Conociendo nuestro pasado

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---COLE---

Me apoyé en el marco de la puerta de la oficina de Mónica y la vi concentrada en su computadora, como siempre, con una expresión de pura eficiencia. Golpeé suavemente la puerta para llamar su atención.

—¿Tienes un minuto? —le pregunté, entrando sin esperar respuesta.

Mónica levantó la vista y, tras un suspiro, se recargó en el respaldo de su silla, cruzando los brazos.

—¿Qué necesitas ahora, Cole? —preguntó, como si ya supiera que venía con alguna objeción.

Me acerqué a su escritorio y tomé asiento sin pedir permiso.

—¿Emma va a ser realmente mi asistente? —inicié con un tono escéptico, esperando que cambiara de opinión en el último momento.

Ella asintió sin vacilar, como si hubiera esperado esa misma pregunta.

—Sí. Emma es apta para el puesto, tiene experiencia, aunque sea joven.

—No estoy muy convencido —protesté, pasándome una mano por el cabello.

Mónica rodó los ojos con paciencia infinita.

—Ya imaginaba que dirías eso —replicó—, pero no es negociable, Cole. Es joven, sí, pero tiene talento.

—¿Y qué pasó con la morena que vino a la entrevista hace unos días? —sugerí, recostándome en la silla y mirándola con una sonrisa traviesa.

Mónica me fulminó con la mirada, esa mirada que solo ella sabe dar cuando se harta de mis tonterías.

—Porque no era ni escritora ni editora —respondió, claramente irritada—. Solo una cara bonita. Una cara bonita boba, por si no quedó claro.

No pude evitar soltar una carcajada. Me encantaba cómo no se andaba con rodeos.

—Mónica, búscate a alguien más. Te lo digo en serio.

—No, Cole. Se queda Emma y punto.

Me enderecé en la silla, frunciendo el ceño.

—¿Y si no funciona?

—¿Por qué no iba a funcionar? —replicó ella con calma—. Míralo por el lado bueno: su juventud y frescura le harán bien a tus historias. Además, podrás instruirla. Moldearla a tu manera.

—Muy joven para moldearla, ¿no crees? —comenté en tono burlón, con un matiz de doble sentido que sabía que la irritaría.

Mónica apretó los labios para contener una sonrisa irónica.

—Será bueno para ti —dijo finalmente—. Te verás obligado a comportarte por la diferencia de edad. Emma, para ti, es prácticamente una niña.

—¿Cuántos años tiene, exactamente? —pregunté, alzando una ceja, más por curiosidad que otra cosa.

—Está por cumplir 24 —me informó, sin darle demasiada importancia.

—Veinticuatro... Eso es solo una diferencia de seis años. No es tanto.

Mónica bufó, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que acababa de decir.

—¿Vas a quejarte por la edad o vas a aceptar que ya es tu asistente?

Sonreí con ese descaro que sabía que a Mónica le sacaba de quicio.

—Supongo que puedo intentarlo. No prometo milagros.

—Ni yo te los pido —contestó, volviendo la vista a su computadora para dar por terminada la conversación.

Me puse de pie con una sonrisa aún más amplia.

Almas y Secretos: El juego del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora