Cap 3. Conocer.

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MAYA

(Junio de 2018)


Me vi obligada a caminar por las calles de Cambridge, cerca de la torre de apartamentos lujosos donde vivían mi hermano y ese tipo amargado.

El gilipollas se había atrevido a sacarme del edificio, y mi teléfono seguía muerto. Con el poco efectivo que traía, no me alcanzaba para pasar la noche en un hotel.

Lo peor podía pasarme: el cielo se oscurecía, mi estómago rugía porque no había comido nada en el avión por estar dormida, y tampoco durante el día.

Las primeras gotas de lo que sería un torrencial aguacero empezaban a caer. Por suerte, vi a lo lejos un letrero de neón: Coffee Foy, una cafetería donde vendían bebidas y pastelitos dulces y salados. Sonreí y agradecí al cielo, ya que el frío me estaba calando y mis pies dolían.

Cuando llegué, lo primero que hice fue darle mi celular a la chica para que me ayudara a cargarlo. Ella no lo recibió y me indicó dónde había enchufes para recargar la batería.

Lo conecté, pero no lo encendí. Decidí tomar un moka espumoso y unos panecillos rellenos de crema. Saboreé cada migaja; era mi primera comida en este país, y diría, en este continente, ya que nunca había salido de Estados Unidos.

Después de comer, saqué mi libreta de diseño y me entretuve dibujando por más de dos horas. Miré el reloj; eran las 9:45 P.M. Me preocupé al ver el aviso que indicaba que la cafetería cerraba a las 10:00 P.M. Solo faltaban 15 minutos. El lugar estaba vacío, salvo por el personal que ya limpiaba. Encendí mi teléfono y vi que la batería estaba al cien por ciento. Lo prendí, y casi de inmediato sonó.

—¿Max? —respondí al instante. No me apetecía dormir en la calle, con el frío que hacía y la inseguridad. Podría pasarme algo horrible.

—¿Dónde carajos estás, Maya Parker? Llevo toda la tarde buscándote —prácticamente me gritó mi irresponsable hermano, como si no fuera su culpa que yo estuviera en la calle a estas horas.

Decidí no pelear más. En realidad, estaba cansada, solo quería dormir, y mi trasero empezaba a adormecerse de tanto tiempo sentada.

Estoy en Coffee Foy, estoy como a... —no me dejó terminar.

Ya sé dónde estás. Espérame ahí, no te muevas, Maya —dijo Max.

Veinte minutos después, una camioneta gris aparcó frente a la cafetería. Yo estaba afuera, prácticamente arrinconada, pues la empleada había cerrado la tienda hacía cinco minutos, y tuve que esperar afuera.

Estaba completamente mojada, y el frío era insoportable.

Por Dios, Maya, estás toda empapada. ¿Acaso quieres enfermarte? —ese fue el saludo fraternal de mi querido hermano, a quien no había visto en dos años desde la última vez que se dignó a visitar a mamá.

Max me llevó al apartamento y me presentó al guardia, Teo. Vi la intención de disculparse por haberme echado del edificio, pero de manera sutil, sin que mi hermano se diera cuenta, negué con la cabeza.

Teo asintió y me regaló una sonrisa de agradecimiento. Subimos al noveno piso y finalmente entré a mi nuevo hogar.

—Esta será tu habitación. El colegio ya te aceptó, no sé qué hizo papá, pero empiezas la próxima semana. Te daré una copia de las llaves para que no me vuelvas a hacer esto, Maya —dijo Max, refiriéndose a lo preocupado que estaba por haberme perdido.

Decidí descansar; ya había cenado. Me bañé, me recosté en la cama y caí rendida.

A la mañana siguiente, desperté con la horrible melodía que se escuchaba en la casa. Prácticamente soñé que había muerto y estaba en el infierno. Era música clásica sinfónica, y aunque muchos la disfrutan, a mí particularmente me parecía horrible.

Me levanté de mal humor, gracias a la música tan brusca. Vi el reloj: 9:00 A.M. Era un poco tarde, pero aún estaba de vacaciones y podía dormir hasta más tarde.

Me hice un moño grande y enmarañado para recoger los mechones rebeldes de mi cabello y salí. Llevaba una camiseta grande que alguna vez le perteneció a Max y unos pantalones de pijama de Los Simpson, específicamente con puras caras de Bart.

Cuando llegué a la cocina, aún buscando el estéreo que ya imaginaba era una Alexa, vi al gilipollas de ayer. Estaba cocinando algo que olía espectacular.

No me presenté ni di los buenos días. Solo se me ocurrió tutearlo; ya me debía una, ¿no? Lo había acusado con Max.

Vaya, huele riquísimo. ¿Qué cocinas? —pregunté de manera imprudente.

Pero este hombre me miró de mala manera y respondió:

Nada que te incumba. No te perdiste; esperaba que me concedieras ese milagro —hice una cara de indignación.

Oye, no te conozco, pero ya puedo deducir que eres un completo imbécil —él sonrió con complacencia. Fui a la cocina y tomé un jugo de naranja.

Busqué en los cajones, pero no encontré mi amado desayuno; debía ir de compras. Siempre he vivido con alguien en casa, pero prácticamente vivo sola, así que yo misma me encargo de mis alimentos, de comprarlos o prepararlos.

Volví a mi habitación, me aseé, me puse unos jeans y una camiseta, busqué mi suéter blanco grande, me hice una coleta alta, apliqué rímel y brillo, y salí.

Cuando lo hice, el idiota estaba comiendo solo en el comedor, aún escuchando esa horrible música. Vi unas llaves con una etiqueta que decía "Maya". Las tomé y salí.

Fui caminando, conseguí dinero en efectivo y pasé al supermercado. Hice compras para mi alimentación. Mis queridos padres cada mes me depositan mi mesada; no es que sean ricos, pero tienen buenos trabajos.

Dinero para Max y para mí no nos falta; creo que lo que realmente necesito es su atención y compañía, pero ya me he acostumbrado a vivir sola.

Compré leche, cereal, huevos, queso, yogur, harinas y frutas. Amo la fruta. Volví a casa. Debo aprender a usar los servicios de delivery, pero como no conozco a nadie, preferí salir y explorar por mi cuenta.

Cuando volví a casa, no había nadie, así que me adueñé del lugar. Es un apartamento grande, la cocina es bonita y enorme. Hay tres habitaciones: la de mi hermano, que está abierta y huele a Max; la del idiota, cuyo nombre no sé, que está cerrada; y la mía. También hay una terraza, un estudio y un baño adicional.

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FUERA DE LIMITES "Rendido ante Tí"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora