CAPITULO 26:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Loca de la casa: La mente / Desvirolar: atontar - estar en las nubes  / Chalinas: zapatillas ballerinas con piedrecitas y lentejuelas  / Novelerear: mirar - poner cuidado  / Pelechar: nacer - florecer / Remilgado: quejumbroso - problemático 

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Esa misma noche Abel se sintió como si se encontrara en el desierto y Dios hubiese decidido mandarle una prueba. Una con dos piernas esbeltas, cabellos negro azabache en rizos a media espalda; y de nombre Paulina. Sintió dar las once, las doce y hasta la una de la madrugada en el campanario de la iglesia; y el sin pizca de sueño. Sus pepas de ojos abiertos. Algo que casi nunca le pasaba, y si le sucedía era por asuntos serios en la diócesis, o en la parroquia que manejaba. No por una mujer y menos empleada de la casa que solo conocía hacía menos de un mes.

En la mañana casi la había besado, haciendo caso a sus pasiones más bajas; y tras haberla dejado sola en la cocina con el almuerzo – al huir de lo que había sentido – se refugió en su oficina del despacho parroquial redactando cartas para monseñor, analizando cuentas de final de mes, y luego atendiendo a feligreses que necesitaban de una guía espiritual. Se echó terapia con que si mantenía a la loca de la casa ocupada, no pensaría en ella y todo lo que le había contado al tomar el café; pero más concentrado estaba un aceite de oliva en un frasco, que él en sus deberes. Por más que luchaba con ponerle freno a la cabeza, esta volvía a desvirolarse con el pasado de Paulina, todo el peso que ella había cargado humildemente en sus hombros por años... y la hermosura que se descubría en ella al mirarla a los ojos o cuando sonreía.

Se iba a volver loco.

Pasó sus manos por el rostro, acostado boca arriba en la cama.

La mayoría de veces no reparaba ni dos vistazos en una mujer, poniéndole freno a los impulsos de la carne, pero con ella todos los días allí cerquita de él, era prácticamente imposible. Ese día más que los anteriores, fue más consciente de todo lo que Paulina hacía. Sus pasitos menudos por la casa en sus chalinitas blancas, como se desenvolvía en la cocina para prepararles las exquisitas comidas, las veces que se acomodaba los cabellos en los que el de necio le gustaría meter la mano y acariciar. Incluso como quedaban las habitaciones impregnadas a su perfume de agua de rosas cada que pasaba a limpiar.

No era de novelerear al sexo femenino, pero ese día no pudo resistirse. La mujer se le había quedado metida entre ceja y ceja, y estaba convencido de que eso no sería solo cosa de una vez.

Frustrado, se levantó de la cama, tomó un Rosario que había en la mesita de noche y fue a arrodillarse en una butaca que tenía frente al crucificado. Oró. Era mejor ocuparse en el que debía ser el Centro de su vida. Si había murcielaguitos revoloteando en su estómago esperando a hacerle tambalear la vocación, él los ahorcaría a punta de Aves María. Y para esa mañana siguiente, no habrían pelechado ni uno. Paulina Uribe era alguien que Dios le había mandado para aprender y crecer en santidad. Solo tenía que verla de lejitos como un diabético a una torta de chocolate y todo iría bien.

—Cuídala, Señor. Cuídala de ese hombre que la atormentaba y la hizo escapar de su hogar—miró al Cristo que con la cabeza inclinada había expirado, agotado de cargar con los pecados del mundo, incluso los suyos—cuídala a ella y a sus hijos de ese tal Jesús Pulgarín.

Tragó saliva.

—Pero también cuídame a mí de ella.

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Cuando amaneció y tuvo que levantarse para presidir la Eucaristía de la mañana, no había dormido sino dos horas. Pero lo valía. Le había pedido a Dios por Paulina y también por él, hasta el cansancio, y se había levantado tan renovado como si toda la noche descansara a pierna suelta. El actuar del Señor sería en su tiempo, eso lo sabía él, pero al menos ya se sentía tranquilo de entregarle lo que le sucedía.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora