RELATO N.º 2 - Cap. 1. Cuando siento frío

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A menudo tengo la sensación de que en este último tiempo he vivido mucho más de lo que podría llegar a contarles en los años que me quedan, como si hubiera vuelto a nacer una y otra vez, aunque tristemente siempre como un anciano, los años se me han hecho densos, y aunque a veces pesan, no quiero ser malinterpretado... ¡Amo la vida!, y agradezco cada día en que puedo abrir los ojos para ver el mundo.

Es en las noches o algunos domingos por la mañana, cuando el silencio hace eco en mi mente y puedo darme el placer de sentirme relajado, quizás son unos pocos minutos, pero bastan para reflexionar sobre ciertas cuestiones de la vida, algunas muy simples, tal vez por ser tan simples nunca antes me he tomado un momento para pensar en ellas, entre las cuales podría mencionarles por ejemplo: el frío... ¿Qué es? ¿Se trata de una mera sensación física? ¿Cuándo lo sentimos? ¿Cuántas veces realmente lo he sentido?

Mi vida va de reflexionar sobre estas cosas, a veces puedo compartirlas con alguien que me brinda sus oídos por unos minutos, créanme que ha pasado demasiado tiempo desde que alguna persona se ha detenido a escucharme, pero bueno, los años me han enseñado a comprender... ¿Quién querría escuchar parlotear a un viejo loco?

Ahora bien, siguiendo con nuestro tema, quisiera platicarles sobre el frío, pude escribir unas cuantas líneas en mi pequeña libreta y mi anhelo solo es compartirlo:

Es extraño, o quizás no lo sea tanto, pero siento que realmente supe lo que es sentir frío en los últimos años de mi vida, entonces recuerdo cuando apenas era un niño, hace tantísimos años, corríamos frenéticamente con mis hermanos por el campo en las heladas noches invernales, apenas con un ligero abrigo, para nosotros era apasionante correr velozmente entre los maizales, cubiertos por una gran bóveda estrellada y aunque tiritábamos, no nos deteníamos solo hasta reconocer en el agotado rostro de mi madre, que su paciencia se había acabado, en ese preciso instante desfilábamos con la misma rapidez hacia el baño para asearnos e irnos a dormir, para al día siguiente, si es que no nos habíamos pescado ningún resfriado, salir nuevamente a jugar.

Ahora entiendo el cansancio en el rostro de mi madre, apenas si entendíamos que afuera estaba helando, por aquellas épocas el frío se sentía diferente, el tiempo solo se iba en risas y en jugar.

Recuerdo también otras épocas de juventud, cuando emprendía un largo camino hacia el trabajo en horas de la madrugada, por alguna extraña razón no llevaba guantes ni gorro para protegerme del frío, no les voy a mentir, de a ratos apuraba un poco el paso, pero solo cuando mi mente dejaba de pensar, por aquel tiempo mis pensamientos solo se enfocaban en cuestiones tan simples como en hacer bien mi trabajo, llevar suficiente dinero a casa, o en la comida caliente que me esperaba al regresar, no mucho más que eso y créanme que esos recuerdos son muy gratos, en aquellos años la vida se percibía tanto más simple, supongo que por allí tampoco había conocido como se siente realmente el frío.

Ahora bien, ustedes dirán... ¿Qué representa entonces sentir frío para este divagante? Y es aquí donde quiero llegar, se podrán imaginar que pretendo hablarles de una cuestión más sentimental, sí... también sé que me estoy poniendo viejo, pero lo he podido experimentar a tal punto de poder asegurarles que he sentido pocas veces algo tan desolador, ¿Saben a qué huele el frío? ¡A nada y a nadie! Sí, el frío huele a vacío, a soledad...

Algunas noches, sobre todo entre llovizna o neblina, cuando la ciudad se apaga más rápido de lo habitual, comienzo a sentirlo, percibo como brota desde el suelo y las paredes a mi alrededor, sube poco a poco, atravesando mis prendas, traspasa mis carnes y llega hasta lo más profundo de mis huesos, aunque suene descabellado, siento por momentos que algo de esa oscura sensación se queda en mi interior, como si buscara de alguna forma callarme, apagarme, extinguir la pequeña llama en mi interior, sin dudas, de las situaciones más amargas y angustiantes que he vivido, es difícil incluso encontrar palabras para ello.

Ya ven, cómo en poco tiempo logro ponerme sentimental, pero ¿De qué va la vida si no somos capaces de expresar lo que sentimos? En aquellos momentos, busco calentarme con mis pensamientos, justo con aquellos que mencionaba anteriormente, de mi niñez o mi juventud, comprendo rápidamente cuan afortunado he sido durante aquellos años, lo que alguna vez pudo haberse sentido frío, no lo ha sido en lo más mínimo.

A veces también me río, ¡Sí! ¡Como aquellas noches con mis hermanos! Me río bien fuerte como un verdadero lunático, mientras me paro, me estiro un poco o practico unos pasos de baile, no vaya a ser cosa, que a quienes me observan les quede alguna duda sobre mi condición mental, ¡Es un chiste! Digamos que simplemente he perdido la vergüenza, o ya no me avergüenza ser genuino, y eso también me ayuda a sentirme mejor.

No quiero hablarles de cosas tristes, me lo he prometido, en primer lugar porque, aunque de vez en cuando sienta frío, soy un hombre extremadamente afortunado, la vida me ha convertido en narrador de historias, a eso también me dedico, soy poseedor de grandes riquezas... ¡Hasta vivo en un palacio!

¡Quiero contarles tantas cosas! Llevo una infinidad de historias en mi mente y algunas en mi pequeña libreta, con las cuales podría hacerlos reír y hasta, por qué no, hacerlos olvidar por un momento de la monotonía de la vida, que demasiado fría es cuando no hay con quien compartir historias...

EL LABERINTO DE LA SOLEDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora