Introducción

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La flecha silbaba al cruzar el bosque nevado; por supuesto, falló, quebrándose tras un crujido

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La flecha silbaba al cruzar el bosque nevado; por supuesto, falló, quebrándose tras un crujido. Se  incrustó tanto en la nieve que casi desapareció por completo. El conejo escapó, dejando unas pequeñas huellas detrás de él. Los labios del tirador liberaron un gran suspiro y se levantó de su escondite con la cabeza cabizbaja.

—Uno más que escapa. —Dijó el chico. — A este paso el bosque acabará vacío. —Su joven voz atenuada no lograba resonar en el inmenso bosque, pero otra voz sí lo hizo.

—El bosque está deshelando, los conejos empiezan a salir de las madrigueras, tendrás muchos para asustar. —Una gran sonrisa se formaba en su boca rodeada de una barba castaña. Su mano se posó sobre el hombro del más joven y continuo.  —Hijo, no dudes tanto de ti, eso es lo que te hace fallar. —

El hijo asintió con una sonrisa melancolica. 

Cinco flechas se habían gastado esa mañana, solo tres habían encontrado su destino en el corazón de un conejo; ninguna de esas flechas fueron las que disparó el hijo.

Ambos, continuaron su camino; esquivando rocas y socavones; ramas y arbustos, arboles y trampas de cazadores, hasta percibir el sonido que se provocaba cuándo hay un cúmulo de voces. Hewiin era un pueblo ruidoso, pero todo gran pueblo lo es, la gente en la calle tuteaba en grupos; algunos mercaderes gritaban con euforia sus productos, otros simplemente caminaban, haciendo retumbar el suelo rocoso de los caminos con sus movimientos. Hewiin era un gran pueblo. 

—¡Dario! — Dijo un transeúnte,  al mismo tiempo que hacía una ligera reverencia formal pero calida y hogareña— Mi amigo, saluda a Valnne por mí. — El padre respondió con cotidianidad. — El mayor del dúo saludaba a cada uno de los que se cruzaban en su camino, con su amplia y reconocible sonrisa.

El hijo intentaba imitar a su padre, pero a diferencia de él, el chico no sabía el nombre de Neil, el repostero, o de Ursula, la costurera; ni de Edgar, el criador de cuervos y mucho menos de George, el guardia que rondaba las calles, el hijo admiraba a su padre por si recordarlos.

La puerta de la gran casa rechinó al abrirse, ambos entraron al salón principal, caminando por pasillos hogareños decorados con pinturas de familiares he inundados de olores agradables de un estofado caliente calentandose. Llegando a la cocina, donde se colocaron los premios de la más reciente cacería.

—Pensé que les tomaría más tiempo volver. —Una voz serena y reconfortante inundaba la habitación, una dama vestida con ropajes lo suficientemente elegantes para destacar por las calles de Hewiin, pero lo suficientemente informales como para no impresionar a un noble. Entregó un beso en la frente de ambos hombres. 

—Queríamos llegar a tiempo para ayudarte con los preparativos para la cena. —El joven miró con extrañeza a su padre, una mentira. Su regreso temprano se debía a la ausencia de conejos.

 Las mentiras piadosas del padre también eran algo reconocible de su persona, no todos se daban cuenta al momento, pero cuando eres criado por él, te das cuenta con mayor facilidad.

Danza De Espadas El Cuervo Ladrón De Tormentas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora