CAPITULO 1:

97 7 1
                                    

DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Manga: Césped - hierba  / Remendar: Coser / Medias: Calcetines  / Alegar: Quejarse - renegar  / Rejo: látigo o cuerda usada para atar a los caballos, pero que los abuelos usaban en el campo para darle latigazos o castigos a los hijos  / Cucos: bragas - panties - calzones  / Sudaderas: pantalón en tela de algodón bastante cómoda usada para el frío / Perecuda: poner problemas - quejarse  / Parar bolas: oír - prestar atención  / Saco: suéter  / Trago: licor - aguardiente  / Rasca: borrachera - peda  / Costal: bolsa hecha de cabuya o fique  / Veladora: vela  / Atembao: tonto - bobo  / Carriel: bolso manos libres que usan los hombres para guardar cosas de valor en el campo como el peine - cigarro - dinero y demás  / Poncho: Tela que sirve de abrigo y que se mete por un orificio en la cabeza y deja las manos libres.

********************

Yerbalito, Belmira. Año 1980... (15 años atrás)

Tip, tip, tip.

Su mirada siguió una a una cada gotita que iba cayendo del cielo. Unas en el techo de teja y lata, tres o cuatro en el suelo de piedra de la casita, y veinte o más de ellas con frenesí en la manguita, los rosales y gardenias de su mamá. Eran frías y algunas le salpicaron en los brazos mientras ella estaba en el patio, remendando unas medias.

—¡¡¡Paulinaaaa!!! La ropaaaaaa. Sirva pa' algo, mijita y vaya éntrela—se levantó de su banquito al sentir la voz de Amalia, su madre, desde la cocina; con ese característico seseo antioqueño, herencia de los antepasados—también entre las vaquitas.

—Máááá, pero si recién las sacamos a ordeñar.

Las gotitas ya eran un aguacero en el exterior, y golpes fuertes como un tambor en el techo.

—No alegue tanto y vaya que es pa' hoy—volvió a gritar y ella no tuvo de otra.

Prefería que la gripe de hace unas semanas se le volviera a repetir, que no recibir los golpes con rejo en la espalda y las nalguitas, por no cumplir las órdenes de su progenitora. Aunque las bebidas que le diera para la tos, no le hicieran mucha gracia.

Corrió fuera de la casa hasta donde estaban las mudas de ropa extendidas y sin perder tiempo las quitó de los ganchos y las entró a la casa. Eran solo unos cucos y dos sudaderas, pero Amalia Uribe era muy perecuda y todo se tenía que hacer a su manera. Después volvió a salir y tras abrir la puerta del corral, fue a por las vacas y el ternerito. Eran cinco en total. La bruma rodeó la casita de campo, pues no eran ni las siete de la mañana, pero ella no le paró bolas. Ni siquiera al vaho que le salía por boca y nariz. Solo les hizo señas a las vacas para que enfilaran a la casa.

—Vamos, Marquesa, Cachipanda, Lucero y Negrita—les dio palmaditas en la parte trasera—mueve tú también, Bimbo.

Ese era su favorito y tal vez por eso su madre no se había deshecho de él. Porque aunque conseguían dinero, más de una vez se les habían apretado las comidas, y por una buena vaca o ternero podían ganar gran cosa.

Pasivas y lerdas, las reses avanzaron por el camino, sin dejar de remascar la hierba. Hasta que ellas acabaron bajo techo y el ternerito mamando de su madre la Negra; y Paulina, estilando agua cual sombrilla averiada. Ya podía prepararse para volver a tener gripe. Regresó a la casa, tiritando, donde su madre ponía sobre la mesa dos platos con arepa de maíz hechas en leña, pandequesitos calientes, queso de vaca y agua de panela. En el fogón, otra olla calentándose, quizás con el almuerzo. Pues era día de mercado y su madre iría a vender lo producido esas semanas. No vendría hasta bien entrada la noche o incluso al día siguiente si se quedaba tomando en una cantina. Si eso pasaba, a Paulina le tocaría dormir sola.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora