CAPITULO 33:

48 7 2
                                    

DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Pescuezo: Garganta / Colada: metida - entrometida  / Correr como peo de loca: Muy rápido y lejos - huir

**************

«Aquí sufrimos todos». Se dijo Paulina mientras bajaban a la escuela los cuatro. Sus hijos, el padre Abel y ella. Parecía perdido y meditabundo, los ojos con parches oscuros por debajo; y si ella había sufrido por el aparente rechazo que le mostrara aquella noche en el balcón al negar el beso... Estaba bien que él sufriera de insomnio fuera o no por la misma razón.

Desde la noche que platicaron se había mantenido distante, solo hablándole de cosas básicas en su estudio; y a pesar de ese mensaje tan dulce que le dejara en el cuaderno con la chocolatina: «Eres la razón por la que los hombres escriben poesías y canciones». El padre parecía que comía limones en lugar del desayuno que ella les daba diario.

Ahora sábado y supuestamente comienzo de la preparación de primera comunión y confirmación, se dirigían a la oficina de la madre Gertrude para hablar con ella y esperar que la admitieran como alumna y tener los sacramentos. Porque como no, Abel se había negado. Pao no conocía sus razones, pero cuando se lo había preguntado la mañana anterior, fue muy simple y hosco en su contestación: «No. Y fin de la conversación». Solo a Emi le había dado un sí cuando ella le rogó que le contara más historias para dormir.

El asunto era con ella.

Entraron al colegio, ella antes que él cuando le cedió el paso, y vieron a varias de las religiosas formadas, con pequeños que llegaban para la preparación. Ninguno del grado de Jerónimo, ya que él estaba solo en primero a pesar de su edad avanzada. Sin mirar atrás los dos niños corrieron muy felices a los brazos de su profesora Soledad, ella llenándolos de besos. Emilia estaría en las clases por decisión propia así no llevara a cabo el sacramento ese año. Había pedido que la dejaran para aprender, y los padres no consideraron negarse a la petición ni un segundo.

La madre Gertrude que hablaba en una esquina con una de las religiosas, les sonrió con amabilidad.

—Padre Abel, hija Paulina. Que bendición tenerlos por aquí—despidió a la otra catequista y se les acercó.

Siempre dulce, siempre impecable para vestir. Una abuela bonachona.

—Buenos días, madre—contestaron los dos al mismo tiempo.

—¿Qué los trae por aquí, además de traer a Jerito a la preparación?

Abel entonces la miró, dándole a entender que tenía que ser ella la que hiciera la petición. Inhaló hondo.

—Queremos pedirle un favor, madre. Me enteré por mis hijos de la noticia de la preparación de los niños para los sacramentos. Jerónimo hará la primera comunión, así como recibirán ambos el bautismo...—la mujer afirmó—ellos asistirán a las clases pero yo...

«¡Dilo!» Se ordenó. Pero las palabras no salían. Porque si había algo en el mundo que costara hablar era de las carencias, pues esto le implicaba humillarse. Algo que Paulina detestaba. En el pasado lo hizo, guiada por el miedo a las represalias de Jesús. Pero nunca por humildad. Se atragantó.

Abel le puso una mano sobre los hombros.

—Paulina nunca ha tenido una experiencia de Dios, madre. La bautizaron cuando era una bebé. Pero no conoce de Dios y no tiene los sacramentos de la primera comunión y confirmación. Ella quiere saber si la pueden formar con los pequeños.

La rectora del colegio les sonrió animada.

—Pero por supuesto, hija. Toda ovejita que desee volver, es siempre bienvenida. Aprenderá con nosotros y en diciembre podrá recibir la comunión y ser confirmada.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora