Gaston no podía parar de moverse por toda la planta baja de la casa; la preocupación por su padre era inmensa: desde que su ser querido había salido de la vivienda para dirigirse al centro del pueblo y conseguir los alimentos asignados de la semana habían pasado varias horas.
Él mismo se había ofrecido a ayudarle en la tarea, pero su progenitor se había negado en rotundo, alegando que era demasiado peligroso para un niño de trece años. Todo ello debido a la actual situación de incertidumbre instaurada por los nuevos visitantes.
No había ocurrido nada desde que la familia vio en el cielo sus naves. Al menos, aún no.
Unos firmes golpes en la cancela provocaron que el hijo y la madre se giraran precipitadamente hacia la puerta.
—Sube a tu cuarto y mira por la ventana a ver si es tu padre —ordenó la mujer a Gaston con un ligero temblor en la voz.
El chico asintió enérgicamente con la cabeza y subió las escaleras hasta el piso de arriba de dos en dos y rezando para que la persona que hubiera llamado a la puerta fuera su padre.
Cuando entró en su habitación se apresuró a subir la persiana de la ventana y, tras subirse a su escritorio, miró a través de ella. Sin duda alguna, la persona que había tras la puerta era el cabeza de familia.
Gaston sonrió, aliviado, y bajó a la planta baja para comunicarle a su progenitora la buena noticia. Esta soltó una risita nerviosa y se apresuró a abrir la puerta que daba al jardín y después la cancela. Abrazó a su marido y tiró de él para que entrara, no sin olvidarse de volver a cerrar las salidas. Sin embargo, algo no iba bien. A pesar de la caja con alimentos que transportaba el padre, este tenía un semblante muy serio que avecinaba malas noticias. Su mujer fue la primera en darse cuenta de ello.
—¿Qué ha ocurrido, cariño? ¿Algo relacionado con los extraterrestres?
El padre tardó varios segundos en responder a su esposa:
—Sí, me temo -paró un momento para dejar los pesados recipientes de comida en el suelo antes de continuar-. Tenemos que irnos a París.
La madre de Gaston palideció considerablemente, sorprendida por la respuesta de su hombre.
—¿Qué estás diciendo? ¿Por qué? No te comprendo.
—Créeme, es muy urgente. Cuando he llegado a la plaza del pueblo había una proyección en una de las paredes del Presidente de Francia hablando. Decía que los extraterrestres han venido en son de paz y que se han aliado con los altos cargos del planeta. Además, también ha dicho que aquellas familias que tengan mínimo un hijo de entre cuatro y diecisiete años deberán acudir a la capital de su país, en nuestro caso París, donde nuestros nuevos aliados nos hablarán de un gran cambio que mejorará nuestras vidas.
—David... ¿No será una trampa? —miró hacia el suelo con sus ojos azules cristalizados por las lágrimas—. No conocemos cuán avanzada es su tecnología.
—Clara, tenemos que ir. No podemos permitirnos perder esta oportunidad de cambiar las cosas. Tenemos una casa medio decente, sí, pero fue gracias a tu padre. Sin embargo, eso no cambia el hecho de que apenas podamos comer tres veces al día, ducharnos con agua decente e incluso respirar un aire limpio. ¿Ves esto? —cuestionó, señalándose la mascarilla blanca del rostro—, a lo mejor ellos pueden purificar el planeta y arreglar lo que como idiotas destruimos.
—Es posible, pero ¿y si solo quieren matarnos? —replicó. De repente, pareció darse cuenta de que su hijo se encontraba en la sala oyendo todo lo que estaban discutiendo—. Gaston, vete a tu cuarto. Esta no es una conversación para niños —el labio le tembló un poco al hablar, pero se mantuvo firme.
El chico, que aún seguía conmocionado por las palabras de sus padres, tardó unos segundos en reaccionar, pero finalmente obedeció y salió casi corriendo de la habitación cerrando la puerta tras él.
Comenzó a subir las escaleras para ir a su habitación, pero la curiosidad pudo con el chico y se sentó en el primer escalón sigilosamente.
Mientras, en el salón los padres seguían discutiendo casi a voces, creyendo que no eran oídos.—¡Da igual! De todas formas, en unos años el planeta se volverá completamente en contra nuestra y moriremos asfixiados, de hambre o de sed. Si esos aliens están tan avanzados, tendrán unas armas letales con las que poder matarnos en un segundo. Estamos perdiendo el tiempo discutiendo, Clara.
Hubo unos minutos de silencio antes de que la mujer respondiera. Ese tiempo a Gaston se le hizo eterno, ansioso por descubrir la decisión de su madre.
—Está bien. Iremos a París. Pero no ahora. Tardamos cuatro horas en llegar allí a pie, y ya son más de las doce de la mañana. Si nos vamos ahora padeceremos una insolación en diez minutos. Partiremos mañana antes del amanecer.
—Bien, así lo haremos.
Viendo que la discusión había acabado y que en breve sus padres saldrían de la sala, el chico casi voló para subir a su cuarto lo antes posible. Allí fingió leer su libro hasta que su padre lo llamó. Él volvió a bajar a la planta baja, donde sus progenitores lo esperaban en la entrada con miradas tristes y sonrisas forzadas.
Gaston agradeció mentalmente el intento de sus padres de no preocuparlo, a pesar de que fuera inútil. Él lo había escuchado todo.
Su madre fue la primera en atreverse a hablar:—Hijo, ya está todo decidido: mañana partiremos de madrugada a París, donde seguro que los nuevos visitantes nos contarán las cosas buenas que pretenden hacer en nuestro planeta.
—Vale mamá —Consiguió esbozar una sonrisa, tan falsa como la de sus padres, pero que sirvió para que las suyas se convirtieran en verdaderas.
***
Cuando su padre lo despertó a las cuatro de la madrugada para ir a la capital, Gaston se arrepintió de no haberse puesto a dormir a las nueve de la noche, tal y como le habían sugerido sus seres queridos.
Con un gruñido, se levantó de la cama, provocando que esta crujiera, y se vistió con lo más decente que tenía: una camiseta roja, unos pantalones verdes vaqueros cortos y unas zapatillas de deporte bastante destrozadas. Estar a la moda no era precisamente la mayor preocupación de los humanos con los problemas graves que azotaban la Tierra en aquellos tiempos.
Después, se quitó como pudo las legañas sin agua de sus ojos negros y cogió su posesión más preciada (que prácticamente era también la única): el libro Le Petit Prince.
Seguidamente, bajó al piso inferior, donde sus padres, ya preparados, lo esperaban para irse. Llevaban mochilas con provisiones para el viaje y unas sonrisas colocadas en el rostro tan falsas como las del día anterior.
La familia permaneció en silencio observando la casa que les había resguardado del calor extremo y de otros peligros del exterior durante toda su vida. La miraron con pena, como si esa fuera la última vez que la verían.
Algo acertado, ya que en unos momentos realizarán un viaje de ida a la capital de Francia, pero solo dos de ellos harán el viaje de vuelta.
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Hola queridos lectores. Bueno, aquí os traigo el capítulo uno. Puede que os haya parecido aburrido, pero creedme que era necesario. Aún así no temáis, ya que el capítulo dos estará lleno de emociones enlatadas. ¿Qué opináis de los alienígenas? ¿Son buenos, como cree David, o son malos, como cree Clara? ¡Dejad vuestras opiniones en los comentarios!
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Veinte años luz
Science FictionGanadora de la primera edición de los Premios WFW en la categoría Historia Corta. Segundo puesto en el concurso "La caza del personaje" por @loreforever Las terribles condiciones en las que se encontraba la Tierra provocaron que la vida de toda...