PRÓLOGO:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes del capitulo) 

* Correr la teja: Volverse loco / Bulto: Mole - cuerpo  / Escuincle: Flaco - delgado  / Despatarrado: Estar acostado con los pies abiertos en una postura extraña / Colgar los guayos: morirse  / Morral: Bolso - maleta  / Remedio: jarabe - medicina - medicamento  / Plata: Dinero - billetes - monedas  / Berrear: llorar  / Cochinada: trabajo sucio - perversión / Quinta porra: lugar muy lejano y de difícil acceso  / Cañada: riachuelo escondido en un hueco profundo  / Revuelto: bolsa con comida y verduras compradas en tienda o supermercado  / Pa': diminutivo de para  / Mija: frase para referirse a alguien menor - contracción de hija .

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25 de abril de 1995 Yerbalito, Belmira, Antioquia...

¡Qué barbaridad estaba cometiendo!

¿Se le había corrido la teja? Su madre pensaría que sí.

Miró el bulto escuincle y sudoroso que estaba despatarrado en la pequeña cama de la habitación. Las sábanas enrolladas entre sus piernas y la boca abierta. Roncaba. Y muy profundamente. ¿Le pasaría un elefante por encima y no se daría cuenta? – Con manos temblorosas lo rozó en las costillas y no se movió – Probablemente sí. El hombre, bastante flaco pero alto, que era su padrastro impuesto, de nombre Jesús Pulgarín, dio otro ronquido y ella saltó, encogiéndose.

No podía hacerle nada ahorita, y sin embargo estaba aterrada. Aunque a ciencia cierta no sabía si por el presentimiento de que pudiera despertar en cualquier momento y lastimarla, o porque le carcomía la conciencia haberlo matado.

Mordió una de sus uñas.

«Paulina, ¿lo hiciste colgar los guayos?» se reprendió mentalmente.

Y esperaba que no. Porque ella no deseaba cargar con un muerto al hombro. Su pecho subió y bajó una vez más, y ella respiró aliviada.

Si hubiese muerto, no respiraría, ¿no?

—¿Mamá?—sin embargo no pudo evitar dar un gritito ante la voz infantil a sus espaldas.

Dio la vuelta. Su hijo Jerónimo tenía a su hermanita cogida de la mano, y los dos parecían caídos del sueño.

—Jero, mijo. No vuelva a asustarme así.

La miró contrito y después vio a su dormido padre en la cama.

—¿Sí podemos irnos? ¿No despertará? 

Ella volvió a ver el cuerpo en la cama.

—No creo que despierte. Por ahora. Pero debemos marcharnos de inmediato. No confiarnos del tigre porque lo vemos dormido.

Asintió una vez con su pequeña cabecita.

Ella tomó el morral que estaba en el suelo con la poca ropa que habían podido empacar, mientras su padrastro y también el padre de sus hijos estaba en el pueblo; y luego de ponerlo en los hombros y levantar en brazos a la pequeña Emi, instó a al hijo mayor a que saliera pronto. No tenían más tiempo.

Si el remedio no daba su efecto deseado, sus pequeños y ella se verían en serios problemas.

Cuando iban a la salida, su mirada se posó en la mesita de la entrada. Allí, como si hubiese sido puesto para ella, se encontraba un pequeño fajo de billetes. Los contó y recordó que Jesús los dejara al llegar del pueblo, y cuando le pidió que le sirviera un aguardiente. No eran muchos en realidad. Con ellos no podría comprarse los más grandes caprichos. Pero le valdrían para pagar la comida o algún sitio donde dormir. Volteó hacia el cuarto de dónde venían los ronquidos, y odiándose por hacer algo tan vil como robar, se los metió entre el vestido y el sostén y tiró de su hijo a la salida. Posiblemente cuando su padrastro despertara, se preocuparía más por no encontrarla y con ella sus atenciones obligadas, que por el hecho de que la plata ya no estaba allí.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora