—Él parece un monito —dijo Taeyong, mirando al bebé. Se veía rojo y feo, para nada como los lindos bebés que había visto en la televisión.
Miyeon sonrió, a pesar de que todavía se veía agotada. —Todos los recién nacidos parecen monitos —Levantó al bebé hacia él—. Vamos, tómalo.
Él dudó, mirando al bebé con inquietud. Parecía tan frágil. —Lo dejaré caer. O lo lastimaré.
—No seas tonto, no lo harás. Vamos.
Tentativamente, Taeyong tomó al bebé de ella. Joder, esto era diminuto. Esto no pesaba nada. No, no esto: él. Su hijo.
—Hey, —dijo, aclarándose la garganta—. Hey, bebé.
El niño abrió los ojos legañosos y Taeyong dejó de respirar. Sus ojos eran azul profundo. —Él tiene ojos azules.
—La mayoría de los recién nacidos tienen los ojos azules. El color probablemente cambie. Ninguno de nosotros tiene ojos azules.
Taeyong acarició el oscuro pelo en la cabeza del bebé. Esperaba que el color no cambiara.
—Miyeon necesita descansar —el médico intervino—. Deme su hijo a mí, Sr. Lee.
Taeyong hizo lo que se le dijo.
Miyeon le sonrió con cansancio y estiró su mano. Él la tomó y la apretó.
La mirada que ella le dio era tentativa. —¿Estás feliz?
Taeyong sonrió. —Por supuesto que lo estoy —Le echó un vistazo al doctor—. Duerme algo. Debes estar exhausta. —Se inclinó para besarla brevemente, sonrió de nuevo y dejó la habitación.
Tan pronto como estuvo fuera, su sonrisa se desvaneció.
Dios, era agotador. Él no era un mentiroso natural como Ten –esa pequeña-polla podría mirar a alguien a los ojos y entregar una completa mierda absoluta sin inmutarse. No tenía ni idea de cómo Ten pudiera hacerlo. Para Taeyong era mentalmente agotador poner una cara feliz y estar animado y toda esa mierda constantemente. Si no fuera por Miyeon, ni se hubiera molestado, pero ella se preocupaba demasiado y él no quería entristecer a una mujer embarazada. Ella no necesitaba saber cómo de arruinado estaba en su cabeza. Cuán absolutamente patético era. Habían pasado meses, por Dios santo. No se suponía que todavía se sintiera con ganas de acurrucarse en una pelota, cerrar los ojos y esperar que todo fuera únicamente un mal sueño y Jaehyun no estuviera fuera de su vida para siempre.
Para siempre.
Su garganta se cerró y Taeyong empezó a caminar más rápido. Quería aire fresco. Odiaba los hospitales. Odiaba que cada hombre alto, de pelo oscuro con una bata blanca hiciera que su aliento vacilase. Era jodidamente estúpido. Jaehyun raramente usaba batas blancas; él prefería evitarlas. Pero quizás Jaehyun las usara ahora. No es como si él lo sabría.
Afirmando su mandíbula, Taeyong abrió la puerta principal y salió.
Estaba lloviendo, una miserable fría lluvia de noviembre, pero la lluvia no parecía amedrentar a los periodistas que habían estado acechándolo.
Haciendo una mueca, encaró hacia su coche. Empujó micrófonos sacándoselos de su cara mientras caminaba, haciendo todo lo posible para ignorar las preguntas que le gritaban desde todas las direcciones.
—Taeyong, ¿Cuál es el nombre de tu hijo?
—Taeyong, ¿Qué piensas del brillante debut de tu hermano en la Selección Nacional de Inglaterra?
—Taeyong, ¿Qué piensas de las posibilidades del Chelsea de ganar la liga tras el empate con el Manchester United?
—Taeyong, ¿Vas a casarte con tu novia?
—Taeyong, ¿Todavía te molesta que tu hermano tenga tu posición en el ala izquierda?
—Taeyong, ¿Has...
Él se metió en su coche, cerró la puerta en la cara del reportero y la trabó con dedos temblorosos. Sin inmutarse, los periodistas siguieron golpeando la ventana y gritando algo. Taeyong, Taeyong, Taeyong, Taeyong.
Sintiéndose ahogado, jaló de su cuello, pero su camisa no tenía cuello. Él no estaba ahogándose; todo estaba en su cabeza.
Se dejó caer en el asiento, mirando la lluvia golpear contra el parabrisas y tratando de fingir que el vacío enorme en su pecho no existía.
¿No se suponía que ya estuviera mejor?
Tal vez el próximo mes, se dijo a sí mismo, lo mismo que se había dicho el mes anterior.
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