En el mismo momento en que el padre Abel entró a la oficina de la madre, tras dejar a Paulina bien cuidada por dos religiosas dentro del convento; Sor Auxilio se había puesto de pie y protestaba.
—Lo que yo hice, madre, era lo justo. ¡Esa muchacha...!
Cerró fuerte la puerta para hacerse sentir. La monja calló y miró al suelo mientras se volvía a sentar. Solo la hermana Gertrude lo observó de frente, aunque avergonzada por el anterior percance.
—Continúe por favor, hermana. Llegué a tiempo para escuchar sus quejas. ¡¿Paulina Uribe qué?!
Ella no lo miró, pero Abel no tuvo que verla a los ojos para saber la rabia que tenía. Lo tenso de su espalda, como apretaba la mandíbula y sus manos ligeramente empuñadas eran respuesta suficiente.
—Hable.
—Yo solo actué en defensa propia Con su altanería constante me era imposible dar las clases—alzó la cabeza—me faltó al respeto.
—¿Sí? ¿De verdad? Cuénteme más—el sarcasmo en su voz se hizo sentir.
—Me retó—se puso de pie—dijo que yo era una inepta y una burra. ¡Eso son altanerías!
Él se acercó unos pasos más, conteniéndose de quererla ahorcar otra vez.
Siempre como sacerdote era muy prudente en su actuar, y controlaba su fuerte genio. Pero hoy esa mujer sí se había pasado. No solo porque fuese Paulina. Sí por la manera en que abusaba del poder, que era lo que el más detestaba de quienes hacían parte de la iglesia. Jesucristo no había sido así. Pero aquellos designados como sus altos mandos, ¿creyéndose los dueños del mundo? ¿Qué podían simplemente pasar por encima del pobre, del enfermo o del que no tenía conocimientos? Abel lo aborrecía. Y Sor Auxilio era el vivo ejemplo de ellos.
—¿Le escandaliza que ella decidiera no callar? Si me hubieran dado semejantes palizas por semanas y me trataran como una mierda y la peor de las bestias, yo también lo habría hecho.¡¿Cómo se le ocurre tratar a su grupo de esa manera?!
Recordó el estado de las manos de Pao cuando la ayudó a sentar en la cocina del convento antes de dejarla. Como no aguantaba siquiera el roce del aire en las heridas. Los moratones alrededor. La manera en que lo había mirado como pidiendo clemencia, sus lágrimas en las mejillas.
—¡¿En qué estaba pensando, Sor Auxilio?! ¿Qué es lo que le hizo Paulina como para que acabe con ella de esa manera? Que no sé si se lo haría a los niños del grupo.
La religiosa volvió a caer sentada en la silla, derrotada. Madre Gertrude negaba, frustrada también con la actitud de ella. Abel apoyó las manos en los reposabrazos de la silla, echándose hacia adelante.
—¿Qué mal le hizo? Dígame—no contestó—¿Por qué viene del campo? ¿Por qué no es de familia rica como usted antes de entrar al convento?—una mueca con la boca fue su respuesta—¿o porque nunca recibió educación—más silencio—¡¡HABLE, MALDITA SEA!!
La madre se levantó.
—Padre Abel...
Él puso la mano en alto para que esperara.
—Déjeme acabar con esto, madre—miró de nuevo a la monja—tiene carta blanca para decir lo que quiera, Sor Auxilio. Necesito que me diga que es lo que Paulina le hizo. Comprenderla antes de que acabe con usted.
Porque después de eso, esa religiosa no volvería a respirar en la misma dirección que su Pao. Era tanta su rabia que de ser Dios, ya le habría quitado la vida y la habría mandado al infierno. Y como no podía hacerlo literal, le daría algo similar.
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ENTRE LA CRUZ Y EL CORAZÓN (COMPLETA)
RomanceNoche. Oscura y silenciosa noche. Sin saber si con el favor de ese Dios que ella no conoce, o guiada por el diablo... Paulina se ha valido de ella para huir de su casita de campo en Belmira, Antioquia con sus dos pequeños de seis y diez años, lejos...