Capítulo 2: "La Química Virtual"

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—¿De dónde eres? —le pregunto mientras ruego en silencio que no sea mexicana. No es que tenga algo en contra de los mexicanos, simplemente necesitaba un cambio en la plataforma.

—Soy de Uruguay —responde con una carita sonrojada.

—¡Genial! Es la primera vez que hablo con alguien de allá —respondo, sonriendo.

—¡Ay, ¡qué lindo!

—Oye, puede que sea un poco apresurado, pero... ¿y si nos pasamos a Instagram? Sabes que aquí solo se puede hablar una vez.

—Sí, claro, me parece bien. Pásame tu Insta.

—Ahí va, el_riccky_22.

Después de eso, tardo un poco en responder, y por un momento, creo que no quiere seguir charlando conmigo. Justo cuando empiezo a pensar eso, llega su respuesta.

—¿De verdad ese es tu perfil? —pregunta.

—Sí, ese soy yo —respondo intrigado.

—No te creo, es el perfil del chico perfecto.

Desde ese mensaje, todo empezó a cambiar, y la pantalla de mi teléfono se iluminaba con la notificación de un nuevo mensaje de Abigail. Era como recibir una pequeña dosis de felicidad en mi mundo gris. Nuestras conversaciones se convirtieron en un escaparate donde podíamos ser nosotros mismos, sin miedos ni juicios. Cada palabra escrita parecía tener su propio eco en el ciberespacio, resonando en nuestros corazones de maneras que ninguna interacción cara a cara había logrado antes.

Exploramos nuestros gustos, nuestras pasiones, y descubrimos que teníamos más en común de lo que imaginábamos. La música se convirtió en nuestro lenguaje común, intercambiando listas de reproducción y recomendaciones de artistas como si estuviéramos creando la banda sonora de nuestra propia historia. Su banda favorita era Morat, un grupo musical de mi país, al que nunca le había prestado mucha atención. Intenté escuchar su música, pero no sentía que me gustara. Sin embargo, ella me envió una playlist de las diez canciones que más le gustaban, de las cuales quedaron en mi cabeza: "23" y "506".

Abigail compartió fotos de sus excursiones en Montevideo, y yo le enviaba instantáneas de mi vida en Aracataca. A través de estas imágenes, nuestros mundos físicos se fusionaban en un universo compartido en línea.

A medida que los días se convertían en semanas, y las semanas en meses, la química entre nosotros se intensificaba. Las risas virtuales resonaban en nuestros oídos mentales, y las palabras se convertían en abrazos digitales que reconfortaban nuestras almas. Había algo mágico en la forma en que nuestras mentes se conectaban a través de la pantalla, desafiando las barreras geográficas y creando un espacio único solo para nosotros.

Sin embargo, con cada mensaje, crecía también la conciencia de la distancia física que nos separaba. A veces, la realidad de nuestros mundos opuestos se interponía como una sombra en nuestra conexión virtual. Aunque compartíamos nuestras vidas de manera tan íntima, la posibilidad de un encuentro cara a cara se volvía más un sueño lejano que una realidad cercana.

La química virtual, aunque palpable, planteaba preguntas que comenzaban a asomarse en nuestras mentes. ¿Era posible que la intensidad de nuestra conexión en línea pudiera trasladarse al mundo real? ¿O estábamos destinados a vivir nuestras vidas en este reino digital, atrapados en la ilusión de proximidad sin la tangibilidad del contacto físico?

A medida que el sol se ponía en mi ciudad y amanecía en la suya, nos enfrentábamos a la encrucijada de nuestros sentimientos virtuales. La química entre Abigail y yo estaba en ebullición, y el siguiente paso en nuestra historia estaba a punto de revelarse en el vasto lienzo del ciberespacio.

Dado día sentimos como nuestros corazones latían aún más fuertes y esa vibra que nos dice que estamos en el lugar correcto nos susurraba al oído que este era nuestro momento, el claro momento de brillar y hacer volver una sonrisa a nuestro rostro que ya hace mucho no reflejaba.

Para el amor solo existes tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora