GAEL

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Al pasar por la puerta soltó un suspiro, relajó sus hombros y encorvado fue directo a la botella más añeja de su despensa.

Dos tragos; miraba la pequeña abertura en la pared, cinco tragos; pensaba en el armario, allí ocultaba su pecado y así mismo su libertad. No creía soportar más, decían que  era malo por naturaleza y lo estaba empezando a creer.

Tomó la llave que ocultaba en la abertura y abrió el armario, parpadeo unas cuantas veces a causa de la poca luz, sus manos sudaban y podía oír a su propio corazón estrujarse. La chica encadenada al suelo permanecía inconsciente, su cabello negro se mantenía trenzado.  Sus facciones eran finas e iguales a las de él. Tras cinco días de haber interceptado la carrosa real no había podido dormir bien, siquiera pensaba en comer. Era hora de despertarla y cumplir con su objetivo, necesitaba matarla.
Pensó en los alrededores de la casa: jardines frondosos, el arco de flores que daba paso a la entrada, el arroyuelo que alimentaba la fuente, el dulce olor de la variedad de flores y los polinizadores a su asecho, él también creía estar al asecho, le habían prometido ser liberado y en contra de si mismo haría lo que fuera por ello, era un cachorro buscando sobrevivir. 
Con paso lento fue hacia ella, en un acto de disculpa se arrodilló y con sus dedos temblorosos acarició su cabello. En un susurro empezó a conjurar, podía sentir como retiraba el sello que la mantenía dormida, podía ver los desechos de magia oscura que emanaban de sus propias manos. La chica, aún en el suelo; desplegaba sus articulaciones de manera sobrenatural, sus brazos y piernas se retorcían.

No había necesidad de taparle la boca, pues él sabía que no podía gritar, de hecho, ni podría decir una palabra en por lo menos una hora. Con lentitud se dirigió a un banquito que había en el fondo, escondido entre desechos de armaduras y escudos. Sin dejar de mirarla se sentó; ya no distinguía el paso del tiempo, quizás fueron horas, minutos o incluso días, solo supo que ella dejó de retorcerse. Él seguía en la misma posición, sus piernas cruzadas, su respiración constante, su mente divagando en miles de pensamientos y posibilidades. Deseaba vivir y el pase a la vida era la muerte de su hermana.

—¿Gael?

Con los ojos bien abiertos la miró, su cabello estaba suelto y en su cara no encontraba más que angustia y confusión, con esfuerzo intentó alcanzarlo con su mano, pero junto con un grito ahogado la bajó.

—No intentes moverte— su voz era suave y sin dificultad se incorporó— si lo haces sentirás el peor dolor de tu vida, créeme.

—Pero, no lo entiendo — pausó— no eres él en este momento, ¿Verdad?

Con desespero buscó en sus ojos algo de humanidad, como había hecho desde siempre, algún rastro de compasión que le confirmara que era su hermano y no un monstro. Y lo encontró, al cruzar miradas Gael rompió en llanto, inconsolable.

—lo siento —repetía entre murmullos— de verdad los siento Vicky.

—No te atrevas a llamarme así, no cuando estoy encadenada— susurró — encadenad-a y débil ante ti, no te lo mereces.

Cada palabra la escupía con odio y dolor, no solo físico pues le dolía más verlo llorar.

—lo siento Victoria, pero lo tengo que hacer.

Victoria inmóvil y con la cabeza gacha sonrió, sus ojos estaban inundados en lágrimas. Recordó  la primera vez que vio a Gael diferente; rodeado de cadáveres y aún así cuando lo vio en una jaula se asustó más, por primera vez sintió esa mezcla de sentimientos que ahora normalizaba; un amor y miedo extremo hacia su mellizo.

—¡deja de llorar y haz algo!— gritó Victoria — ayúdame, yo sé que no quieres hacer esto, te ayudaré, papá no tiene que saber nada, por favor— su voz se quebró — te prometo que no volverás a las mazmorras, no tienes que ser rey, solo libérame y déjame en el pueblo.

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⏰ Última actualización: May 18 ⏰

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