3. The sound of silence

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Esquivando a los chicos que taponaban la puerta, entró en el aula intentando no llamar la atención, con el rostro bajo y la bolsa fuertemente apretada contra su cuerpo. Aun así, pudo notar las miradas y los cuchicheos que dejaba tras su paso.

«No es por ti», no dejaba de repetirse a sí mismo. «Es simplemente porque eres la novedad, el chico nuevo de la ciudad».

Desde la primera jornada, tras las pertinentes y terroríficas presentaciones —por suerte muy por encima—, le había quedado claro que, a pesar de ser el primer día de instituto para todos, la mayoría de los chicos se conocían, ya fuese por haber estudiado los primeros años de la ESO juntos en el centro adyacente, o por vivir en alguna población cercana. Los casos de chicos matriculados que viniesen de otras provincias —o incluso otros países— aunque no eran extraños, eran mínimos, lo que causaba siempre curiosidad y expectación.

Pero siempre había una pequeña duda en el fondo de su mente. La eterna pregunta que le acompañaba desde hacía más de un año, escondida en un rincón para salir en los momentos menos oportunos.

¿Y sí...?

¿Y si lo sabían? ¿Y si hablaban de ello a sus espaldas?

No se sentía capaz de volver a vivir lo que había pasado en Valencia durante los últimos 12 meses. Las miradas de lástima, los susurros al pasar, la falsa alegría, el que le tratasen como un objeto frágil que podría hacerse añicos con solo unas palabras desafortunadas. Y lo peor, que lo mantuviesen al margen de las conversaciones, que le ocultasen cosas, como si fuese un niño pequeño que no fuese a entender la situación —¡por Dios, si les sacaba a todos estos chicos un año debido al tiempo perdido en recuperación y rehabilitación!—. ¡¿Que eran asuntos dolorosos?! Por supuesto, eran sus padres los que habían perdido la vida en ese accidente. Pero él quería saber, lo necesitaba. Ansiaba todo el conocimiento posible para poder empezar a sanar.

—Tienen que hablar con ellos. Y si tienen preguntas, deben intentar contestarlas de la forma más sincera posible.

La voz de su psicóloga le llegaba clara y nítida a través de la delgada puerta de la consulta, cuanto más si estabas parado frente a ella, con la oreja pegada a la rugosa superficie, como se encontraba Lucas en ese instante.

—¡Pero son solo niños! —Pudo reconocer la voz desdeñosa de su abuela Lela.

—Lucas tiene casi 15 años, no es un niño. Y aunque Nora tenga únicamente 5 es consciente de todo lo que sucede a su alrededor. No solo es injusto dejarlos al margen, no es sano. Lo que han vivido es muy duro, sobre todo para Lucas que lo sufrió de primera mano, pero si quieren que las secuelas sean las menos posibles, lo mejor es que sepan que cuentan con gente que los quiere y los apoya, y para ello es muy importante la sinceridad, saber que pueden contar con ustedes en cualquier situación.

—¡Mira Lucas, he hecho un caballo pelcherón!

Lucas se volvió hacia su hermana, que pintaba en una de las pequeñas mesas que utilizaban para las terapias con niños. Hizo un gesto para que guardara silencio y volvió a pegarse contra la puerta.

—¿...dudas como tutor legal? Yo solo puedo indicarles unas pautas a seguir... No, no me parece mala idea...un modo de empezar desde cero ... pero lo más importante son los cimientos, para ganar su confianza y que se sientan seguros...

Con la distracción de su hermana cantando y lo bajo que habían empezado a hablar dentro de la sala, solo consiguió captar ciertas frases sueltas y desconocía a quien iban dirigidas, hasta que el sonido de arrastrar una silla seguido de nuevo de la voz de su abuela le hicieron conocer la identidad de esa persona.

Lluvia, notas y besos con sabor a moraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora