CAPITULO 35:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Espabilar:  Despertar - hacer reaccionar

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Desde el primer ruidito de pasos menudos y la risita infantil, Abel supo que lo estaban espiando y con intenciones de asustarlo. Y que ese pequeño diablillo travieso no podía ser otro que Emi. Jerónimo no era de tales travesuras, y cuando él había ido a sentarse en un mueble de la terracita de la casa para leer en la noche, el niño terminaba sus deberes de matemáticas con mucha concentración.

Emilia era el almita inocente, tras el macabro plan de jugar con su ritmo cardíaco ante la sorpresa. También se lo hacía saber la presencia de Figgaro muy cerca de donde estaba él, pues ese mendigo gato no hacía más que perseguir a su compañerita de juegos; así que donde estuviera él, posiblemente estaría también ella. Sin embargo y ya sabiendo lo que pretendía, fingió desconocerlo, haciendo sus oraciones de la noche. Acabaría el último pasaje de la liturgia de las horas que repasaba, y se iría a dormir. Si la niña no se apuraba, su plan se vería estropeado.

«Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz».

Pasitos se escucharon a sus espaldas cerca de un muro.

—Porque gracias a Dios aquí no hay fantasmas. ¿O sí?—pronunció en voz alta para que la niña lo oyera, y se escuchó otra risita—parece que sí—se sonrió al ver uno de sus piecitos asomados en la esquina de la pared—aunque no sabía que los fantasmas se rieran.

Eso la hizo estallar en carcajadas y él salió a su encuentro, silencioso, tanto, que cuando le llegó por la espalda, ella no se lo esperaba.

—¡Bu!—dio un gritito y después volvió a reír.

—Señor de los pájaros, era yo la que te iba a asustar—se acuclilló a su altura.

—Tienes que hacerlo más silencioso, Emi. O te encontrarán.

La pequeña vio entonces al gato, que sentado más allá, se lamía una pata.

—¿Cómo así?

Corrió hasta Figgaro y de un salto cayó junto a él, haciendo que brincara lejos. Él sonrió.

—Exactamente.

—Entonces hagámoslo otra vez—se le pegó a su pie—tú te sientas nuevamente y yo llego a asustarte.

—¿Crees poderlo conseguir?—ella afirmó—vamos entonces. Asústame.

Entrando en su juego, se sentó en el mueble mirando para otro lado, y ella corrió a esconderse. Fingió que desconocía su plan, aunque la oyó correr cerca de la pared, y también lo hizo cuando ella se metió detrás del sofá. Solo que cuando ella confiada pensaba salirle al paso por uno de los lados, fue él quien dio la vuelta al mueble y de nuevo la asustó por detrás.

—¡Abel! Eso es trampa.

Sintiéndose un niño como cuando hacía travesuras con su hermano, rió mientras ella hacía mala cara. Hacía mucho que no se sentía así. Pero cuando se sentó en el mueble, la pequeña no parecía divertida.

Intentó entonces contentarla.

—Deja te muestro un truco, Emi—y fingiendo ver entre sus cabellos, le enseñó la magia de la moneda en la oreja.

Abrió sus ojos hasta donde le dieron.

—¡¡¿Cómo hiciste eso, señor de los pájaros?!!—de la otra oreja fingió sacar otra moneda, y la pequeña no salió de su asombro.

ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora