CAPITULO 39:

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DICCIONARIO ANTIOQUEÑO (Léelo antes de empezar)

* Melindre: Llorón - que se queja mucho

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Perdió la cuenta de las veces que le suplicó piedad. Y hasta de los golpes recibidos. ¿Habían sido ocho en la mano y tres en la espalda? ¿O al revés? Solo supo que las intenciones de esa mujer serían matarla. Y que si alguien le decía que Jesús Pulgarín y esa monja eran familiares, no le sorprendería en lo absoluto.

—Sor Auxilio, por favor. Piedad. Perdóneme, pero ya no me pegue más.

El dolor en sus manos y espalda era simplemente indescriptible.

—¿Aparte de respondona, floja y melindre? No vas a servir para nada en esta vida. ¿Pensabas lo mismo cuando te revolcabas con el padre en vez de meterle ganas a tu estudio? ¿Verdad que no? Qué lástima que tengamos que poner en práctica la frase que el aprendizaje con sangre entra.

Ella se encogió en la esquina junto a la mesa. Se sentía como cuando su padrastro se ensañaba con ella. Horrorizada. Los otros niños estaban en la otra punta de atrás del salón, encogidos entre sí, temiendo ser los próximos.

—Te voy a acabar esa mugrosa cara que luces tanto con soberbia cuando vas por la calle. Ser bonita y bruta no es buena combinación.

Paulina esperó su fin. Cerró los ojos para no ver venir el palo, y se cubrió con las manos hechas llagas. Si le golpeaba las manos sería menos fuerte que la cara. Aunque le dejara más piel en carne viva. Pero el palazo nunca llegó. Hubo un silencio en el salón que la hizo abrir los ojos, y cuando miró, detrás de Sor Auxilio, con el palo en mano habiéndoselo arrebatado, estaba el padre Abel. Su mirada de demonio y la cara roja de ira.

—Veo que se está divirtiendo mucho abusando del poder que no tiene, hermana.

Y sin más partió el palo en dos contra su rodilla, dejándolo inservible.

—P... padre Abel—tartamudeó la monja.

Sus ojos se encontraron por un momento, después le miró las manos, y de vuelta a la monja.

—Tiene exactamente dos minutos para desaparecerse de mi vista y marchar a la oficina de la madre. O me va a conocer—su voz fue baja

—Yo... puedo, p... puedo explicarle lo que pasaba, padre... no es lo que parece. Se lo juro.

—¡¡Lárguese!!—Gritó con voz de trueno y terminó ahorcándola contra el pizarrón—o voy a partirla en pedacitos y darle su asquerosa y maldita carne a los perros de la calle. ¡¡¿ENTENDIDO?!!

La demonia ahora vuelta un miserable ratón, gritó de espanto. La madre entró por ella al aula.

—Camine, hermana Auxilio—y también la trató con brusquedad.

—S... s... sí. Ya mismo.

El la soltó a fuerza de lidia y la señora salió despavorida, con la rectora del colegio llevándola del brazo como a un niño cuando hace una travesura. Solo que esa había sido la madre de todas las travesuras y a Paulina casi le había cobrado la vida.

Otra monja se asomó al salón.

—¿Hermana Aura? Lleve por favor a los niños al patio. Necesitarán disiparse.

—Sí, padre.

Pao vio que la mujer obedecía y con un ademán urgente y dulce a la vez, los instaba a salir, dejándolos a los dos solos. Ella ni se movió, aún en el rincón. La espalda y las manos doliéndole como carbones encendidos. Su cuerpo sacudiéndose a causa del espanto.

El padre se le acercó, la compostura recuperada.

—Vámonos, Paulina.

Pero ella no pudo. Solo lo miró con ojitos muy abiertos.

—Pao...—le habló con dulzura.

Estiró la mano.

—No... no puedo.

—Ven. Sí puedes.

Estaba aterrada. Esa loca la hubiera matado de tener tiempo. Le habría hasta deformado la cara.

—Mis piernas no me responden.

Él se le acercó, y con suavidad la tomó de la mano sin rozar las heridas abiertas. Tiró de ella para sacarla del rincón y con mucha dificultad sus rodillas se movieron.

—Tranquila, ya ha pasado todo. Vámonos de aquí.

Su voz suave a ella, comparada con la manera en que le gritó a la monja, la conmovió. Que la tratase con tanta delicadeza.

Lo miró a los ojos y el choque de emociones y adrenalina la desestabilizaron. El la atrapó cuando se puso en un solo temblor y las piernas le cedieron. La sujetó contra él mientras la sentaba en el suelo.

—Aquí estoy, tranquila.

Y se le olvidó hasta respirar, hiperventilando. Solo supo que él la abrazó fuerte, mientras ella rompía a llorar como una niña.

Ni sabía porque lo hacía, pero se atacó en llanto.

—Tuve tanto miedo.

—Lo sé—besó sus cabellos sin soltarla—aquí estoy. Ya estás a salvo. No dejaré que te hagan más daño. Se acabó. Todo va a estar bien, pequeña.

Y le dio tanta seguridad en ese abrazo, que ella le creyó. Simplemente le creyó.


NOTA DE AUTORA: 

SIMPLEMENTE AMO A ESTE HOMBREEEEE

NOS LEEMOS EL LUNES

BESOS

LAU<3

LAU<3

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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora