Raymond abrió los ojos lentamente, su cuerpo protestando con una mezcla de dolor y agotamiento. Sabía que debía levantarse rápidamente para evitar que la princesa descubriera su aventura nocturna con el príncipe, pero las sedosas sábanas lo tentaban a quedarse un rato más. La suave textura lo invitaba a hundirse nuevamente en el sueño, alejándolo de las complicaciones del día.
—Señor Amber—una voz femenina lo llamó desde la puerta.
Raymond giró la cabeza y vio a una joven criada, una cara nueva para él, lo que significaba que debía de ser una de las sirvientas del príncipe. Con esfuerzo, se incorporó en la cama, sintiendo un dolor agudo que recorría todo su cuerpo.
—Señor, el príncipe le ha dejado esta pomada y una bebida que lo ayudará a mejorarse—dijo la criada, ofreciendo una bandeja con los artículos mencionados.
—¿Dónde está el príncipe? —preguntó Raymond, tratando de ocultar su incomodidad.
—Ahora mismo, su alteza está cumpliendo con sus clases de esgrima—respondió la criada con una leve sonrisa.
—"Sí que tiene energía," —pensó el concubino, admirado y algo exasperado.
—¿Desea tomar un baño y luego, si me permite, le coloco la pomada?
—No tengo tiempo para eso, si la princesa...
La criada sonrió nuevamente, transmitiendo una seguridad que tranquilizó a Raymond.
—No se preocupe, señor Amber, su alteza se ha encargado de todo. Me ha dicho que le comunique lo siguiente: "Siéntete cómodo, Raymond. Tu princesa no sabrá nada."
Raymond asintió levemente, sorprendido pero aliviado. No sabía cómo el príncipe haría aquello, pero decidió confiar en él.
—¿Desea tomar un baño o prefiere desayunar primero? —preguntó la criada con voz calmada.
—Primero tomaré un baño.
—Perfecto, sígame por favor.
Raymond soltó un suspiro de alivio cuando el agua tibia hizo contacto con su adolorido cuerpo. La calidez envolvió sus músculos tensos, proporcionándole un alivio que tanto necesitaba. Esa noche había confirmado que el príncipe era una bestia en la cama, una fuerza implacable y dominante. Mientras las criadas lo masajeaban suavemente, Raymond no pudo evitar comparar el trato que recibía de la princesa con el que recibía del príncipe.
Ariana simplemente lo despertaba y le pedía que se fuera, sin un mínimo de consideración. En cambio, el príncipe lo había dejado dormir hasta tarde e incluso había ordenado que lo ayudaran a recuperarse. Una vez que terminó el baño, las criadas lo ayudaron a aplicarse la pomada y a vestirse con ropa fresca y limpia.
—¿Desea tomar el desayuno ahora, señor Amber? —preguntó una de las criadas, con una sonrisa amable.
—No, gracias. Tengo deberes que cumplir—respondió Raymond, intentando mantener una apariencia de formalidad.
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𝐊𝐈𝐍𝐆
Historical Fiction"Ellos destrozaron a mí mundo, ya es hora de que yo destruya el suyo." ➳ prohibido copias/ adaptaciones ➳créditos al autor original de las joyas de la princesa