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LA AZABACHE AJUSTÓ SUS MANGAS BIEN ALINEADAS EN SUS MUÑECAS. Se miró en el espejo del baño de su trabajo y decidió ponerle algo de color a su vestimenta, trazando sobre la forma de sus labios con el labial bordó.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎La jornada laboral había terminado, pero en lugar de dirigirse directamente a casa, se había quedado unos minutos más para asegurarse de que su apariencia estuviera perfecta. Habían acordado con Jane verse esa noche para charlar sobre lo que harían y le nacieron las ganas de prepararse bien. Además, conociéndolo, llegaría más que temprano.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Y había adivinado, porque mientras Delilah caminaba de regreso a su casa con el frío clima erizándole la piel, el mentalista se encontraba ya en el interior de su casa.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎El sol comenzaba a ocultarse pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. La tarde se cambiaba lentamente hacia la noche, y ella sentía una mezcla de emoción y intenciones de calcularlo todo para cuando estuviera con el rubio en su casa.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Lo que no tenía en cuenta es que él se había metido allí como si nada, y la recorría aprovechando su ausencia. Todas las paredes de su casa estaban pintadas de un amarillo pastel a la vez algo viejo, pero el orden de muebles era inhumano, parecía casi medido a regla detalle por detalle. Para él era extraño como alguien tan oscuro y salvaje por dentro podía tener un entorno tan pulcro, el orden allí parecía militarizado y obsesivo.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Lo que no concordaba tampoco con su casa, era su dormitorio. Lleno de libros en el suelo, con almohadas por montones hasta fuera de la cama y varias mantas. Y lo entendía, la última vez que la había visitado por la madrugada ella tiritaba del frío, lo que le daba risa porque arruinaba su imagen de asesina justiciera a sangre fría, oscura, y hasta diría que con estilo punk.

‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎Cuando Delilah llegó, apoyó las llaves sobre la mesa del recibidor y caminó en la oscuridad, familiarizada con las cosas ubicadas en su casa. Sin embargo encendió la luz de la sala y desde el rabillo del ojo logró reconocer al rubio sentado en su sillón, mirándola con la cabeza ladeada apoyada en su mano. A esa altura ya ni se gastaba en preguntar cómo había entrado, se había acostumbrado a que el pudiera hacer esas cosas, pero no dejaba de ser perturbador.

⸻ Tan puntual como siempre. ⸻ Musitó quitándose su chaqueta de cuero, dejándola despreocupadamente en la mesa. Jane miró sus acciones y siguió preguntándose como mantenía el orden.

MADNESS; Patrick Jane.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora