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Autora: Carolina Londoño

Perfil: carolondo

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Cómo todas las tardes, Amalia fue a la biblioteca. Era su lugar favorito, el espacio que encontraba para perderse en mundos diferentes a su realidad. Se dirigió a la mesa de siempre. Después de mucho probar, este era su lugar preferido, allí, no la molestaban los que pasaban a buscar libros, o los estudiantes que llegaban con sus amigos, a hacer tareas y ruido.

Algo en su cuerpo se estremeció, al ver que estaba ocupado. Quiso gritarle que se quitara, que ese era su sitio, pero su educación y modales no se lo permitieron. Solo intentó mirarlo con disgusto, aunque él, ni se percató de su presencia.

Caminó unos pasos más y se ubicó en la mesa del frente, así podía observarlo y dirigirle una mala mirada, de vez en cuando.

Dejó las cosas en la mesa y fue hasta la estantería, por el libro de siempre, ya faltaban pocas páginas por terminar. Se sentó y comenzó a leer. De repente, sintió un movimiento en la mesa del frente. Notó que su rival de puesto, se había levantado. Luego, observó que fue hasta la estantería dónde estaba su escritor favorito y tomó uno de los libros que más le gustaba, lo reconoció por el color y las letras color esmeralda, que lo resaltaban. Amalia no sabía cómo reaccionar, aquel hombre estaba leyendo lo que ella disfrutaba. Su libro, estaba recomendándole a alguien.

El misterioso hombre, volvió a su puesto. Llevaba su libro favorito en las manos. Con este gesto, se había generado en ella, un imán automático. No podía dejar de observarlo. Notó como tomaba, cuidadosamente con sus fuertes y musculosos brazos, el libro. La camiseta que traía, mostraba un cuerpo trabajado. Podía percibir los músculos de su pecho y abdomen por encima de ella. En uno de sus brazos, tenía dibujado un lobo. El tatuaje negro, cubría la mayor parte de su antebrazo, solo tenía marcado el color, de sus penetrantes ojos azules. El lobo estaba sentado, aullándole a una mágica y blanca, luna llena.

Detalló su cabello negro, que caía un poco sobre su rostro, luego, sus cejas pobladas y casi unidas en el centro. No podía observar el color de sus ojos, que se encontraban concentrados en la lectura, hasta que levantó la mirada, encontrándose con los ojos color miel de Amalia. Se había percatado que alguien lo observaba. Ella, bajó rápidamente su rostro enrojecido, pero alcanzó a observar por un momento, esos ojos color cielo, iguales a los del lobo, que la invitaban a continuar observándolo.

Amalia simuló concentrarse en el libro, pero no podía dejar de pensar en aquel ser que tenía al frente, maldijo aquel sitio en el que se ubicó, maldijo sentirse intimidada. Intentó continuar con la lectura, hasta que sintió una voz, cerca de su oído.

—¿Hola, me puedo sentar aquí? Me aburrí un poco en la silla del frente, la bibliotecaria me advirtió que alguien podría venir a reclamarla. Imaginé que eras la dueña, por cómo me veías hace un rato —mencionó, esbozando una pequeña sonrisa.

Amalia quedó hechizada, hacía tiempo no sentía una atracción que llegara a lo profundo de su ser. Después de unos segundos, reaccionó.

—No... Los puestos no son de nadie, si quieres puedes quedártelo. Lo uso porque después de probar varios, se convirtió en mi lugar favorito.

—Ah, ¿sí?, ahora es todo tuyo. ¿Y qué estás leyendo? —dijo, mientras leía el título en la carátula del libro. —Me encantó ese libro. ¿Viste que en ese estante, está el último del autor? — mencionó, dirigiéndose al lugar que señalaba.

Amalia se paró de la silla como un resorte, hipnotizada por esa voz grave y suave a la vez, que se había incrustado en sus oídos, además de su fragancia que la invitaba a disfrutarla más cerca. Era una mezcla de una estructura amaderada, con la frescura de la naturaleza, y tintes de resinas, inciensos y lavanda.

Fueron hasta la estantería, observaron algunos libros, discutieron en voz baja sobre ellos y se sentaron en un rincón solo y oscuro, a continuar con la tertulia. Allí estuvieron un par de horas hablando de historias, lugares, política y filosofía. Cada palabra dicha por ambos era un aliciente para seguir escuchándose y conociéndose. Ella admiraba cada conocimiento de su interlocutor. Y él disfrutaba sus discusiones, sus gestos al hablar, su mirada penetrante y profunda y su interés por cada tema tratado.

Luego, seguido por un impulso invisible, tomó la mano de Amalia y comenzó a besarla suavemente. Ella, fascinada por su presencia, su aroma e inteligencia, se dejó llevar. Acercó su rostro al de él, hasta rozar su nariz con su incipiente barba y disfrutó su olor. Sin percibirlo, emitió un suspiro, que incitó más a su acompañante, ocasionando que le diera un beso en la mejilla, luego otro y después otro, hasta que sus bocas se encontraron. Se besaron con deseo y emoción, allí, en el lugar favorito de ambos.

Él, comenzó a darle suaves besos en su cuello, que producían dulces cosquilleos en Amalia. Quería recorrer todo su cuerpo, reventar cada botón de su blusa y continuar el recorrido por sus pechos, abdomen y piernas.

Estaban tan concentrados, uno en el otro, que no se percataron que la bibliotecaria estaba a su lado, observándolos con curiosidad y recelo.

—Chicos, este no es el lugar.

—Disculpe, ya me voy —dijo Amalia, levantándose bruscamente, con el pulso acelerado, evitando mostrar su rostro, que tenía tintes de color por la vergüenza de sentirse descubierta.

—¿Cuál es tu nombre? —mencionó, mientras continuaba sentado en el suelo, apoyando el libro sobre su entrepierna. Conservando el sabor en los labios, de su compañera.

—Amalia, ¿y el tuyo? — respondió, mostrando una sonrisa de complicidad, cómo una especie de promesa para encontrarse, en un nuevo rincón.

—Amalia, cómo el libro de José Mármol. Mi nombre es Miguel. ¡Todo un placer, Amalia!

Con todos lo sentidos. RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora