CAPITULO 21:

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Miró de ella a la canasta vacía, al papel en el suelo, la lista en mano y vuelta a empezar. No había tomado nada de los estantes. Cuando él pensaba que ya tendría todo dentro.

—Vine a traer el dinero de la compra, pero veo que no ha escogido nada. ¿Pasa algo?

Ella negó, levantando el papel higiénico y poniéndolo donde estaba.

—Todo en orden. Miraba bien cada cosa para saber qué llevar.

—Debe llevar todo lo que está en la lista. Luis incluso lo especificó con marcas porque es más quisquilloso que yo.

—¿Ah sí?

—Sí. Ahí está todo.

Pero ella no hizo siquiera amago de coger lo que ponía en el papel. Se le cruzó una suposición por la cabeza, aunque no la dijo para no avergonzarla.

—¿Necesitas ayuda?—La tuteó aunque no por primera vez. 

Ella dobló la hoja.

—¡No! Puedo hacerlo, no se preocupe.

Cruzó los brazos en el pecho, mientras veía como a ella le subía el rubor al rostro.

—¿Entonces puedo irme, y volverás a la casa cuando todo esté?

—Así es—la vio afirmar fingiendo seguridad, cuando con solo verla a los ojos, sabía que estaba angustiada con esa tarea—puede marcharse tranquilo—le dio la espalda y miró la hoja nuevamente.

Pero él no se movió de donde estaba. Porque de hacerlo, la pobre muchacha se tardaría una eternidad en volver a la casa y a menos que pidiera ayuda, regresaría manivacía. Notó cómo fruncía el ceño y se acercaba la hoja a los ojos para poder leer.

Si era que sabía hacerlo.

—Paulina.

—Señor.

—¿Necesitas una mano?

—Váyase, padre. Puedo hacerlo sola.

Con mucha delicadeza se acercó y le removió el papel de las manos.

—No sabes leer.

Trató de poner el mayor tacto en esas palabras, para no hacerla sentir mal.

—¡¿Yo?! ¡Claro que lo sé! Tan bobo—se rió primero, y abrió los ojos después, al ver como lo había insultado—ay, perdón, padre. No pretendía decirle así.

El negó.

—No pasa nada. Voy a ayudarte con esto.

—Pero...—estudió la hoja para saber de la zona de aseo qué debían tomar.

—Y acabaremos antes de lo que canta un gallo—cuando la miró de vuelta, ella estaba achantada, con las manos al frente como una niña.

—Perdón, de verdad. Es que...—miró para otro lado—es que nunca tuve la posibilidad de estudiar—farfulló, sin siquiera mirarlo, y él la escuchó en silencio—por eso no sé leer ni escribir.

—Entiendo. Y no pasa nada—tomó algo de la lista y se lo pasó para que lo metiera a la canasta.

—Pero eso no indica que no sepa hacer otras cosas. No me vaya a despedir, por favor.

Se acercó un poco a ella para tomar unos jabones de un estante, y a su nariz llegó el aroma a agua de rosas. Dulce pero no empalagoso. Y no provenía de esa sección de aseo.

¿Era ella?

—¿Quién habló de despedirla?—carraspeó un poco nervioso.

—¿No lo hará?—negó

—Leer y escribir no es lo único que hace en este trabajo. Es más, lo hará pocas veces—ella lo siguió cuando se alejó a otra estantería y después le recibió bolsas de jabón en polvo—ya veremos cómo resolver ese asunto.

—Perdón por ponerle ese problema.

Cuando se levantó derecho para verla, antes de pasarle también unas esponjas de lavar, ella se retorcía los dedos, nerviosa. Y un mechón rizado de cabello le caía cerca del rostro.

—Le aseguro que usted no pone ningún problema, antes nos ha ayudado bastante. Y guardaré su secreto.

Ella le sonrió agradecida, y de pronto él se dio cuenta que el único problema que tendría con ella, sería luchar por no desear que ella volviese a sonreírle así.

—Gracias.

**************

El resto de la compra la hicieron en silencio y lo más rápido que pudieron para marcharse, pues Paulina argumentaba que tenía una olla en el fogón, y mejor que no se quemara la sopa. Vino a dirigirle la palabra cuando metían unas galletas en una segunda canasta.

—¿Qué noticias tenía respecto a mis hijos?

Descolocado como estaba por tratar de no verla, y menos sentirla cerca, no entendió muy bien la pregunta.

—¿Noticias?

Distraerse así no le pasaba muy a menudo.

—Fue al colegio para el estudio de Emi y Jerónimo—ella metió un pedazo de bocadillo en la canasta, aunque más aparte de las compras.

—Ah. Hablé con la madre Gertrude. Quiere que vaya con los niños mañana a las siete de la mañana. Firmarán la matrícula y se quedarán de una vez a estudiar.

—¡¿Desde mañana?!

—Así es. Yo la acompañaré para presentarla con la Madre superiora y directora del colegio.

Puso en la canasta sesenta huevos para los desayunos, y dos jarras de aceite. Pero Paulina se había quedado rezagada, como pensativa.

—¿Qué pasa?

—Sé que los niños van a las escuelas con uniformes y útiles escolares. Padre, yo ahorita no tengo para eso.

Negó.

—No se preocupe. La madre lo sabe y aprovisionará a sus hijos con lo que necesiten. Les darán cuadernos y uniformes nuevos. Pero por eso necesito que mañana vaya a verla a la dirección.

Se le acercó cuando ya iban a la caja a pagar.

—¿Y entrará con nosotros para hablar con la señora?

Le recibió la canasta que estaba bastante pesada.

—Los acompañaré en todo.

Y le sonrió.


NOTA DE AUTORA:

ABEL EN MULTIMEDIA

BESOS

LAU<3

LAU<3

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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora