CAPITULO 2:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Chanda: Perro callejero / Cuidao: Abreviación de Cuidado  / Toldo: Puesto de venta de alimentos callejero  / Culicagada: Frase - insulto para referirse a alguien menor o inmaduro  / Mascadero: mandíbula - boca  / Mita: Abreviación de "mamita" forma de referirse a la abuela  / Cambuche: Cama improvisada en el suelo hecha con mantas y almohadas  / Calar: Entender - comprender  / Pistear: Vigilar - poner cuidado  / Terciar: Colgarse al hombro - llevar a la espalda  / Biao: Hojas de plátano que sirven para envolver comida caliente (para los bocadillos esas hojas son secas)  / Pela: Golpe - palmada

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1980. Días más tarde...

—Cómetelo, Chocolito. Antes de que mi mamá nos vea—miró los alrededores, amedrentada, mientras el pequeño perrito criollo, se atragantaba con las sobras de arroz y pollo.

La chanda color canela no era suya, pero lo quería como si lo fuese. Pues cuando su madre la llevaba al pueblo, el perrito les estaba poniendo cuidao en una esquinita, y armaba tremenda fiesta al verla. Paulina siempre lo mimaba y le daba cualquier cosita a escondidas, pues su madre los detestaba y no perdía oportunidad para echarlo cuando se instalaban en el toldo de verdura. Si ella la pillaba regalándole un poco de su escaso almuerzo, ya podía darse por muerta.

Acariciaba el lomo del animalito, que le daba las gracias por saciar su hambre, cuando la oyó gritándole por detrás.

—¡Paulina!—no pudo evitar tensarse como la cuerda de una guitarra—ve esta culicagada—la levantó derecha con mucha brusquedad, y le pellizcó el brazo—dizque dándole la comida bien cara a un chandoso—le arrebató la hoja de plátano que ya estaba vacía de la comida, y después le dio una patada al perro, que salió chillando despavorido.

—Mamá, noooo. Le duele—y como recompensa por defender al animalito, recibió ella también una bofetada en la cara y otro pellizco.

—Te voy a dejar a vos un día entero sin comer, a ver si seguís regalando lo que con tanto sacrificio te doy—cerró los ojos, teniéndose la mejilla—y a mí no me andés respondiendo, mocosa

Ella solo atinó a alejarse unos centímetros, asustada y con lágrimas en los ojos.

—Y seguí llorando y te tuerzo ese mascadero, culicagada.

La vio volver a la mesa del toldo a guardar lo no vendido, mientras ella se sentaba en un murito del parque, conteniendo las ganas de soltar a llorar como si no hubiese mañana. La mejilla le quemaba y el brazo le dolía, pero esos dolores no eran nada, comparado con el dolor interno de preguntarse porque su mamá no la quería. ¿Qué era lo tan malo que ella había hecho, para que cada dos palabras un golpe?

Cuando su Mita Edilma vivía, Amalia no era así. Parecía tolerarla. Pero ahora...

—¿Ya están listas? Hay que irnos para la casa—Jesús Pulgarín se les acercó.

Desde la vez que él y su mamá llegaran borrachos aquella mañana, el hombre se había pasado a vivir con las dos, volviéndose parte de sus vidas y rutina, aunque más de su madre que de ella. Ambos dormían en la cama que antes ella compartiera con la mamá, y la terminaron relegando a un cambuche en el suelo. De día, su presencia era un poco soportable, pues tras el desayuno se iba al pueblo a hacer, quién sabía Paulina qué, y regresaba entrada la noche o en la madrugada con su mamá. Pero las veces que sí amanecía allí, ella se asustaba porque parecía hacerle daño a Amalia. Siempre en la madrugada la escuchaba quejarse y llorar y cuando se levantaba del suelo para ayudarla si le estaba pegando, lo encontraba encima de su madre, semidesnudo y terminaban sacándola a ella del cuarto.

Por otro lado, los detalles para con ella, empezaron a llegar. El que su madre bautizó como «su gran amigo» llegaba de vez en cuando con cualquier cosita del pueblo y ropa nueva. Pero a ella no acababa de calarle. ¿Podía fiarse de él, cuando le hacía daño a su mamá? ¿Y más, cuando le encantaba ir a pistearla a ella mientras ordeñaba a las vaquitas en el establo?

—Ya casi estamos, mijo. Solo organizo unas cosas—Paulina ni se atrevió a mirarla.

—¿Qué le pasa a la niña?—preguntó con un deje de curiosidad, y ella solo agachó más el rostro.

—Nada. Llora por todo. Se puso de boba a darle el almuerzo a un perro, y berrea porque la regañé—su madre acabó de guardar unas cosas en una bolsa, y se lo terció al hombro—vámonos más bien.

Jesús sólo afirmó en silencio.

—Camina, Paulina—tiró de ella, pero con un poco más de tacto, teniendo en cuenta el anterior bofetón tan fuerte—y sécate la cara o yo te daré verdaderos motivos pa' llorar.

Paulina solo se pasó las manos por el rostro para despejarse, y rozó el golpe de su mejilla, mientras seguía a su madre por la calle. El amigo de Amalia, que estuvo mirándola por largo rato, la tomó finalmente de la mano, poniéndole algo en la palma. Ella lo miró, y él solo le guiñó el ojo, antes de seguir a su mamá, que ya iba muy adelante. Cuando Pao abrió el paquetito en hoja de biao, encontró un trozo de quesito fresco con un cuadrado de bocadillo de guayaba encima.

—Que sea la última vez que le das una pela a la niña, Amalia. ¿Entendido?

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El «amigo de mamá» pasó a ser «padrastro». Amalia y él habían iniciado una relación, o eso le habían dicho los dos, una mañana que su madre estaba de buen genio. Vivirían los tres y nunca les faltaría nada, porque él respondería por todo. Paulina seguía sin fiarse. Le daba más dulces... no confiaba. Una paseo al pueblo con un helado de recompensa... nada. Pao seguía sin confiar. Incluso aunque le diera más ropa o prometiera que no regalarían el ternerito de la Negra, ella no se fiaría de Jesús. Solo lo toleraba. Porque había algo, ella no sabía que, que le decía que ese hombre era peligroso, que parecía una inofensiva oveja pero en el fondo podría tratarse de un lobo feroz. No sabía si era porque en el pueblo nadie veía con buenos ojos la relación de Amalia con él; porque aun de noche, provocaba que su mamá gritara y la cama temblara. O porque ella desde más pequeñita sentía cosas extrañas con las personas. Si alguien era bueno o malo.

Jesús Pulgarín simplemente no le inspiraba nada bueno.

Su madre por el contrario, si parecía inusualmente feliz a su lado y se desvivía por atenderlo en las comidas de la mejor manera. Su trato hacia ella no había cambiado nada, un abrazo de parte de Amalia nunca lo había tenido. Pero no la golpeaba. Y eso ya era un avance y para Pao era suficiente.

Nunca se imaginó que las cosas tomarían otro rumbo, cuando casi a los trece, a ella le llegó la primera menstruación. Los dolores y el sangrado aunque la aterrorizaron, no fueron nada, comparado con lo que le sobrevendría más adelante.


NOTA DE AUTORA:

COMENTARIO Y ESTRELLITA

PAO EN MULTIMEDIA (CUANDO ERA NIÑA)

LAU<3

LAU<3

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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora