LVI: Sombra y Luz

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La mansión se vestía de fiesta, adornada con telas de seda y velas titilantes que bailaban al compás de la brisa del desierto. El sol comenzaba a descender en el horizonte lentamente y las luces le daban a la casona un ambiente más íntimo y tranquilo. Los invitados, envueltos en sus mejores galas, se congregaban en el jardín y las galerías, ansiosos por presenciar la ceremonia tan esperada.

Desde la mañana que habían comenzado los rituales, los hijos del desierto habían preparado una gran tienda en las afueras del oasis, a donde luego de despertar, a Zeth se lo llevaron para que simbólicamente la tradicional petición de su esposa más tarde.

Samira había observado desde una de sus ventanas aquello, sin que pudieran verla. Zeth se veía serio y con aire solemne. No puso ninguna resistencia en cuando vinieron por el y recibió la bendición de su madre con respeto. Ver aquel gesto amoroso en Zeth le había robado una pequeña sonrisa, ese era el Zeth que ella quería conocer. Para su alivio, él no había hecho nada por detener el casamiento. Aún así se sentía muy tensa, pues era imposible quitarse la angustia y el dolor de aquellas palabras que el dijo. Ella quería apretar los ojos muy fuertes y despertar de nuevo sintiendo que aquello solo fue un mal sueño.

En la tarde, Mohamed, Samir, el anciano Selim y el señor Kadir fueron invitados a la tienda de los hijos del desierto para acordar los detalles de aquella unión. Zahid leyó los términos en donde Zeth no reclamaba dote, ni herencias, ni derechos dentro de la familia Eldir, y asumiendo la responsabilidad de cuidar y proteger a su esposa Samira hasta el día de su muerte por su honor. Aquello era un acto de sumamente desinteresado por parte de un hijo del desierto, propio de los Kelubariz. Ya que eran el único clan de hijos de desierto con la capacidad de acoger a sus mujeres en su familia y proveerlas de techo, y bienestar sin recibir nada de la familia de la novia.

Aquel documento con las firmas de los testigos y los corresponsales fueron leídos por Mohamed ante su hija en presencia de todas las mujeres de la casa. Samira observó con cuidado la elegante firma de Zeth, un trazo firme que reflejaba aquella seguridad que lo caracterizaba en toda su forma de actuar, su mano no había temblado ni titubeado al hacerla. Sintió el corazón apretado cuando colocó su firma a la par de la de el. Ahora sus nombres se leían juntos.

La casona estaba sumida en un clima de festejos y alegría. Sin embargo, detrás de las festividades y los rostros sonrientes, yacía un silencio cargado de tensiones. Los corazones de los protagonistas, aún heridos por la tormenta de la noche anterior, palpitaban al ritmo de la incertidumbre.

Samira con manos temblorosas, recibía los abrazos y las felicitaciones de todos. Su rostro reflejaba una mezcla de esperanza y temor. A pesar del dolor que aún latía en su corazón, el deseo de encontrar la luz en la oscuridad, era más fuerte que nunca.

***

En la tienda, Zeth se enfrentaba a su reflejo en el espejo. Llevaba su uniforme de comandante, todo de negro y por su propia elección no vestía ninguna condecoración de todas las que le habían otorgado como héroe de guerra. Se observaba ante su propia imagen, luchando contra los demonios que lo acechaban en las sombras de su propia mente. La oscuridad de la noche anterior se uniría a todas aquellas imágenes de horror que lo perseguían como un espectro, recordándole la bestia que yacía, una vez más, dormida en su interior.

Amín, como su segundo, le hizo entrega de su espada predilecta y su mejor manto negro de viaje.

-Tienes una pequeña visita... - le dijo Amín con una sonrisa cómplice.

Zeth lo miró con seriedad. ¿Acaso podría ser Samira? Sintió como su cuerpo se tensaba con solo pensarla. Pero sonrió enternecido cuando desde detrás de su amigo se asomó la pequeña Fatma muy prolijamente vestida y sus grandes ojos color avellana llenos de ilusión.

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