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Boromir se llevó al Mediano, Eldar tomó a Merry y Pippin, Legolas a Sam

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Boromir se llevó al Mediano, Eldar tomó a Merry y Pippin, Legolas a Sam. Aragorn yacía estupefacto ante la escena, aun sin creer que se había ido. Boromir y Eldar llamaban a gritos al Hombre para que los siguiera fuera. Todos afuera, corrieron un par de pasos antes de desplomarse, Boromir frenaba a Gimli, Merry trataba de reconfortar a Pippin aunque él también lloraba. Eldar respiró profundo y contuvo las lágrimas mientras sostenía el hombro a su primo. Sam se sentó un momento.

—Ay, temo que no podamos demorarnos aquí— dijo Aragorn. Miró hacia las montañas y alzó la espada—. ¡Adiós, Gandalf! Dejemos de lado la esperanza, al menos quizá seamos vengados...

—Eres el Hombre que encarna la esperanza misma, no me hables ahora de desgracia...

—Tú has visto...

—Sí, al igual que tú— lo sostuvo del mentón para que lo encarara.

—Apretemos las mandíbulas y dejemos de llorar, ¡vamos! Tenemos por delante un largo camino y muchas cosas todavía pendientes.

—Aragorn— llamó Boromir

—Legolas, levántalos.

—¡Dales un momento! Ten compasión.

—Para el ocaso, esta zona rebosará de orcos.

—Hermano...— se acercó Eldar.

—Debemos llegar a los bosques de Lothlórien.

—No se van a mover— sus ojos se cristalizaron—, dales sólo un momento.

—Ven, Boromir— lo sopesó un momento—. Legolas, Gimli, levántenlos.

—Ponte de pie, Sam— Eldar palmeó el pecho de su hermano antes de ir por el Mediano.

—¿Frodo? ¡Frodo! — el Mediano giró sobre sí y se vio su rostro rojo.

Se incorporaron y miraron alrededor. Hacia el norte el valle corría por una garganta oscura entre dos grandes brazos de las montañas, y en la cima brillaban tres picos blancos: Celebdil, Fanuidhol, Caradhras, las Montañas de Moria. De lo alto de la garganta venía un torrente, como un encaje blanco sobre una larga escalera de pequeños saltos, y una niebla de espuma colgaba en el aire a los pies de la montaña.

—Allá está la Escalera del Arroyo Sombrío— dijo Aragorn apuntando a las cascadas—. Tendríamos que haber venido por ese camino profundo que corre junto al torrente, si la fortuna nos hubiese sido más propicia.

—O Caradhras menos cruel— dijo Gimli—. ¡Helo ahí, sonriendo al sol!

Amenazó con el puño al más distante de los picos nevados y dio media vuelta. Al este el brazo adelantado de las montañas terminaba bruscamente, y más allá podían verse unas tierras lejanas, vastas e imprecisas. Hacia el sur las Montañas Nubladas se perdían de vista la distancia. A menos de una milla, y un poco por debajo de ellos, pues estaban aún a regular altura al costado oeste del valle, había una laguna. Era larga y ovalada, como una punta de lanza clavada profundamente en la garganta del norte; pero el extremo ser se extendía más allá de las sombras bajo el cielo soleado. Sin embargo, las aguas eran oscuras: un azul profundo como el cielo claro de la noche visto desde un cuarto donde arde una lámpara. La superficie estaba tranquila, sin una arruga. Todo alrededor una hierba suave descendía por las laderas hasta la orilla lisa y uniforme.

—Seguro que aquí es.

—He ahí el Lago Espejo, ¡el profundo Kheled-zaram! — dijo Gimli tristemente—. Recuerdo que él mismo dijo: Ojalá tengan la alegría de verlo! Pero no podremos demorarnos allí. Mucho tendré que viajar antes de sentir alguna alegría. Soy yo quien tiene que apresurarse, y él quien ha de quedarse.

La Compañía descendió ahora por el camino que nacía en las Puertas. Era abrupto y quebrado, se convertía casi en seguida en un sendero, corría serpeando entre los brezos y retamas que crecían en las grietas de las piedras. Pero todavía podía verse que en otro tiempo un camino pavimentado y sinuoso había subido desde las tierras bajas del Reino de los Enanos. En algunos lugares había construcciones de piedra arruinadas junto al camino, y montículos verdes coronados por esbeltos abedules, o abetos que suspiraban en el viento. Una curva que iba hacia el este los llevó al prado de la laguna, allí, no lejos del camino, se alzaba una columna de ápice quebrado.

—¡La Piedra de Durin! — exclamó Gimli—. ¡No puedo seguir sin apartarme un momento a mirar la maravilla del valle!

—¡Apresúrate entonces! — dijo Aragorn, volviendo la cabeza hacia las Puertas—. El sol se pone temprano. Quizá los orcos no salgan antes del crepúsculo, pero para entonces tendríamos que estar muy lejos. No hay luna casi, la noche será oscura.

—Yo también voy— Eldar se enderezó con emoción y su hermano lo detuvo.

—Perderemos más tiempo del debido.

—¡Ven conmigo, Frodo! — llamó el Enano, saltando fuera del camino—. No te dejaré ir sin que veas el Kheled-zaram.

—Ahora detén al Portador del Anillo— sonrió con malicia antes de que lo soltaran.

Bajó corriendo la ancha ladera verde. Frodo les siguió lentamente, atraído por las tranquilas aguas azules, a pesar de la pena y el cansancio. Sam se apresuró y lo alcanzó. Gimli se detuvo junto a la columna y alzó los ojos. Los de Eldar parecían brillar ante la magnificencia. La piedra estaba agrietada y carcomida por el tiempo, y había unas runas escritas a un lado, tan borrosas que no se podían leer.

—Este pilar señala el sitio donde Durin miró por primera vez en el Lago Espejo— dijo el enano—. Miremos nosotros una vez, antes de irnos.

Se inclinaron sobre el agua oscura. Al principio no pudieron ver nada. Luego lentamente distinguieron las formas de las montañas de alrededor reflejadas en un profundo azul, los picos eran como penachos de fuego blanco sobre ellas; más allá había un espacio de cielo. Allí como joyas en el fondo del lago brillaban unas estrellas titilantes, aunque la luz del sol estuviera muy alta. De ellos mismos, inclinados, no veían ninguna sombra.

—Oh, bello y maravilloso Kheled-zaram— suspiró Eldar emocionado.

—Allí descansa la corona de Durin, hasta que despierte, ¡adiós! — saludó con una reverencia, dio media vuelta, subió de prisa por la pendiente verde hasta el camino.

—¿Qué viste? — le preguntó Pippin a Sam, pero Sam estaba demasiado perdido en sus propios pensamientos y no contestó.

—¿Te divertiste?

—Mucho— sonrió—... si sobrevivimos, quiero hacer un viaje...

—¿Otro?

—Podemos llevar a mamá— se encogió de hombros.

EldarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora