1•Conciencia

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Narradora

Los gritos no faltaron en hacerse escuchar. Arzabela, el reino de armonio estaba muriendo, su pueblo había armado una revolución en contra de su gobernante Ariana de Secramise.

¡Larga muerte a la reina Ariana! ¡Que muera!

Se escuchaba por donde fuera.

Su hermano mayor la buscaba  el castillo estaba hecho un caos y el incendio llegaba a cada habitación del lugar. Puede que su hermana fuera la más odiosa, superficial, engreída, lujurioso y poca cosa de gobernante, era su hermana, si también quería matarla pero luego eso se arreglaría.

Se adentro a toda prisa, busco habitación por habitación a su hermana, y por fin la encontró, sentada en el suelo llorando por su final.

No lo pensó dos veces y la fue a abrazar, cargando la para ir a un lugar con mejor ventilación. Sentía como la menor empezaba a llorar en su regazo, como lo sujetaba más fuerte con temor a ser abandonada.

Al final solo era una niña pequeña que nunca debió subir a un cargo comí este.
Sin darse cuenta ya estaban en el jardín de rosas del ala este.
Por el cansancio se sentó en el suelo sin soltarla, logrando que la misma también se sentará  y llorara con más fuerza al escuchar las amenazas de su gente afuera.

Ariana.... pronuncio, logrando que la misma lo mirara.

—¿Por qué lloras hermanita? -pregunto sonriendo y limpiando las gotas de agua de su rostro- las chicas bonitas no lloran.

—Bavilo... -su viz estaba quebrada- yo lo arruine, destruí el reino.

Decepciones a todos, decepcione a papá, herí a mamá, te decepcione a ti.... te lastime. Hizo cosas inhumanas Bavilo, soy un monstruo.

No pudo decirle nada.

En esos instantes solo podía ver a esa pequeña Ariana que curaba sus heridas luego del entrenamiento, a aquella que siempre se fijaba si su madame Rose no lo había lastimado de gravedad. Aquella con la que lograban escabullirse en la oscuridad a la cocina del palacio para tomar algunas galletas más.

Solo podía ver a la que estaba al frente suyo como su hermana menor, por más que lo intentará no lograba tener el odio a la princesa y reina impertinente de Arzabela.

—Tus joyas te están esperando Ariana, ve con ellos -dijo para pararse y ofrecerle su mano-

—¿Y tu? -hablo cuando llegaron al carruaje- vendrás con nosotros ¿verdad?

—Yo no importo Ari, la que en verdad importa eres tu -respondio para despedirla con un beso en la frente-

Cuidenla por mi, quieren.

Pronuncio viendo a todos aquellos que le entregaron su corazón a la reina. Y con ello el carruaje partió.

Y en solo un pestañeo, el príncipe mayor ya no divisaba a aquel transporte.

Ay hermanita, que buena actriz eres.

Mientras que su hermana, solo miraba como poco a poco sus joyas disminuían en cantidad por protegerla en el transcurso de su destino, y cuando solo uno quedaba y le preguntó que iba a hacer.

Ella respondió.

Son solo joyas, puedo conseguir más Nell, y tu serás el primero en mi nuevo joyero.

Tal vez nunca debió preguntar. Al ver como Ariana sonreía al ver su cuerpo muerto en el suelo.

Al parecer ya no serás el primero, gracias por cuidarme hasta el final.

Sus ojos se empezaron a nublar, lo último que su memoria lograba captar era como aquellos tacones blancos se dirigían a sus transporte y como aquellas ruedas de oro empezaba a moverse para alejarse del lugar.

Y ahora, su conciencia sólo se culpaba por seguir a la persona equivocada en todo ese tiempo.

Nell, tu por un tiempo me llegaste a gustar. Pero eran solo unos pequeños en ese tiempo.

Un recuerdo se hizo presente.

En todas las joyas se les hizo presente, una vaga anécdota de una confesión de aquel joven de cabellos grises sonriendo y tomándolo con una bromas de sus sentimientos.

Bueno, a excepción de Jade que nunca fue en el carruaje. Más bien estaba intentando mantener la cordura del príncipe en el más alto nivel, mientras las joyas estbana en una camilla reflexionando sobre sus decisiones, el de cabello azul hacia todo lo que podía para que el mencionado no se estresara más de lo debido.

—Jade es que no entiendes, esa niña maleducada esta peor que la rata de Sovieshu, y eso que le queda muy chico.

El conde solo podía aguantarse las ganas de reír por la comparación.

—Es que el árbol de navidad no le llega ni a los talones ¿verdad?

—¡Exacto! -señaló, sentandose en un sillón y riendo por lo dicho-

Solo podía sostenerse de la reconfortante compañía del conde. Y pareja, al ser el único que lo correspondió.
Un poco sorpresivo, ya que la manera en como fue correspondido, llegó a acorralar a su persona en un pasillo del castillo y quitarle su primer beso en el lugar.

Cariño... esa voz lo saco de sus pensamientos.

Se paro, y empezó con su rutina de curar a los heridos en la habitación, el harem de su hermana; ponerle un pañuelo con agua a Nell para bajar la fiebre, cambiar el vendaje del pecho de Efrit, calmar la pesadillas de Haun, mantenerse al lado Raymond hasta calmar su respiración. Y ser abrazado desde atrás por su pareja, que no ocultaba sus celos, agarrando su cintura y acercandolo más a su pecho.

Jade, ¡déjame mi espacio personal por cinco minutos!

Entiéndeme cariño.

Tocaba suspirar, e intentar llegar a un acuerdo.

Que siempre era luego de terminar darle mimos a su prometido, terminando con una que otra marca en el cuello por el mismo.

Sería un duro mes.





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