Captulo 36

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Llevaba dos días lloviendo sin parar cuando Gastón le dijo que Peter había vuelto a Londres. Ella había pasado dos días sentada en la misma silla, mirando por la ventana. Mirando fijamente el mismo paisaje vacío.

Sentada en una silla arrimada a la ventana del gabinete, Lali observaba los regueros de gotas de lluvia que se formaban en los cristales. Jamás había sido más desagraciada. Nada podía aliviar su tristeza; cada vez que cerraba los ojos veía a Peter alejándose de ella. No podía culpar a nadie salvo a sí misma. Él le había profesado un amor tan intenso que aún la hacía temblar. Y ella, con su infinita sabiduría, había ignorado las manifestaciones de aquel corazón, como si el intercambio amoroso que habían mantenido no hubiese significado nada. No era de extrañar que él la hubiese mirado con tanto desprecio.

Se despreciaba a sí misma.

No sólo había apartado de sí, rechazado, al único hombre al que amaría jamás, sino que además había traicionado a Máximo. Profundamente avergonzada, ya ni se atrevía a mirarlo a la cara. El haber podido traicionarlo de forma tan absoluta cuatro días antes de su boda la asqueaba. Toda aquella desagradable situación la asqueaba. Ya no se conocía: había traicionado a dos hombres y destruido el futuro de otra mujer, y a sí misma de paso.

Uno de esos hombres estaba sentado en el sofá leyendo tranquilamente. Durante dos días, mientras ella había mirado fijamente por la ventana, él había estado así. Se obligó a mirarlo. Como si presintiera su intención, Máximo levantó la mirada y forzó una sonrisa antes de volver a bajarla a su libro. Era evidente que ella lo hacía desgraciado, que lo arrastraba a su pesadilla. No se merecía aquello. Era un hombre bueno y decente. Lástima que ella jamás fuera a amarlo, no como...

—¿Te gusta?

Lali se sobresaltó y miró hacia la puerta mientras Alaí entraba dando brincos, ataviada con uno de los vestidos de Londres que la señora Peterman había arreglado. Sonrió apenas cuando Alaí dio unas vueltas delante de ella.

—Estás preciosa, Alaí —murmuró.

Máximo levantó la vista un instante, pero en seguida siguió leyendo.

—Es divino —suspiró Alaí con toda la angustia de una adolescente, y se dejó caer en el sofá—. ¿Por qué ya no lo quieres?

—Ya no lo necesito. La señora Peterman ha hecho un trabajo excelente, ¿verdad? Serás la chica más guapa del baile de la cosecha.

—¡Espero que Ramsey Baines piense lo mismo! ¡Desde el picnic de la iglesia, apenas ha vuelto a mirarme! —Gimió, y se incorporó en el asiento, recolocándose las faldas largas del vestido lo mejor que pudo—. Está loco por Kathy Prenshaw, pero, cuando me vea con esto, ¡cambiará de opinión!

Lali frunció el cejo. La niña estaba obsesionada con Ramsey Baines, constantemente indignada por el hecho de que el joven sintiese una especie de estima inquebrantable por la hija simplona de un abogado. Baines parecía ser el único objetivo de Alaí en la vida, pero, por todo lo que Lali había visto, el único objetivo del joven era Kathy Prenshaw.

—Estoy convencida de que se dará cuenta de lo guapa que estás, Alaí, pero no debes albergar tantas esperanzas. No se puede intentar ganarse los afectos de otro; eso debe surgir de forma natural.

Al oír aquello, Máximo levantó la vista y la miró, pensativo, mientras Alaí se levantaba y se acercaba nerviosamente a la chimenea.

—Pero, si yo le parezco guapa, ¡ya no volverá a querer a Kathy! —protestó—. Ella no es tan bonita, ¿sabes?

—El exceso de orgullo es indecoroso, cariño —le reprochó Lali con delicadeza.

La niña suspiró hondo y se acercó a Ja ventana, recorriendo con el dedo el borde del cristal.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora