CAPITULO 28:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Chiripa: "lo salvó la campana" - de puro milagro - a ras - justo a tiempo

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25 de julio de 1995...

Dos meses enteros. Eso había pasado de lo que ella llevaba trabajando en la casa cural, de que sus niños estudiaran en el convento de las monjas... De que estuviese lejos de Jesús Pulgarín. Dos maravillosos meses que le sabían a gloria. Donde solo habían abundado alegrías. Sus pequeños ya se habían nivelado con los demás niños del convento, y según la hermana Soledad, iban volando con los temas, por no decir que eran los más aplicados del salón. Cada día era un escucharles sus largas historias de todo lo que aprendían, que para ella era como si le hablaran en chino, porque aunque también ya tomaba clases como sus hijos, su aprendizaje era un poco más lento. Emilia y Jerónimo tenían todo un día para prestar atención a la maestra; ella contaba con cuatro horas, en donde en dos de ellas memorizaba todo sobre Colombia y su historia, más el llevar a la teoría lo que ya tenía innato con matemáticas; y las otras dos, luchar con no distraerse ni atolondrarse con su profesor de ojos verdes.

Había pensado que con el pasar de los días ese nerviosismo acabaría por desaparecer y podría hablar con el padre Abel de lo más normal, incluso leer de corrido las oraciones que él escribía en un cuaderno. Pero aunque a solas era capaz de pronunciar en dos segundos una palabra que sus ojos comprendían del documento; estando con él, su lengua parecía volverse un nudo y todo lo que decía eran bobadas. El la hacía temblar, le provocaba que el pulso se le acelerara en el pecho, y que ni supiera donde estaba parada cuando tomaba su mano para guiarle con el dedo las palabras escritas hasta conseguir decirlas.

Aprender para ella en efecto era un martirio.

Cada mañana se levantaba con el estómago encogido de que en la tarde se sentarían en la oficina a aprender, y con el descontarse de las horas en el reloj, más nerviosa se ponía. Solo respiraba en paz cuando él le anunciaba que eso había sido todo. Entonces ella se paraba, le daba las gracias y se excusaba con que le prepararía algo de comer para la media tarde, saliendo despavorida. Y solo en la noche después de que todos se retiraban a descansar, ella podía darse por bien servida, y no estresarse con él, hasta que fuese la clase del día siguiente. Vino a tener un descanso de ello mientras Emi y Jero estaban en vacaciones de mitad de año, y los padres pensaron que estaría muy ocupada para atender sus responsabilidades, así que esas tres semanitas fueron una gozada.

Pero ahora... Ahora ya no tenía salvación.

Escuchó la campana de las siete y treinta sonar en el colegio, y el vigilante cerrar las rejas. Sus hijos estaban de vuelta en el estudio, y eso indicaba que sus clases se volverían a retomar. Miró al cielo despejado.

—¿Estaré lista para dos horas sentada junto a él?—se dijo.

Quizás sí o quizás no. Depende de cómo se comportara el, porque tras la vez que ella lo había contemplado semidesnudo en el cuarto, Abel había cambiado su forma de ser para con ella. La trataba con paciencia en las clases, pero a pesar de ya no ser tan parco en las comidas, bromeando con sus hijos, había preferido tomar distancia de ella, no acercándosele si estaba sola en la cocina o en la habitación.

Pao se dio la vuelta para emprender el camino de regreso al parque y comprar unas cosas para la casa, cuando un grito a su espalda le llamó la atención.

—¡Espere!

Miró para todos lados pero no supo en sí de dónde venía.

—No se vaya, señorita Paulina.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora